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 domingo, 05 de septiembre de 2004

Reportaje
Juan Martini: Escrito y vivido en Rosario

Osvaldo Aguirre / La Capital

Juan Martini es autor de una obra literaria que comprende once novelas y cuatro volúmenes de relatos. A partir de septiembre, la editorial cordobesa Alción comenzará a reeditar el ciclo protagonizado por su personaje Juan Minelli (cuatro títulos) y en noviembre Editorial Norma publicará "Colonia", su última novela. Ha obtenido numerosas e importantes distinciones, y tuvo también una destacada actividad como editor, primero en España, donde se exilió durante la dictadura, y luego en Buenos Aires, su ciudad de residencia. El martes pasado estuvo en Rosario, invitado a disertar en la Fundación Italia, y accedió a recordar sus orígenes como escritor con Señales.

La historia de Martini comenzó en Rosario, donde nació en 1944. En los años que vivió en la ciudad protagonizó varios de los sucesos culturales más importantes de su época: la edición de revistas como Setecientos monos y el lagrimal trifurca, el periodismo en la revista Boom, la fundación de la librería Signos -eje de la vida intelectual rosarina entre fines de los 60 y mediados de los 70- y de la Editorial Encuadre, un sello que entre otros títulos publicó el primer libro de cuentos de Roberto Fontanarrosa y la primera edición de "Prostitución y rufianismo" (1974), de Rafael Ielpi y Héctor Nicolás Zinni.

-¿Cómo nació la Editorial Encuadre?

-Fue una iniciativa mía. Yo tenía una librería, la librería Signos, que empezó en 1967 o 1968 en la galería La Favorita con un local muy pequeño, luego nos ampliamos y tuvimos un local grande en Córdoba y Corrientes, por Córdoba, frente a la Bolsa de Comercio. Trabajábamos fundamentalmente con los estudiantes de Filosofía y Letras, incluido Psicología. A partir de la estructura de la librería se me ocurrió armar una editorial. Tuvimos dos o tres aciertos de salida más o menos importantes, con libros que eran obvios en 1972-1973 pero que comenzaron a circular por primera vez, como una selección de artículos del Che Guevara, que me posibilitaron hacer otras cosas. Así salió el primer libro de cuentos de Fontanarrosa, que se llamaba "Fontanarrosa se la cuenta" y después fue reeditado como "Los trenes matan a los autos". Un día cayó el Negro por la librería -siempre pasaba, antes de ir para El Cairo- y me dijo "escribí esto, miralo". Yo no lo podía creer, porque eran cuentos extraordinarios. Publiqué también "Prostitución y rufianismo". Tenía series de literatura y de sociología.

-¿Había un equipo armado? ¿Quién se encargaba del diseño, de la distribución?

-De la producción del libro propiamente dicho, tanto del arte interior como del exterior, me encargaba yo. El Negro Fontanarrosa hizo si no todas la mayoría de las tapas de esa editorial. Los libros se hacían en una imprenta local, que no sé si seguirá estando, Malanchino; luego, por cuestiones de costos, se empezaron a imprimir algunos libros en Buenos Aires. Y teníamos distribución a través de distribuidores de Buenos Aires que yo conocía por la librería.

-En la misma época, a principios de los años 70, estabas en el lagrimal trifurca, aunque no eras poeta.

-Exactamente. Primero había hecho Setecientos monos, del 64 al 68. Colaboró mucha gente que estaba en la Facultad. Nicolás Rosa fue codirector de la revista, donde además publicaron María Teresa Gramuglio, Gladys Onega, Luis Prieto.

-Setecientos monos tenía un aire a revista francesa, empezando por el diseño, ¿no?

-Avanzamos mucho hacia esa definición después de los primeros números, supongo que por propuesta directa de Nicolás. El diseño final es del Colorado Elizalde. Setecientos monos era básicamente una revista de narrativa y crítica, pero también publicaba poesía: recuerdo haber publicado poemas de Juan L. Ortiz, a quien visitaba en Paraná, poemas de Juan José Saer, de Hugo Padeletti. Cuando termina esa época quedo flotando un rato. Yo era amigo de Elvio Gandolfo y colaboro con el lagrimal trifurca, que él dirigía, en la parte de narrativa. Si bien era una revista básicamente de poesía, el lagrimal tenía una parte de narrativa, que yo editaba. Y en las ediciones del lagrimal publiqué en 1973 un único libro de poemas, "Derecho de propiedad": un error de juventud que no volveré a cometer (risas). Con tapa de Fontanarrosa. En el 69 había publicado mi primer libro de cuentos, "El último de los onas".

-¿Cómo llegaste a publicar ese libro?

