| domingo, 29 de agosto de 2004 | Nota de tapa. Memorias del presente Los testimonios de la ficción Alicia Kozameh presento "Ofrenda de propia piel", un libro de cuentos en el que reelabora su experiencia como presa politica en la ex Jefatura de Policia de Rosario Osvaldo Aguirre / La Capital Alicia Kozameh escribe desde pequeña, pero su literatura se definió a partir de una experiencia límite: entre 1975 y 1978 estuvo detenida por su militancia política en la ex Jefatura de Policía de Rosario y en la cárcel porteña de Villa Devoto. Pasó catorce meses sin ver la luz del sol. "La cárcel y sus aditamentos me entregaron un tema literario que nunca he podido evitar", dice. Y después sobrellevó un régimen de libertad vigilada, por el cual tenía que presentarse ante la policía cada semana, y el exilio, a partir de 1980. Circunstancias extremas que explican acaso la intensidad de una obra singular.
Nacida en marzo de 1953 y criada en el barrio de Arroyito, Kozameh vivió hasta 1984 en Estados Unidos y en México. Regresó tras la restauración democrática, pero en 1988, después de recibir amenazas de muerte, optó por irse a los Estados Unidos. Actualmente reside en la ciudad de Los Angeles, donde escribe y da clases de literatura y castellano.
Kozameh estuvo en Rosario para presentar un libro de relatos, "Ofrenda de propia piel", que publicó el sello cordobés Alción. En la misma editorial apareció su novela "Patas de avestruz", editada en Alemania en 1996. Su primera novela, "Pasos bajo el agua" (1987), fue traducida asimismo al inglés y al alemán y será llevada al cine. También ha publicado "259 saltos, uno inmortal", reflexión sobre el exilio.
Acompañada a sol y sombra por su hija Sara Julia, en su paso por la ciudad la escritora visitó con otras ex detenidas el sótano de la ex Jefatura donde permaneció cautiva, en el marco de una serie de actividades que apuntan a preservar ese espacio "sin modificaciones que puedan borrar las huellas de una realidad que no ha quedado en el pasado". Las compañeras estuvieron también presentes y dieron un marco especial a la presentación de "Ofrenda de propia piel".
La experiencia en la cárcel se tornó más difícil tras el golpe militar de marzo de 1976. Como se narra en "Ultimo mensaje", uno de los textos de "Ofrenda de propia piel", a partir de entonces las condiciones de detención se endurecieron. Hasta ese momento, Kozameh había podido mantener la escritura.
-Eso fue en una época inicial, cuando todavía en la Jefatura de Policía era posible tener unos papeles, tener un cuaderno. Antes del 76. Cuando yo caí, en el 75, me llevaron un cuadernito y yo lo llené de poemas. Nada de amor: onda social, política. Pero yo tenía la seguridad de que eso iba a desaparecer, de que me lo iban a quitar y, efectivamente, en una requisa pasaron y nos dejaron absolutamente sin nada. Pero pensando que eso podía suceder, yo me las ingenié con la forma casi artística, la habilidad del preso, que se se aprenden muy rápido. Abrí unas sandalias que yo tenía de verano, las descosí -eran esas sandalias de cuero con forro-, copié los cuarenta y pico de poemas en papelitos de carta vía aérea o de armar cigarrillos, con letra muy chiquitita, los doblé y los metí bien aplastados entre el forro y el cuero. Volví a coser muy delicadamente las sandalias. Así salvé a esos poemas, que todavía existen.
-¿Cómo pudiste sacarlos del encierro?
-Un día nos avisaron que iba a haber una última visita, una última posibilidad de ver a nuestros familiares y que en esa visita les teníamos que entregar todo lo que nos sobrara. Y como llegaba el invierno yo entregué mis sandalias con esos poemas adentro. Fue mi padre el que llegó esa vez. Yo no le pude decir qué había en esas sandalias, solamente le dije "guardá mucho estas sandalias" y lo miré a los ojos muy fuerte. Mi padre no sabía qué pasaba pero se enteró de que realmente tenía que guardarlo. Se fue con las sandalias en la mano y el día que yo salí en libertad lo primero que hice fue llegar a la casa de mis padres y constatar que ahí estaban las sandalias. Descosí las tiras y recuperé esos papelitos, que recuerdo haber puesto abiertos y extendidos sobre mi cama, con enorme emoción.
-¿Se publicaron esos poemas?
-No. Cuando se trata de poesía tengo gran cuidado, porque no considero que me haya desarrollado como poeta. Prosa poética me sale, pero lo otro todavía no. Aunque tengo escritos unos dos mil poemas.
-¿La cárcel como tema de escritura apareció cuando estuviste en libertad?
