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 sábado, 02 de octubre de 2004

Punto de vista: La maquinaria de los sueños

Fernando Toloza / La Capital

La maquinaria doméstica del Oscar está otra vez en marcha. "El abrazo partido", de Daniel Burman, es la precandidata argentina elegida por la flamante Academia de las Artes y Ciencias de la Argentina para competir por una nominación al Oscar a mejor película en lengua no inglesa. El primer dato para el análisis es que el filme cuenta con el reconocimiento internacional del Festival de Berlín, donde en febrero pasado se alzó con dos premios Oso de Plata. El sentido común se impuso: si "El abrazo partido" era el filme con más premios de peso en el exterior, tenía que ser el enviado a Hollywood. Y esta vez el sentido común respalda a una película interesante, falsamente enmarcada en el costumbrismo judío. "El abrazo partido" cuenta una pequeña historia ocurrida en un mundo también pequeño. Ariel Makarof quiere hacerse ciudadano polaco para poder viajar y/o vivir en Europa sin el karma de ser un ciudadano argentino. Su viaje a Europa pretende dejar atrás el mundo de una galería comercial en el barrio de Once porteño y también la pregunta incesante de por qué su padre abandonó a la familia cuando Ariel era apenas un bebé. Un abandono más inquietante que cualquier otro porque el padre de Ariel se fue a pelear una guerra en Israel. En la senda del personaje Wakefield de Nathaniel Hawthorne, que un día deja su casa por veinte años y sin dar razones, Makarof regresa al barrio y a la vida de su hijo Ariel. Pero a diferencia de Wakefield, tiene una razón que, finalmente y como forma de salvación, se revela como una sinrazón, como un acto que

lo alejó de la vida, y cuya revisión y aceptación le permite recuperar el mundo de sus afectos. "El abrazo partido" tiene un momento clave: cuando la abuela de Ariel comienza a entonar una canción de fuerte identificación con una cultura y de pronto esa mirada o esa escucha restringida se transforma en un mensaje tan argentino como el universo de personajes que puebla la galería donde Ariel Makarof hace

sus observaciones semiantropológicas y

donde el joven recibe y responde, finalmente, el abrazo paterno. Cuando puede inventar

a su padre y reconocerse en su mirada.

Un paso que en la Argentina, tan rica y tan empobrecida, tan enfrentada y trampeada,

a veces parece imposible.

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