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 domingo, 28 de noviembre de 2004  

candi
Charlas en elCafé del Bajo
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-Como tantas mamás salía a trabajar para obtener, junto con su esposo, recursos para apenas vivir. Los turnos laborales rotativos determinaron que no obstante ser una mamá primeriza, de 28 años, debiera trabajar de madrugada. Como el papá tamben trabajaba en horas de la madrugada el bebé quedaba sin sus padres. Fue por poco tiempo, porque "el gordito", como C. lo llama, tuvo que ser internado por una descompensación ¿Qué fue lo que le ocurrió al bebé? Pues luego de varios estudios los médicos concluyeron en que había padecido un "espasmo del sollozo", es decir el síndrome físico frecuente en los bebés por una alteración emocional: frustración, dolor, temor u otro sentimiento adverso. En este caso el nene pudo temer ante la ausencia materna y se las ingenió para advertir que algo le estaba faltando, algo determinante en su existencia: su mamá. Ante la imposibilidad de cambiar el horario, ella sin dudarlo renunció a su trabajo de inmediato para estar con su hijo. Aun cuando hizo lo correcto, ahora está algo angustiada: hay más privaciones, la vida es más dura y lo será hasta que pueda encontrar otro trabajo donde desempeñarse de día. ¿Reflexión?

-Inocencio, varios fueron los factores que determinaron que la mujer debiera renunciar (en parte) a la tarea de encargada del hogar y criadora de los hijos: la revolución industrial o moderna industrialización, como la llaman algunos autores; los grandes hechos bélicos hicieron que la mujer suplantara al hombre en las fábricas por cuanto aquel se encontraba en el frente de batalla y, desde luego, la necesidad impuesta por una estructura económica singularmente perversa: la mujer debió a salir a ganar el pan junto con el hombre para que la familia pudiera apenas sobrevivir. Si bien es cierto que estas circunstancias permitieron demostrar que la mujer supera al hombre en muchos aspectos y si bien es verdad también que esto permitió la conquista de derechos que estaban suprimidos, no puede soslayarse una realidad: la ausencia de la madre en el hogar fue y sigue siendo causa de no pocos infortunios. Aun a riesgo de merecer el reproche de algún psicoanalista, sociólogo o de cualquier lector vanguardista, diré que esta ausencia materna dio origen a lo que yo llamo la generación desolada. Los ejemplos son muchísimos, pero voy a puntualizar uno sólo y en el marco de interrogantes: ¿cuál es el resultado psicológico para el chico de la posmodernidad que pasa horas frente a una computadora mientras sus padres permanecen todo el día fuera de su casa? ¿Qué precio está pagando y deberá pagar por la ausencia materna? ¿Ninguno? Desde luego que no.

-Pero no se puede culpar a los padres por ello, Candi.

-Claro que no, de ninguna manera, por eso hablé antes de estructura económica perversa. La base social de la tribu, de las primitivas sociedades se basaba en roles perfectamente definidos: el hombre era cazador o recolector, cultivaba la tierra o cuidaba el ganado y la mujer-madre era quien organizaba el aspecto doméstico. Esta estructura se mantuvo más o menos intacta hasta que la industrialización y las reglas del mercado determinaron otra cosa. Claro que no determinaron, por un siniestro egoísmo, que con la mano de obra del hombre bastara a la familia para vivir con dignidad. Esta chica, como tantas mamás y tantos papás, no fue vista por sus empleadores sino como un número, un objeto al que se puede no sólo desechar si no es funcional a los intereses de la empresa sino que hasta se lo puede sumir en la angustia sin más. Nada importa. Más allá de esta consideración, Inocencio, me permito decir que C. no ha perdido nada sustancial si se analiza todo el espectro. Todo lo contrario, ha comenzado a encontrar, con su actitud, algo maravilloso: nada menos que a un hijo. Porque primero somos vehículos para la vida de los hijos, pero la tarea más ardua, la más compleja, es ser guía y amparo del ser que se forma. A veces los papás no advertimos la importancia, lo trascendente que es buscar y encontrar a cada momento a nuestros hijos para formarlos con nuestra presencia. Con frecuencia no justipreciamos el precio alto que pagamos al cabo del tiempo si se falla en ese sentido. Diré, Inocencio, para terminar, que los empleos y otras cosas en la vida van y vienen (ya no vienen tanto los empleos, es cierto), pero los hijos, amigo, a veces no retornan jamás. Esto es lo que debe tenerse en cuenta.

Candi II
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