Año CXXXVII Nº 48494
La Ciudad
Política
La Región
Información Gral
Opinión
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Educación 28/08
Salud 25/08
Autos 25/08


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 29 de agosto de 2004

Cuando escribir significa iluminar

Osvaldo Aguirre / La Capital

Los escritores se distinguen por el uso que hacen de ciertas palabras, por la manera en que liberan a ciertas palabras de los lugares comunes y las escriben como si esas palabras fueran utilizadas por primera vez, como si inventaran esas palabras. En el caso de Alicia Kozameh una de esas palabras podría ser luz. Los relatos de "Ofrenda de propia piel" son como distintos caminos que conducen a un lugar: la cárcel, la experiencia carcelaria de la autora en la alcaidía de mujeres de Rosario y en Villa Devoto, durante la dictadura militar. Es decir, el lugar de la oscuridad. La cárcel, en particular la alcaidía de mujeres, era un lugar donde las detenidas, entre otras cosas, tenían prohibida la luz.

La palabra inicial de "Bosquejo de alturas", el primer relato del libro, es fulgores. "Fulgores, estallidos, activados en zonas ocultas", así dice la frase. Algo que ocurre no en cielos azules ni en atardeceres despejados, no en lugares abiertos, sino sólo en sótanos, "en espacios donde el aire es oscuro, y tan espeso que transmite las ondas de los crujidos, las pisadas de los borceguíes". Son fulgores que despiden los cuerpos de quienes están allí, como un aura que se desprende de sus cabezas y sus manos: "dejan salir a través de su cuero cabelludo y de sus uñas una forma de claridad que las va iluminando y las retroalimenta en el silencio". Son fulgores que despiden las miradas y también las palabras. "Son algunas palabras. De entendimientos. De desacuerdos. Se rozan, se frotan en el aire. Producen luz", escribe Alicia Kozameh.

En "Mungos mungo" hay una frase elocuente al respecto: "Luz -se dice- no es la del sol. Luz es la legítima y natural claridad o tiniebla con que entendemos la existencia". Este relato es la narración que hace una persona que está encerrada, al parecer por propia voluntad, y que se interroga sobre su vida y su pasado. En "Alcira en amarillos" encontramos una situación similar. Aquí se trata de una especie de rompecabezas, ya que la narración ensambla distintos momentos en la vida de una mujer: episodios de infancia, la relación con los padres, la adolescencia y la prisión. El sótano de la cárcel la envuelve en un color sepia, "el aire sepia de humedades cerradas y movimientos circulares le da forma en el espacio de la celda".

Escribir significa iluminar. Y esa luz de la escritura es la que viene de aquel pasado. No por efecto de una idealización sino de una experiencia que se proyecta hasta el presente: "Me colma estar definida hacia los seres humanos, tener esa claridad abarcándome". Las imágenes del pasado, dice uno de los personajes de Kozameh, son las únicas que pueden otorgar las medidas del presente. El pasado, se lee en otro relato, no es ni más ni menos que el presente. En cuanto leemos nos ponemos en marcha hacia ese pasado.

Es decir que el pasado es también parte de lo porvenir, es lo que se perdió y lo que puede ser recuperado a través de la memoria y la ficción, lo que aquí se entrega como ofrenda. Un pasado que fue oscuro y sombrío pero donde también se encendió esa luz poderosa que crearon un grupo de detenidas y que Kozameh preserva a través de sus palabras. Una luz tan intensa que, en la lectura, resplandece como un fuego.

Hay un poema de Paul Eluard, "Para vivir aquí", que dice: "Hice un fuego, lo azul me había abandonado./ Un fuego para ser su amigo/ Un fuego para entrar en la noche invernal,/ Para vivir mejor.// Y le di todo aquello que el día me hubo dado". Esa luz de la escritura, de "Ofrenda de propia piel", es como un fuego porque es algo que reúne, y también algo que abriga, que conforta, y sobre todo cuando la rodea un espacio inclemente u hostil. Y Kozameh pone muchos materiales para graduar esa luz, para encender y reavivar ese fuego. En primer lugar su memoria.

