| miércoles, 06 de octubre de 2004 | ¿Por qué se comienza a fumar? En muchos la adicción adquiere un carácter compulsivo y se transforma en un problema Durante la niñez y la adolescencia, épocas de la vida en las que alrededor del 95 % de los fumadores comienzan a consumir sus primeros cigarrillos. Se empieza a fumar no diariamente y en aparente dominio de la situación. Esto brinda la falsa sensación de poder fumar o de no hacerlo en forma voluntaria.
El hecho -paradójico por cierto- que el sabor del cigarrillo sea desagradable crea la trampa más siniestra, dado de que, al no disfrutar del sabor, como parecen hacer los demás (aunque en realidad tampoco lo hacen), el novel fumador se convence de que no se volverá adicto y de que siempre estará en condiciones de fumar o de no hacerlo utilizando su libre albedrío. Esto es cierto en los comienzos, pero imperceptible, rápida y progresivamente, el dominio cambia de manos en virtud del desarrollo de la adicción, que pasa a comandar el consumo en forma independiente de la voluntad, perdiéndose en forma más o menos rápida, la capacidad de decidir si fumar o no en un momento dado.
En muchos casos, la adicción adquiere un carácter compulsivo severo y se transforma en un serio problema rápidamente, porque la incorporación de la droga adictiva se realiza desde el principio en dosis importantes, con un promedio de 10 pitadas (10 dosis), por cada cigarrillo. Sólo en unos pocos casos se desarrolla escasa o lentamente, por lo que, un pequeño porcentaje de fumadores conserva mucho de su poder de decisión, y es capaz de liberarse del cigarrillo en forma relativamente fácil, sin las dificultades que hacerlo le plantea al resto.
La adolescencia es un período de la vida caracterizado por el descubrimiento constante. Una época en la que casi todo se hace por primera vez, en la que comienzan a establecerse relaciones afectivas con personas fuera del ámbito familiar y el deseo de ser aceptado por los demás es muy intenso. Se persigue la reducción de la distancia entre uno mismo y los demás, ser sociable y sentirse socializado ser, en definitiva, "como los demás". Por otra parte, la noción de riesgo para la salud, enfermedad y muerte, no se perciben en esta etapa de la vida en su real dimensión.
Las inseguridades personales y las carencias de la adolescencia funcionan entonces sin oposición alguna, como catalizadores de acciones tendientes a lograr la inefable sensación de ser parte del grupo, casi a cualquier precio, no escatimando en gastos ni recursos. La existencia de un vacío en la educación y en la formación teórica deja que otros dos elementos jueguen un rol preponderante en la determinación de las conductas: el ejemplo y la propaganda.
Desde muy pequeños, nuestro subconsciente se ve atacado por información publicitaria que asegura múltiples beneficios derivados de fumar, haciendo aparecer al cigarrillo como uno de los objetos más importantes de nuestra vida. Tener uno o ambos padres, un hermano o un amigo fumadores, funciona como un importantísimo condicionante y aumenta enormemente las posibilidades de que el adolescente fume.
Fumar funciona como un rito de iniciación hacia la adultez, proporcionando algo de la ansiada seguridad, crea la ficción de pertenecer, asimila subconscientemente al fumador con la imagen del triunfador del corto publicitario.
La publicidad apunta en forma agresiva y descarada sobre los adolescentes. Se publicita la imagen de ídolos deportivos, vaqueros que nos invitan a ir a su mundo, aventureros y triunfadores. Todo hace que se desprecien las estadísticas. Mientras fumamos, nunca responsabilizamos al cigarrillo por los problemas de salud que nos provoca, y cuando dejamos, la culpa de todos los problemas e inconvenientes que eventualmente aparecen en nuestras vidas, se las atribuimos al hecho de haber abandonado. Quizá como resultado de esto, 39 % de los adultos fuma en la Argentina.
Los esfuerzos deben orientarse a revertir esta situación para lograr que los niños no caigan en la trampa y nuestros pobres fumadores adultos consigan abandonar la adicción a las drogas, aunque en este caso se trate de consumo legal.
Carlos Lorente, cardiólogo
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