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 domingo, 05 de diciembre de 2004  
De las bellas artes a un reducto de "arte tumbero"

Rodolfo Montes / La Capital

Un chillido lacerante de hierro contra hierro lo anuncia: cerraron el portón ciego, y luego el otro, el clásico de los barrotes. Ahora el encierro es total, profundo, asfixiante. El calabozo de la comisaría 19ª se hunde en el corazón de una manzana del siempre despierto barrio Norte de Buenos Aires -Charcas 2844-, pero hasta ahí no llegan señales de vida. Flota, nauseabundo, un aire espeso, contaminado de orines y heces, que proviene de un rincón abandonado, sin agua ni higiene, que alguna vez tuvo categoría de baño. Las cuatro paredes y un banco perimetral de cemento, como todo mobiliario, exhiben arte tumbero en estado puro. En la maraña de graffitis distingo una frase que me angustia un poco más: "Yo no fui".

La humillación por caer preso se vuelve locura galopante cuando no hay respuesta posible a una simple pregunta: ¿de qué se me acusa para merecer este castigo? Estoy en una pesadilla y me quiero despertar. Pero por ahora no parece posible. La maquinaria burocrática del «detenido nuevo» se puso en marcha y ya no conviene ni intentar pararla, aconseja el abogado de la Utpba (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenas Aires). Estoy adentro, incomunicado. Afuera, muchas gestiones de la Dirección de La Capital trabajan para resolver este absurdo. Pero siguen las preguntas, más papeles, ¿dónde vive?, huellas dactilares, firme acá, ¿me repite el número de documento?, más huellas dactilares, y las mismas preguntas que se repiten una decena de veces. Y preguntas insólitas, en plena madrugada, que hasta provocan risa: «¿Cuánto gana?» pregunta el oficial, ...tanto. «¿Le alcanza el dinero para vivir?», y sí, esa pregunta está en el formulario. «Discúlpeme, pero se la tengo que hacer», contemporiza el oficial de la Federal.

El viernes último a las siete de la tarde me sumé a una entusiasta multitud que recorrió la polémica retrospectiva artística de León Ferrari, en el Centro Cultural Recoleta. Con un objetivo laboral: conocer la muestra en detalle y preparar algunas entrevistas con distintas fuentes para intentar dar cuenta, en una nota para La Capital, de la tensión puesta de manifiesto estos días entre el arte de Ferrari, sin concesiones, y la Iglesia Católica ofendida por supuestas blasfemias del octogenario artista.

Eran algo más de las 8 de la noche y el salón principal del Centro Cultural de la calle Junín 1930, que da al patio de los Tilos, trabajaba con su capacidad colmada. De repente, un grupo de entre cuatro y seis personas jóvenes, militantes de agrupaciones católicas ultranacionalistas, comenzó a destrozar contra el piso la serie "Botellas". Entre las que se puede ver, por ejemplo, la cara del Papa Juan Pablo II mezclada con preservativos inflados.


Caos y conmoción
La insólita guerrilla de los militantes católicos provocó la conmoción buscada. Y la furia de casi todos los presentes, que atacaron en masa, con vocación de linchamiento, a los pintorescos cuadros de choque que ofrece esta versión patética del catolicismo argentino. Con los vidrios en el piso y todo el mundo gritando, llegué al lugar del hecho (cuando se produjeron las roturas estaba en un salón contiguo, a unos 20 metros del lugar). Y apasionado con mi condición de testigo privilegiado, intenté recabar testimonios y comentarios que me permitieran reconstruir los hechos. Hablé con unos y otros. Muy rápido, la policía se llevó a los agresores -a cuatro de ellos-, tal vez no a todos. No habrá faltado quien hizo ejercicio de simulación, y se cambió de bando, para salvarse de la furia generalizada.

Y llegó el momento esquizofrénico de la noche, que pagué con 12 horas de calabozo y mi primera causa penal abierta.

Algunas personas, tal vez enardecidas por la propia naturaleza de los hechos gravísimos y la brutal provocación, buscaron más culpables. Algunos comenzaron a señalarme, a viva voz, como uno de los agresores -tal vez por el efímero contacto que tuve con alguno de ellos-. Otros se sumaron. Se armó en un instante una ola inquisidora sobre mi persona. Por supuesto, expliqué qué estaba haciendo ahí. Pero ya no fue posible detener la operación lanzada por un pequeño grupo, y tomada quizá de buena fe por algunos de los presentes. Resultado: la policía le cree a la gente. Por supuesto, nadie me vio rompiendo nada.

Pero no cuenta. Había que darle alivio a tanta furia. Termino detenido junto a los cuatro cándidos activistas del nacionalismo de derecha. Una hora y media después salgo esposado del Centro Cultural. En un coche policial, con la sirena encendida. Rumbo a la comisaría 19ª. Eso sí, cuando llego me aclaran, "puede hacer un llamado".
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