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 domingo, 05 de septiembre de 2004

Travesía en kayak por el río de chocolate
Aventura náutica por las aguas del Paraná, desde San Lorenzo hasta Rosario. Tres días a puro remo

Eduardo Schreiber

El 9 de julio pasado nos embarcamos en kayak junto a Fernando Arranz para realizar una travesía náutica por las aguas del río Paraná y los riachos adyacentes. Partimos de la ciudad santafesina de San Lorenzo, recorrimos el canal de navegación junto al puente a Victoria y desembarcamos en la costanera rosarina. Fueron tres días intensos de remo.

La travesía comenzó a las 10.30 en la Prefectura de San Lorenzo. Cruzar el canal principal del Paraná no fue una tarea sencilla, ya que el fuerte viento del noroeste generaba olas de hasta 60 centímetros. Cada kayak tenía una carga extra de 30 kilos, integrada de alimentos, ropa, utensillos de cocina, carpa, bolsa de dormir y herramientas de pesca.

El cruce demandó alrededor de 15 minutos. En la orilla opuesta el viento soplaba cada vez más fuerte. Cansados y con los kayak inundados decidimos desembarcar en la isla. En la costa encendimos un fogón para secar la ropa, tomamos unos mates, ordenamos el equipo y retiramos el agua que había ingresado en los botes.

Más tarde reiniciamos la marcha, el viento había perdido furia. Fue el turno de costear la isla El Banco y flanquear un par de barcos fondeados a no más de 100 metros de la costa. Luego avistamos el riacho El Bobo y lo navegamos hasta ingresar al riacho Careaga. Ante la ausencia de dificultades el ritmo de la palada fue aumentando. El paisaje que se abría hacia los cuatro puntos cardinales era incomparable.


Arroz con hongos
Casi cinco horas y media después de la última parada accedimos al riacho Barrancoso y buscamos un lugar adecuado para pasar la primera noche. La luna comenzaba a ganarle la pulseada al sol. Preparamos unos mates calientes y planeamos la cena. El menú fue arroz con hongos acompañado de cebollas y ajo frito. De postre, naranjas y barras de chocolate.

Al día siguiente desayunamos mate con galletas. Era curioso ver el vapor que se levantaba del riacho Barrancoso formando una tenue neblina sobre la superficie del agua, bajo la cual se sentía el chapuzón de los peces.

A las 10 comenzamos a remar nuevamente. El cielo estaba despejado y el agua parecía un espejo pulido que se alteraba con el paso de los kayak. Luego de dos horas de buen ritmo nos topamos con la desembocadura de un arroyo por la margen derecha. Consultando el mapa y la brújula nos pareció la boca del riacho Timbocito. Encallamos y bajamos para estirar las piernas y confirmar el rumbo a seguir.

Proseguimos la marcha hasta las 15 y nos detuvimos a almorzar pancitos saborizados con rodajas de salame. Tomamos unos mates y compartimos naranjas y barras de chocolate. Después del recreo volvimos a navegar en dirección sureste. Alrededor de las 18.30 observamos de cerca la silueta de la ruta a Victoria. Elegimos un lugar para acampar, estábamos cerca del objetivo final.

La cena fue de "alta cocina". El menú consistió en cuatro cebollas picadas y dos dientes de ajo fritos en aceite, abundantes fetas de bondiola, seis huevos revueltos, sal, orégano y un toque de torrontés. Una delicia irresistible en la noche isleña.

Al día siguiente, el amanecer nos regaló un espectáculo maravilloso: una furiosa helada había dejado un manto blanco sobre los árboles, pajonales y ramas caídas. El reflejo del sol en los charcos cristalizados dibujaba destellos multicolores. En la madrugada la temperatura había alcanzado los seis grados bajo cero.


En compañía de patos y garzas
Cerca de las 9.30 nos dirijimos rumbo al puente sobre el riacho Barrancoso que nos guiaría al canal de servicio dragado junto a la ruta para llegar a Rosario. De ahora en más el paisaje sería repetido durante cuatro horas: terraplén y vehículos sobre la izquierda y costa relativamente baja a la derecha, interrumpida a veces por lagunas que se internaban en las islas. Completaban la escena patos, garzas, cigüeñas y otras aves que nos escoltaron durante los 20 kilómetros restantes.

Finalmente, cerca de las 15, desembocamos en el río Paraná. Nos alejamos unos cien metros de la costa para aprovechar la correntada y decidimos ir al islote de Regatas (frente al estadio de Rosario Central). A las 17.15 regresamos al club Regatas y guardamos los botes. Con el atardecer se impuso la sensación de misión cumplida.

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En el final de la travesía los aventureros navegaron junto al puente Rosario-Victoria.

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