Newell's gritó campeón Jose M. Petunchi / La Capital El momento era tenso en Avellaneda. Hacía un rato que el Pocho Insúa había convertido el segundo para el rojo. Newell's perdía, pero como Vélez no podía con Arsenal, conseguía el objetivo. Hasta que explotó el banco. El Tolo empezó a saltar y a abrazarse con sus compañeros del cuerpo técnico y con los jugadores que estaban en el banco. Lo siguió la gente y enseguida se plegaron los jugadores que empezaron con el festejo en pleno partido. La mayoría de los jugadores se agarraban la cabeza, como Marino o Domínguez, el Tano Vella se tiró al piso, otros se abrazaban y se saludaban. No podían entender semejante alegría, mientras los fotógrafos recorrieron casi treinta metros dentro de la cancha para flashear a Gallego. Iban 83 minutos, el cotejo se seguía jugando con todas esas anormalidades, pero Newell's ya empezaba a pegar el grito esperado. Un desahogo que se hizo más intenso cuando Sequeira marcó el final, cuando todo era un pandemonium dentro de la cancha. Entonces fue el tiempo de soltar el grito sagrado que brota desde el alma y que trasciende todas las fronteras. Un grito que se escuchó desde Avellaneda hasta Rosario, desde el sur hasta el norte del país. Un grito que supera todo lo conocido: el de campeón.
Por eso este domingo quedará guardado para siempre en la memoria de todos, de los jugadores, cuerpo técnico, hinchas y dirigentes. En sus retinas, en sus corazones, en su alma. Es el desahogo del grito más esperado desde hace más de 12 años. Todo en un mismo día. Todo desde ayer y para siempre.
Quizá el final de esta historia no fue como el hincha rojinegro lo soñó. Porque este último partido tuvo muchos matices y condimentos, pero sólo el final resultó el esperado por los leprosos. Porque al margen de que la sensación que sobrevoló el estadio de la Doble Visera en todo momento, aún cuando perdía 1-0, fue que el título no se le podía escapar, el equipo no mostró nada de lo que le permitió llegar al título. No tuvo la imagen sólida y convincente que entregó en el torneo. Por el contrario, en su domingo de fuego, en el que la mayoría de estos jugadores afrontaba el partido de sus vidas, se mostró inseguro, dubitativo, atado, nervioso e impreciso. Parecieron demasiados relajados, como si hubiesen entrado a jugar a la cancha con el título bajo el brazo. Dio enormes ventajas que Independiente, pese a sus limitaciones, supo capitalizar con inteligencia y tranquilidad.
Todas esas sensaciones convirtieron a un partido, que tenía pronóstico de fiasco, en emotivo y vibrante. Sobre todo cuando promediaba el segundo tiempo. No por lo que pasaba en Avellaneda, sino por las noticias que las radios traían del encuentro de Vélez. Eso transformó por unos minutos al estadio en una verdadera caldera del Diablo, porque mientras el rojo acumulaba situaciones para ampliar la diferencia, la barra de Independiente seguía metiendo presión y dejaba el mensaje de que Vélez no tenía que salir campeón. Los hinchas de Newell's estaban absortos, esperando mejores noticias de Liniers que las que llegaban desde dentro de la cancha. Hasta que el grito esperado llegó. Y se desató un verdadero carnaval. Una fiesta única, dentro y fuera de la cancha. Compartida por todos, por la victoria del rojo y el campeonato de Ñuls. Una fiesta que quedará grabada en la memoria de todos los rojinegros con este Newell's campeón. Desde ayer y para siempre. enviar nota por e-mail |