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 domingo, 05 de septiembre de 2004

Perfiles
Isidoro Blaisten: Adiós a un maestro del relato
Reconocido como cuentista, acababa de publicar su primera novela, "Voces de la noche"

Carlos Roberto Morán / La Capital

Fue, sin duda, uno de los grandes narradores que ha dado la Argentina, maestro del relato y, especialmente, del cuento breve. Entrañable persona, dueño de un personalísimo humor al que supo añadir la melancolía y, en la última parte de su obra, una creciente sensación de angustia y desasosiego. Isidoro Blaisten (su verdadero apellido era Blaistein) había nacido en Concordia, Entre Ríos, en 1933 y muy joven se radicó en Buenos Aires, donde desempeñó distintos oficios. Uno de ellos, el de librero, daría lugar a un texto entrañable, "Cerrado por melancolía", en la que cuenta las peripecias que intentó sortear, sin éxito, para mantener su negocio abierto. Su primer "diálogo" con la literatura se produjo a través de la poesía, pero iba a ser en y con el cuento donde Blaisten encontraría su razón de ser.

Un crítico alguna vez apuntó que la Argentina, en una supuesta antología de los mejores cuentos del mundo, sin duda se iría a hacer presente con textos de Borges y Cortázar, pero que el tercer convocado sería Blaisten. Suscribimos a pleno esa idea, porque con "Los tarmas", por ejemplo, el querido escritor supo transmitir como pocos esa confluencia del estado de necesidad y de la necesidad, al mismo tiempo, de mantener las apariencias tan propia de nuestra clase media venida a menos.

Pero hay mucho más en su obra: están esas pequeñas piezas maestras que incorporara a su inclasificable libro "El mago", la otra confluencia que obtuvo --humor, tango, literatura mal digerida y peor aplicada a la vida real- en "Dublín al sur", las historias terribles propias de un país que se volvía cada vez más peligroso y que supo contarnos en "El acecho" y, en fin, el sinnúmero de relatos que entregó en sus distintos libros, que bien merecerían reediciones: tanto los citados como "La felicidad", "Cerrado por melancolía", "Carroza y reina", sus "Anticonferencias" y las memorias de "Cuando éramos felices".

Siempre preocupado por la situación del país, por el buen decir, por la necesidad de preservar la cultura, Isidoro murió el pasado sábado 28 de agosto a los 71 años, cuando disfrutaba de los primeros comentarios favorables de lo que terminó siendo su canto del cisne -y él ironizaría mucho con este concepto-, vale decir su primera y única novela, "Voces de la noche" (Seix Barral), con la que había roto casi una década de silencio.


DEFENSA DEL LECTOR PURO
En "Voces de la noche", utilizando el símil del relato de suspenso, Blaisten puso en manifiesto primer plano distintos temas que le fueron recurrentes: el humor, que ignora el sarcasmo pero se nutre de ironía, su "afincamiento" en la melancolía, la atmósfera de una ciudad, Buenos Aires, de la que no terminaba de apropiarse, la defensa irrestricta de la literatura como una suerte de instancia viva e irrenunciable, y -por sobre todo- la "denuncia" de aquellos aviesos que intentan matarla.

Este último ítem se vuelve paradigmático en el texto. Sí, porque "Voces de la noche" quiere ser la trinchera desde la cual el autor de "Dublín al sur" buscó ejercer la defensa del lector puro, de aquel que "simplemente encuentre el placer de leer" y no resulte derrotado por los libros de autoayuda y similares males contemporáneos.

El "lector puro" de esta historia contada en sintéticos "capítulos", casi remedos de cuentos cortos, no esconde a un escritor vergonzoso, el "lector puro" no se propone ser editado ni ganar ningún premio literario. Ese personaje ama sencillamente la literatura, la poesía, la ficción, las palabras, pero odia el estereotipo, el lugar común, las voces altisonantes que, con sus particulares muletillas, están matando a la literatura (Blaisten dixit) Y por consiguiente se propone terminar con ese Desconocido que se esconde detrás de distintas afirmaciones o premisas temerarias, tales como: "No existe", "Ese no es un escritor", "Nada más alejado de la literatura", "Escribe con los pies", "Es totalmente autorreferencial" (cuando se habla de otros autores, de otros libros).

Para el protagonista de la historia, corresponde que a ese Desconocido se le aplique veneno, ese Desconocido al que busca con fe y hasta desesperación por una ciudad abatida por el calor, a la que no se nombra, que tiene sitios con extrañas denominaciones: Puente del Prevaricato, Avenida de la Desolación, Parque de las Estatuas Decapitadas, Vergel Nippón, Monolito del Pedófilo, Monumento a la Expoliación, Estatua del Enfermero Desconocido o Paseo de los Ilícitos. Nombres más que raros, sospechosos y por serlos es muy factible que el lector reconozca cuál es en verdad esa ciudad de excesivos malos aires.

El vendedor tiene sueños recurrentes, en los que se reiteran presuntas sentencias bíblicas, los haikus que le dicta una mística japonesa así como las experiencias (cómicas todas) de una suerte de maestro zen a quien todas sus máximas se le vuelven en contra.

Algo del ámbito sórdido y desalmado que se presentaba en el anterior libro de Blaisten (hablamos de "Al acecho", de 1995), se da cita en esta novela en la que el personaje central se ve constantemente superado por acontecimientos extraños, que no sólo no domina sino que parecen anticipar sus movimientos "justicieros".

Aunque a nuestro entender innecesariamente extensa, lo menos que se puede decir de la novela es que tiene momentos brillantes, que concluye "a toda orquesta" y que por supuesto es notablemente fiel al particular mundo de Blaisten. Y que él fue -también- notablemente fiel a sí mismo, al defender la literatura, al advertir que hay "otros" dispuestos a terminar con ella.

Resulta triste escribir, al mismo tiempo, el obituario y el comentario a su último trabajo. Y difícil resulta evitar la melancolía a quien tan bien supo transmitirla en texto. Aunque también es bueno saber que su obra vive. Y que ella queda a la espera con mucha paciencia del lector puro, incontaminado, para celebrar la literatura. Para celebrar la vida.

Adiós al querido maestro.

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Un grande. Blaisten conocía como pocos los secretos del arte de narrar.

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