| domingo, 03 de octubre de 2004 | Interiores: El lugar de la perfección Por Jorge Besso Lo primero que se impone es saber si la perfección tiene lugar, y si ese lugar es solamente en el cielo, o también es posible en la tierra. Y en el caso de ser en la tierra igualmente habría que precisar si se trata de un horizonte, por lo mismo un inalcanzable, pero en tal caso con un sentido de guía. A la vez, no deja de ser una cuestión saber si la perfección sólo concierne al Bien, en tanto y en cuanto en el fondo no podría haber una perfección en el Mal ya que el mal en sí mismo representaría una imperfección.
Para un filósofo como Platón la cosa está más bien resuelta ya que plantea una división muy tajante: por una lado está el mundo de las ideas y por el otro el mundo de las cosas, y las cosas a lo sumo sólo se pueden asemejar a las ideas ya que en ellas habita la perfección. Toda materialización y toda realización pertenecen al mundo de la imperfección, ya que en todo hacer, la idea que lo subyace queda un tanto desflecada cuando se compara la susodicha idea con el producto terminado, ya que éste está plagado de imperfecciones.
Se trata de la diferencia insalvable entre las cosas divinas y las cosas terrenas. Es también el salto, algunas veces el abismo, pero en cualquier caso el espacio de diferencia que siempre existe entre la teoría, a la que se la suele identificar con los aires o con el cielo, y por otro lado la práctica que por lo general es ubicada en la tierra.
Algo similar sucede en los humanos con las cosas que tienen en la cabeza y en el corazón cuando se proponen decirlas o expresarlas, al punto que apenas comienzan a ser dichas o apenas despunta su expresión también comienzan a perder la nitidez interior, es decir que en nuestras cabezas las cosas tienen una claridad que ya no es la misma apenas nuestras ideas se asoman más allá de nuestras narices. En este sentido hay un refrán lapidario que sentencia: "No aclares que oscurece", con un sentido más que transparente, ya que cada vez que queremos aclarar algo que no está claro queda finalmente menos claro.
La danza entre la perfección y la imperfección nos acompaña desde el comienzo y conforma una de las tantas dualidades humanas. En el sentido de que la dualidad es específicamente humana, ya que los animales en términos generales no son tan retorcidos como los humanos. Aún los más humanizados (en muchos sentidos habría que decir neurotizados por nosotros, los denominados seres racionales) como podría ser el caso de los perros, tienen una estabilidad bastante superior a nosotros. No son ciclotímicos respecto del afecto que nos brindan y que les demandamos, por lo general tampoco se aburren de sus amos, y hacen siempre más o menos lo mismo con lo que más bien se acercan a la perfección.
Ni que hablar de la perfección de un árbol, seguramente perfecto aún en sus imperfecciones, pues estarán superadas por una regularidad perfecta en una sucesión de hojas y flores que aparecen cuando toca aparecer y desaparecen cuando toca desaparecer, además de que en muchos casos los susodichos árboles nos sobreviven demostrando también en eso ser bastantes más estables y perfectos.
Semejante regularidad, que en cierto sentido es una condición de la perfección, no existe en el humano. Ser más bien imprevisible, así se trate del ejemplar más aburrido, de todas maneras no estará por fuera de la dualidad antes señalada. De forma tal exigirá perfección y a cambio ofrecerá imperfección sin que la contradicción le altere el sueño o el apetito, ya que cualquier saldo a favor del otro quedará inmediatamente cubierto por la íntima convicción, acaso la certeza, de dar más que ese otro con el que mentalmente hace un control de cuentas.
Es interesante que el concepto y el sentido corriente de perfección no pueden evitar la polisemia. Circulamos por el mundo de las cosas y por el mundo de las palabras, sin que estos dos mundos estén perfectamente separados, además de que no siempre ni mucho menos, se pueden establecer las constantes determinaciones entre dichos mundos, con lo que nos encontramos que en esta vida ni la perfección es perfecta en el sentido estricto, y tratándose de perfección no podría haber otro sentido que el estricto.
Es decir que la perfección no es un mueble con un solo cajón que albergue un sentido único, sino que al abrirlo hay más de un cajón y al proceder a la apertura dos llaman especialmente la atención:
*Uno que al asomarnos muestra sin rubor ni pudor, un sentido muy nítido al proclamar que la perfección es la cosa perfecta.
*Otro que al abrirlo destapa el sentido jurídico del asunto al señalar que en los actos jurídicos, la perfección se refiere a que cuando concurren todos los requisitos, recién en ese punto, estamos frente a un acto con sus derechos y obligaciones.
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