-Claro. Dentro de la cárcel no podías escribir sobre la cárcel salvo cosas muy metafóricas. Y estaba viviendo la experiencia. Esas cosas surgen a la distancia y con el tiempo. Afuera, inmediatamente, uno empieza a sentir el tironeo de escribir sobre eso, porque fue una experiencia llena de angustias y de ansiedades. Pasó un tiempo sin embargo. Yo empecé a escribir ya fuera del país sobre ese tema. Como necesidad de elaborar una experiencia larga, profunda y difícil.
-¿La elaboraste sola o con otras compañeras? Pregunto por las cartas que con frecuencia aparecen en tus textos.
-Esas son ficcionales. En "Pasos bajo el agua" hay dos capítulos, "Carta a Aubervilliers" y "Carta de Aubervilliers". Esas cartas existieron porque allí se exilió una de mis grandes amigas, Estela Salvañá, que ahora vive en Paraná. La Juliana que menciono como que es Estela es esa Estela. Pero los contenidos de las cartas que aparecen en el libro no son exactamente lo mismo. Lo que no significa que no haya habido alguna de esas cosas que yo le pregunto allí, en la novela. Pero en realidad utilizo ficcionalmente el método de la carta con esa persona, o con otras, para establecer una conversación y tocar ciertos temas.
-¿Cómo pensás el cruce de testimonio y ficción? Hay un equilibrio muy raro en tus narraciones.
-Sí, hay gente que escribe testimonios directos, que yo valoro. Pero siento que estoy incapacitada de enfrentarme al testimonio directo. En realidad, al final, pensándolo y pensándolo, me doy cuenta que es una incapacidad en el sentido de que hay gente que puede enfrentar la realidad vivida en forma mucho más directa, clara. Y yo evidentemente necesito eludir esa frontalidad. Por lo tanto, construyo la mediación con elementos ficcionales. Trato de burlar esa frontalidad, porque tengo una sensibilidad que me impide tratar el tema en forma directa. Me resulta muy fácil revivir todo, revivo demasiado fácilmente de manera que necesito la mediación. Si yo juego con las palabras, me convenzo que estoy escribiendo sobre un mundo que me estoy creando, en el cual los personajes no son yo, tiene otro nombre, les pasan cosas parecidas pero no son yo misma y entonces puedo tratar el tema. Necesito el juego para zafar del dolor. Porque todo esto produce mucho dolor.
-En uno de los relatos del libro se dice "escribo para investigar". ¿Es tu propósito?
-Investigar no lo objetivo, no dónde está este compañero o cómo murió aquel otro. Escribo para investigar en la psicología humana, para investigar en la sensación que uno debe atravesar cada vez que uno vive experiencias como ésta, para enterarme de hasta dónde uno es capaz de resistir y soportar y dar respuestas. Me refiero a saber más y más sobre este ser humano que puede protagonizar tan diversos roles en la vida.
-Cuando empezás a escribir sobre la cárcel, ¿lo hacés como catarsis o ya tenés en claro esa perspectiva?
-Empiezo con distancia. La ansiedad de escribir y conectar esto con el arte siempre la tuve, porque siempre anduve con el arte a la rastra, siempre a cuestas. Pero a todas estas experiencias, incluso las experiencias difíciles de mi niñez, las conecté con una forma artística de salir del paso. Como un mecanismo de defensa, además, probablemente. Esa es mi vía. Cuando no ha sido escritura, ha sido dibujo y pintura. Qué sé yo, muere mi hermana y qué hago: me junto con mis pinceles y mis óleos y una tela y pinto un ángulo de la mortaja. Una mano y un área de la mortaja, por ejemplo. Pero siempre tuve que juntarme con una forma artística para lidiar con el dolor. Con la cárcel lo mismo. Con las muertes.
-Al hablar de esa etapa has dicho que "la cárcel me dio madurez y decisión". ¿Te referías a la experiencia de resistir junto con las otras detenidas, a esa red de pequeños actos solidarios que las sostenía?
-Claro. Porque ahí el que no madura, madura. La experiencia de aprender a convivir, de aprender a cuidar a los que te rodean, de aprender a defenderlos, todo eso realmente hasta que no llega el momento y uno tiene que vivirlo a la fuerza, hasta que uno no lo vive, hasta que uno lo atraviesa, no se tiene la menor idea. Son experiencias muy límites. Uno adquiere una templanza. De pronto uno tiene el espacio limitado. Porque cada una de nosotras tenía el mismo derecho de ocupar un espacio y de expresarse. Entonces uno aprende a conocer sus límites y a estipular otros límites y a obedecer esos límites propios e impuestos por los que lo rodean a uno. Esa es la clave de la convivencia. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Reunidas. Ex detenidas políticas durante la dictadura militar, en la presentación del libro de Kozameh. "Juntas nos sentimos reconstruidas", dice la escritora. | | |