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 lunes, 06 de septiembre de 2004

candi
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-"El porvenir de las almas" es un poema muy lindo que Campoamor le escribe a una persona amiga cuya hija acababa de morir. El poeta español infunde a este ser humano, atribulado, casi tan muerto como su hija, una dosis muy grande de consuelo y le insta a no permanecer durante mucho tiempo en estado de aflicción, a no incorporar la tristeza como un sentimiento crónico en su existencia, sabiendo que con ello este demonio fagocitaría su condición humana reduciéndolo al carácter de un vegetal o criatura cuasi pensante. El poema comienza de esta manera: "Si de vuestra hija fue estrella/dar tan niña el alma a Dios,/¡ay, feliz mil veces vos!/¡dichosa mil veces ella!/Pues ya huella/las celestiales alturas,/no halle en vos nunca lugar/el pesar,/porque para almas tan puras/«morir es resucitar»".

-¿Por qué dice que el demonio de la pena fagocitaría su condición humana?

-Porque usted sabe que la aflicción no es la condición natural del hombre. Yo disiento, y mucho, con aquellos que sostienen que al mundo se ha venido a sufrir y que la tribulación es el carácter esencial de la condición humana. Me enrolo en las corrientes de pensamientos que sostienen que si bien es cierto lo que decía Jesús -"en el mundo tendrán que sufrir"- y que el sufrimiento es un sentimiento que en cierto grado coadyuva a la elevación espiritual, descarto que tal sentimiento debe perpetuarse en la existencia. Como alguna vez he sostenido, una vez que la pena sirvió a su propósito debe ser desechada, pues sino lejos de ayudar al crecimiento del espíritu se convierte en una herramienta destructiva. Por eso digo que Campoamor insta en su verso consolador a no incorporar la pena como sentimiento crónico.

-¿Hemos dado un giro en nuestras charlas parece?

-Sí, porque en los últimos días desnudamos una realidad social que apabulla, perturba, hiere y devasta a muchos seres humanos y es imprescindible entregar además otro mensaje que exprese la certeza de que la luz también existe y nadie debe renunciar a su búsqueda y encuentro. Por eso este lunes elegí poemas que están llenos de esperanza ante el drama de la muerte. Me preguntará usted ¿Pero por qué la muerte vincularla con la aflicción social, con la pena individual, con la soledad? Pues porque yo creo que como nunca antes y por diversas causas algo muere y causa pena en la sociedad y en el ser humano no ya de nuestro país, sino del mundo. Es menester pues no permitir que el "yo", al menos el "yo" superior, el "yo" esencial, sucumba con esa parte que se derrumba.

-No es fácil a veces.

-Mire, a continuación de expresar "En el mundo tendrán que sufrir", Jesús añade: "Pero tengan valor, porque Yo he vencido al mundo". Desentrañar este pensamiento daría lugar a libros y debates, pero la conclusión inmediata que se me ocurrió siempre es que hay en estas palabras un mensaje muy claro: se puede vencer al mundo y sus injusticias; se puede, en fin, vencer a la pena cuando esta intenta, en su afán invasor, y hegemónico, trastrocar nuestra esencia o desviar nuestro destino.

-¿Y cuál es nuestro destino?

-Nuestro principio y fin es Dios y si el principio y fin es amor y reposo, el medio, es decir el camino, la existencia, no puede ser sino, en términos generales, amor y reposo. Es el propio hombre el que ha sembrado el camino de espinas. Una gran responsabilidad de este crimen, la más grande responsabilidad diría yo, la tienen los líderes y a los conducidos sólo a veces nos queda no perder el estado de reposo a pesar de "ellos". ¿Cómo lograrlo? Pues ya que estamos entre poetas, le dejo como tarea que reflexione estos versos de José María Pemán: "Quiero un gozo que me envuelva/porque él me sea mayor./¿Qué gozo será el que traiga/tanta anchura y tanto sol?/Dios le dijo al siervo fiel:/"Entra en el gozo de Dios".../¡No gozos que entren en mí:/quiero un gozo en que entre yo!". Se lo repito Inocencio: "¡No gozos que entren en mí: quiero un gozo en que entre yo!". Hay una diferencia magnífica y decisiva entre incorporar un gozo y adentrarnos en un gozo o estado de sosiego. Hasta mañana.

Candi II
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