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 domingo, 05 de septiembre de 2004

Interiores: Felicidad y libertad

Por Jorge Besso

Con toda probabilidad si se les diera a elegir a los humanos entre la libertad y la felicidad habría una fuerte tendencia a responder que se quieren las dos cosas. Al menos por dos razones:

Una, por gula.

Dos, para evitar la reflexión, y consecuentemente, la decisión.


Hay una considerable propensión de los humanos por el todo, una gula por la totalidad que seguramente debe configurar una obesidad del ser, en tanto y en cuanto los humanos andan por la vida diciendo, y en cierto modo diciéndose, que todo no se puede, pero al mismo tiempo queriendo todo.
Probablemente los mejores ejemplos de la gula por el todo se dan en el amor, donde el amante quiere todo del amado, y de ser posible le gustaría disponer de un pin, es decir de un código de acceso al interior del otro, o bien una contraseña que abra las esclusas que nos permitan un acceso directo del alma del amado.

Semejante artilugio permitiría no tener que recurrir al expediente de la margarita que, por cierto, no suprime la incertidumbre, y más que nada evitaría tener que hacer trampa cuando la susodicha margarita responde "nada" y por tanto el ser, tan goloso de amor tiene que recurrir a una manipulación de la secuencia y conformarse con las migajas que le ofrece un pétalo que le anuncia que lo quieren poquito, lo que sigue siendo bastante grave; o que en el mejor de los casos lo quieren mucho, que como se sabe, es mucho menos que el todo o la totalidad del amor que se pide, reclama y clama.

Ahora bien, frente al dilema de tener que optar entre la felicidad y la libertad la situación es bastante compleja, ya que muchos pueden caer en la tentación de la inmediatez, de lo que se tiene en la mano y en ese punto sacrificar la libertad con tal de asegurar la felicidad, más que nada porque la certeza de la felicidad embriaga, mientras que la incertidumbre de la libertad inquieta.

Marilyn Monroe, en rigor Marilyn, es uno de esos seres bellos por fuera y bellos por dentro (lo que de ninguna manera excluye su sufrimiento) todo lo que hace que nadie mejor que ella pueda simbolizar las caras opuestas de la existencia, construyendo su vida y su éxito, y tal vez su muerte y quedando para siempre en esa galería tan especial, y para especiales, donde están los que muestran que no es que la inmortalidad no exista, sino que no se vive para verla.

En 1960 le realizan el último reportaje donde esta fantástica mujer es capaz de hablar de ella misma sin la redundancia de ese narcisismo tan extendido, y que se alimenta cotidianamente con las grageas de la autoestima, marca Bucay o cualquiera de las ofrecidas por estos pastores empeñados como están en aniquilar la capacidad de reflexión de la gente. Y Marilyn dice: "La gente tiene mucha gracia. Te preguntan algo y si respondes con franqueza se escandalizan. Alguien me preguntó una vez: ¿Qué se pone para dormir?, la chaqueta del piyama, un pantalón, un camisón y yo respondí: Chanel Nº 5. Era cierto, no quería decir duermo desnuda, ya me comprende, pero esa era la verdad".

Magnífica respuesta que muestra a la vez el pudor y la ironía de esta mujer ante una pregunta cargada de morbo y moralina, que quería saber si la rubia dormía semidesnuda de la parte superior o semidesnuda de la parte inferior, o acaso la improbable posibilidad de que durmiera toda tapada, al menos en la mente del preguntador, a esa altura más o menos alterado. Ella que soñaba con ser maravillosa era lo suficientemente inteligente como para saber que no le alcanzaba con serlo, pero tal vez no pudo advertir el peligro que representa lograrlo.

Con todo, esa capacidad de combinar pudor con ironía reconforta en estos tiempos de tanta alma plastificada, sobre todo en el país de Marilyn, país que ella padeció y que padece casi todo el mundo que ya desde sus tiempos (y también desde antes) viene produciendo ejemplares como el presidente actual, que si puede dormir es porque es de plástico y los que lo voten se alimentan de hamburguesas plastificadas. El resultado es óptimo para un sistema que ha logrado que a mucha gente no le interese demasiado ser feliz, y mucho menos ser libres. El único y el mayor de los intereses: ser para ser y hacer para ser.

Todo lo contrario, Marilyn creía en los sueños, en los sueños de verdad, por eso era capaz de decir una cosa muy sorprendente: "Me gustaría mucho ser una buena actriz, una actriz de verdad. Y también me gustaría ser feliz, pero, ¿quién lo es? Creo que intentar ser feliz es casi tan complicado como intentar ser una buena actriz".

Los buenos actores y las buenas actrices son los que pueden abstenerse de su propio ser, de ser siempre ellos mismos para así poder interpretar al otro. Algo muy parecido sucede en la vida, en que nuestro propio ser se puede convertir en el famoso árbol que nos tapa el bosque y el bosque empieza más allá de nuestras narices. Y lo apasionante es que en el bosque, hay de todo, a pesar de tantos uniformadores y de tan pocos formadores.

Es que el humano vive en un nudo muy especial donde se anudan las determinaciones internas y las determinaciones externas. No se trata de desatarlo. Esa es la locura. Tal vez se trata de que tanto la libertad como la felicidad son efímeras, es decir que van y vienen en esa danza tan especial entre uno y el otro, en la que a veces se puede bailar juntos, pero no siempre.

Más o menos como en el amor. Para que la felicidad y la libertad tengan algún espacio y para no caer en la gula, es imprescindible recordar que no hay amor sin incertidumbre. Pero toda la cuestión es que queremos amor para que no haya incertidumbre, con el riesgo de quedar atrapados en nuestro propio ser.

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