| domingo, 07 de noviembre de 2004 | | | Charlas en el Café del Bajo [email protected]
-Eugen Borowitz, autor del libro "Para comprender el judaísmo", escribió en el año 1984 un artículo donde analiza el fracaso humano, su tremenda y devastadora consecuencia en el espíritu y la psiquis. Dice: "No previmos la posibilidad de un fracaso profundo o duradero. Nunca creímos que nuestras mejores ideas pudieran ser tan pequeñas, nuestros planes tan inadecuados..." Añade más adelante algo de una verdad incontrastable que, muy lamentablemente, cada vez se advierte más: "El resultado (por el fracaso) no es sólo una desazón moral, sino una época en la cual en medio de la mayor opulencia y libertad que jamás se ha disfrutado el más común problema psiquiátrico que nos aqueja ya no es la culpa sino la depresión. Al tomar conciencia de nuestros fracasos -añade- dejamos de creer en nosotros mismos y no podemos siquiera hacer el bien porque el fracaso nos convenció de que todo lo que hacemos carece de valor". Desde luego, Borowitz insta a filósofos, psicólogos y religiosos a alentar al hombre que se siente fracasado. Claro, si advertimos que éxito y fracaso son hechos existenciales que se miden hoy con la escala individualista y consumista de lo que uno posee como persona en lo material e intelectual y no con aquella medida más excelsa, más elevada, de lo que uno ha logrado ser en lo espiritual y mental, concluiremos en que el fracaso es un golpe rudo que derriba al hombre y lo deja en soledad.
-A propósito, escuchaba a Roberto Fontanarrosa en un reportaje que le hicieron anteanoche en un canal porteño y me hizo sentir tan tremendamente bien cuando con simpleza, pero con gran profundidad, dijo que el principal logro de una persona es ser bueno. Y sin embargo, las metas que se propone el hombre son frívolas, insustanciales, efímeras. Si se alcanzan no es sino a fuerza de haber dejado de lado a veces cosas importantes en la vida. Por cierto, deben ser mantenidas a costa de pagar un precio usualmente caro y si se pierden o no se alcanzan, como dice Borowitz, provocan una tremenda desazón, a veces rayana en la depresión. Y como bien sostiene usted, Candi, la soledad gana el espacio que le corresponde al amor. Porque en definitiva, y volviendo a lo que decía Fontanarrosa, uno es bueno si ama. Me permito expresar lo siguiente: la frustración genera inmediatamente un vacío y en consecuencia aparece el sentimiento de soledad. En la tristeza y soledad, derivadas de la frustración por un éxito no alcanzado, sea éste de índole material o de carácter afectivo, hay una ausencia de amor o de algo amado. Ahora, esta ausencia de la cosa amada, deseada o necesitada, esta soledad puede ser superada con facilidad si no se produce otra ausencia, en cuyo caso la soledad pasa a ser una patología, un mal tremendo.
-Me interesa esto Inocencio, prosiga.
-Esa otra ausencia a la que me refiero es el amor por sí mismo. Cuando el ser humano no percibe su "yo" trascendente o supone que tal "yo" carece de suficiente valor o siente que la existencia de ese "yo" no tiene sentido, entonces ha dejado de amarse, se ha perdido a sí mismo, la soledad lo abarca todo y el resultado puede ser nefasto. Esto es lo que jamás deberia ocurrir.
-Tiene mucha razón Inocencio. Entonces, como dice Kushner el ser humano a veces es tan soberbio -aun en su tristeza- que ni siquiera permite que lo valore Dios. Y yo añadiría que es tan necio que a veces (y en esa frustración existencial en la que se encuentra) tampoco posibilita que lo valoren otros seres. Este tema del amor, la soledad y las frustraciones es muy, pero muy importante porque en algún momento de nuestras vidas la soledad llega y hay que estar preparado para afrontarla. Diré, a propósito, que una reconocida psicóloga, Zunilda Gavilán Martiarena, tratará esta cuestión en un ciclo que comenzará el miércoles 17 de este mes, a las 19.30, en Cyrano, Corrientes 726. El tema de la charla será "El espacio de la soledad". La entrada será libre y gratuita, pero recomiendo hacer reservas al teléfono 4495252 por la limitación en cuanto al espacio.
-Nosotros estaremos allí, Candi. ¿Su reflexión final?
-Lo copio a Fontanarrosa: no puede haber frustración si uno comprende que la bondad es el valor supremo. No puede haber soledad si hay amor. Amor, a pesar de ausencias; amor por la vida, por tantas cosas hermosas y por uno mismo. Nadie ama de verdad si no se ama primero a sí mismo. Y "ese amor" elemental por el "yo", lógicamente, no debe ser narcisismo.
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