-En principio se iba a publicar en la editorial de la Biblioteca Vigil. El que me lo pidió fue Jorge Riestra, que era uno de los asesores en narrativa. Yo había ganado dos veces un concurso del Fondo Nacional de las Artes, representado acá por Amigos del Arte: en el 64 y en el 68. En el segundo concurso Riestra me dijo: "bueno, a ver cuándo publicás un libro". Pero en la Vigil tuve problemas con los contenidos de algunos cuentos, considerados inmorales, no sé, por la comisión directiva. Me pidieron que retirara un par de cuentos, a lo que me negué con toda la arrogancia de los veinte y pico de años. Me retiré, guardé todo en mis cajones y me fui. Juan José Saer, de quien fui muy amigo en esos años, publicó en esa época "Unidad de lugar" en Galerna, que era la antigua Galerna, la Galerna que funda Willy Schavelzon y donde trabajaban Alberto Manguel y Juan Sasturain. Entonces, en uno de los viajes que hacía Juan, de ida y vuelta entre Buenos Aires, Rosario y Santa Fe, me dijo: "yo vengo dentro de dos meses, preparame un libro de cuentos que lo llevo a Galerna". Y Saer llevó "El último de los onas". Lo curioso fue que a los veinte días me dijeron que lo publicaban. Nunca más me volvió a pasar con tanta rapidez.

-¿Tenías algún interlocutor en particular en Rosario para hablar sobre narrativa?

-Parte de "El último de los onas" integra la última época de Setecientos monos. Uno de mis principales interlocutores, en Rosario, fue Nicolás Rosa. A él le debo lo mejor y lo peor que escribí en esos años. A Nicolás no le gustó en absoluto mi segundo libro de cuentos, "Pequeños cazadores", que salió en el Centro Editor de América Latina, que era un cuento menos experimental que el anterior, más narrativo. Me dijo que era un paso atrás. Yo creo que era una etapa que tenía que pasar, entre la experimentación y la narración, para ir encontrando algún tipo de camino propio, para ir encontrando mi tema, mi forma.

-¿Cómo te incorporaste a la revista Boom?

-No sabría decirte. Por espontaneidad. No recuerdo exactamente cómo. Yo había hecho crítica de libros en La Capital, con Gary Vila Ortiz. Yo fui muy amigo de Gary, también. Las conversaciones sobre literatura con Gary fueron importantes. En Boom comienzo comentando libros y después soy una suerte de cronista urbano. Hago notas de color, un poco de todo, menos lo más importante (risas), que lo hacían Rafael Ielpi, Rodolfo Vinacua y otros. Pero un buen día me mandan a hacer un reportaje a Nacha Guevara -cuando Nacha Guevara era Nacha Guevara-, que vino con (Alberto) Favero. Y por alguna razón Ovidio Lagos Rueda decide dar ese reportaje en tapa, lo cual para mí fue una suerte de debut y consagración periodística. Después estuve en una revista que hizo Arturo Uranga, que se llamó Zoom. Ahí fui jefe de redacción, pero la revista tuvo un rumbo errático y duró muy poco. De todas maneras fue lindo. En Boom nos conocimos con Fontanarrosa. A Ielpi lo conocía porque hacía El arremangado brazo (N. de R.: revista que apareció en 1963), y conocía a todo el grupo que hacía esa revista.

-¿Es cierto que había una rivalidad entre el grupo de El arremangado brazo y el de Setecientos monos?

-Sí, había una rivalidad fuerte. Era como que ellos eran la parte progresista del asunto y nosotros los afrancesados, por lo del diseño. Nos acusaban de propiciar una literatura más de élite. Ellos estaban con el hombre de la basura y con sus poetas -tenían grandes poetas, como Aldo Oliva. Tampoco esa división era tan cierta. En Setecientos monos todos éramos progresistas, políticamente hablando; otra cosa era la posición frente a ciertos fenómenos culturales o frente a la literatura. En ese sentido, El arremangado brazo tenía una posición más combativa. Nosotros tuvimos gestos explícitos, como la condena a la invasión norteamericana de República Dominicana (1965). Pero El arremangado era una revista que salía a la calle y le hacía un reportaje al hombre de la basura. Nosotros no hacíamos eso. Le hacíamos un reportaje a Juan L. Ortiz.

-¿Cómo impactó el Rosariazo en los intelectuales rosarinos de la época?

-El Rosariazo fue una conmoción para la ciudad entera. Yo tenía 25 años, estaba en Corrientes y Córdoba, en la manifestación, a veinte metros de donde la policía mata a (Luis Norberto) Blanco. De ahí en más hasta el 75 -para hablar de mi experiencia- Rosario vive años altamente politizados. No nos olvidemos de la ciudad ocupada durante la dictadura de Lanusse, los rastrillajes del Ejército, toda la gente de Filosofía y Letras que cayó en cana en esos años.

-¿La librería tuvo problemas con la represión?

-Sí, sobre todo en el 75, que fue un año de mucho hostigamiento, de amenazas de bombas. Vaciábamos la librería, nos íbamos a Augustus, tomábamos un café y volvíamos. Como trabajaba con los estudiantes de Filosofía y Letras, la librería era considerada de izquierda. Era un punto de encuentro, de circulación de muchos escritores. En noviembre o diciembre de 1975 me cayó una amenaza de las Tres A. Yo no participaba de ninguna organización, pero consulté un poco y pensé en irme a Barcelona. La librería quedó a cargo de Hugo Diz, que era mi socio, y siguió por lo menos un año más. En Barcelona yo tenía dos amigos y me habían comprado dos novelas, por lo que me habían pagado 500 dólares. Y con ese dinero, y otros 200 dólares que yo tenía, me fui de Rosario.

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Frente y perfil. Juan Martini publica en noviembre una nueva novela.

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