La memoria no alude a versiones más o menos exactas sobre hechos del pasado sino al peso y la densidad que pueden alcanzar las palabras. Una densidad que deriva de experiencias concretas y que la palabra atesora. Algo que va más allá de la voluntad o del proyecto que se tenga, algo que aparece así como Kozameh cuenta en "Acumulación", el texto que hace de prólogo: este libro es un recuento, un regreso y una revisión de historias contadas, dice, y al mismo tiempo recuerda el otro sentido de aquella palabra: "recuento es lo que, dos veces al día, con cada cambio de guardia, en las cárceles, llevan a cabo los celadores para asegurarse de que nadie se fugó".

En "El encuentro. Pájaros", relato que narra un reencuentro de las ex detenidas, se dice de ellas que "se enredan en gestos y en hilos de palabras". Justamente las palabras clave de la memoria son como hilos. Uno tira de esos hilos y aparecen pequeñas historias, diálogos, sucesos que se tornaron imborrables. Por ejemplo, la mención a los "tesoros" que tenían las presas evoca uno de sus trabajos de resistencia: eran las cosas que guardaban bajo la baldosa suelta del baño, "que les ocupó el trabajo de más de un mes levantar y ahuecar en el concreto".

La memoria, en la cárcel, era una forma de resistir. En "Bosquejo de alturas" las presas recuerdan películas, escriben y representan obras de teatro, reconstruyen novelas y poemas y los transcriben. Un minucioso sistema de comunicaciones permite intercambiar ese material de lectura a espaldas de las celadoras, y también todo aquello que hace a su supervivencia como seres humanos, desde llevar una lista de los compañeros muertos, para ser distribuida entre quienes pudieran conocerlos, hasta lecciones de primeros auxilios, pasando por textos de filosofía y política, "todo transcripto en letra ínfima sobre papeles ínfimos". Había una biblioteca clandestina, una biblioteca que las presas ocultaban en sus propios cuerpos. Claro que no era para pasar el tiempo: "La biblioteca confirma la existencia de todas, de cada una", dice la narradora. Porque se trata de los libros de formación y de los libros a los que están asociadas emociones, momentos de felicidad o de pérdida.

"Ofrenda de propia piel" no es un libro de relatos en el sentido tradicional, no presenta una colección de historias autónomas sino, como se dice en la introducción, una especie de collar, cuentas que se vienen a enhebrar. La experiencia de la cárcel atraviesa todos los relatos: la forma en que un grupo de mujeres pudo sobrevivir. Pero cada uno de los caminos sigue un recorrido diferente.

La carga testimonial de algunos relatos es notoria. "Bosquejo de alturas" termina con el momento en que los policías sueldan una plancha de metal contra las rejas de la puerta de la alcaidía de mujeres, episodio que refiere a un hecho puntual en la historia de la represión local. "Ultimo mensaje" se presenta como la carta que escribe Sara a la Gorda, carta que está fechada el 25 de marzo de 1976 y alude a una circunstancia concreta en la historia personal y en la historia del grupo de presas políticas: el momento en que se endurecen todavía más las condiciones de detención, cuando se suprimen las visitas, la correspondencia y el ingreso de libros. Sara cuenta que las celadoras les prohibieron ponerse poéticas al escribir: tenían que ser palabras claras, comprensibles, quizá querían palabras despojadas de afecto, despojadas de humanidad, como eran esos lugares en que mantenían cautivas a tantas personas.

Sin embargo, este relato habla de algo más, de un episodio central en la historia que Kozameh cuenta a través de sus libros, es decir, la historia de cómo un grupo de presas logró sobrevivir, cómo la inteligencia y la solidaridad garantizaron la resistencia y cómo esas mujeres enfrentaron ese aparato que estaba preparado para su aniquilación. La experiencia de la cárcel no significa el hecho en sí de haber permanecido en prisión sino aquello que se gestó en ese período y se renueva en el presente: "Juntas nos sentimos reconstruidas", dice la narradora de "El encuentro. Pájaros".

La narradora de "Vientos de rotación perpendicular" dice que se propone "averiguar. hasta saberlo todo", hasta que la historia "se desenrede de los sombríos ropajes" que la ocultan, "hasta que articule, tome, exprima, hasta que ejerza la palabra". Alicia Kozameh ha puesto su voz allí donde otros quisieron que imperara el silencio y la oscuridad.

O. A.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Una historia incesante. Kozameh vuelve una y otra vez sobre la cárcel.

Notas Relacionadas
Los testimonios de la ficción

"Ofrenda de la propia piel"

Para no olvidar


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados