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 domingo, 15 de agosto de 2004

Ciudad mágica
Del teatro callejero al circo sin carpa
Una nueva generacion de actores toma las calles de Rosario como escenario. Son payasos, malabaristas y acrobatas que recrean un antiguo misterio

Claudio Berón / La Capital

El circo entró en la ciudad. Los magos no dejaron ver los trucos, un ejército de payasos disimuló la invasión y los trapecistas y zanquistas bajaron de los cielos en extrañas máquinas. No montaron carpa, convirtieron la ciudad en un campo de arena y se refugiaron en los barrios. La infantería de esos batallones imaginarios se quedó en los semáforos haciendo malabares, los acróbatas y los zanquistas avanzan los fines de semana sobre el parque de España y otros jardines que rodean la ciudad.

Los invasores son muy jóvenes. Las mujeres se visten con telas rayadas y se mueven en bicicletas, los varones usan raros peinados. Buscan identidades, lugares comunes y los encuentran en ese circo sin carpa que recorre la ciudad. Son hijos del teatro callejero que comenzó a aparecer con el retorno de la democracia. Una corriente impulsada por actores, payasos y acróbatas que incorporaron técnicas circenses en la representación: zancos, tambores, estructuras aéreas y, en lugares cerrados, trapecios, telas y aros de sirena.Así se generaron talleres que se llenaron de chicos. Los antiguos callejeros ahora son docentes y enseñan circo y actuación, otros montan carpas en los barrios para menores en riesgo social.

Los que trabajan en técnicas circenses se definen como actores. El director de teatro Norberto Campos, fallecido en julio de 2003, es una referencia fundamental. Otra figura mítica, aún en carrera en las plazas de Málaga, es Miguelillo, el payaso Tingui Tanga. Además están Jorge Palermo y Alberto Dorado.

"En el año 1985 di clases en Buenos Aires en el Centro Cultural Rojas y en 1994, empecé en Rosario -cuenta Alberto Dorado-. Soy actor y me puse a experimentar con técnicas de acrobacia. Quiero que la gente vea con todo el campo visual, hasta los 360 grados, que si el texto dice "estoy dado vuelta" el actor haga una pirueta y se dé vuelta".

Alberto Dorado no duda para definirse. "Soy un payaso", dice y sus gestos se hacen más suaves, su boca se ensancha, su cuerpo se tensa. "Entre el payaso y el clown -aclara- hay diferencias sutiles, el payaso debe emocionar, no sólo hacer reír".

El boom del circo sin carpa no lo asombra. "A los chicos les interesa ser ellos, sin la masividad de la globalización. En medio de la cultura descartable encuentran un lugar donde poder expresarse, ejercitar el deseo a partir de su cuerpo y divertirse. Esto fue una moda en los 90, ahora quedó y se instaló, no con tanta fuerza pero sí con más ganas". Dorado es parte del grupo Polifacético y monta espectáculos junto a otros payasos en un varieté que se hace en el Centro Cultural La Toma.

Además de los talleres particulares, en Rosario hay varios lugares donde los chicos pueden acercarse al circo: la Escuela de Artes Urbanos, que funciona en el Galpón 17 del Centro de Expresiones Contemporáneas, el espacio El Caldero y el Centro Cultural La Grieta, de Jorge Palermo.


Animales de circo
El proyecto de Palermo está enraizado en un barrio, Centeno y España, su casa paterna y el lugar donde se instaló el primer galpón, y en no más de un mes, la carpa.

Palermo hace memoria. "Empecé con la calle -cuenta-, y nunca pensé que iba a ser artista, pero hace como 20 años que hago esto. En La Grieta organizamos los carnavales del barrio la Guardia y enseñamos actuación y circo. Los chicos vienen de todos lados, pero éste es un barrio y tenemos una villa, en la que yo jugaba al fútbol, llena de chicos con ganas de hacer cosas. Todos tenemos un artista adentro, la cuestión es que hay que sacarlo".

A la casa del "Flaco", como le dicen todos, van unos sesenta chicos, que no pagan nada. En su momento Palermo fue contratado por la Municipalidad para dar talleres en distintos barrios, de los que salieron varios de los docentes de la Escuela de Artes urbanos. Palermo está conectado con cadenas de circos sociales de Brasil, Chile y Perú y su plan es crear algo similar en Rosario.

"Los chicos que vienen son variados, muchos tienen problemas serios. De esta forma no están en la calle, se expresan, saben que hay otro mundo fuera y lo descubren. Muchos de los que hacen malabares salieron de estos talleres". El objetivo, dice Palermo, es "lo popular con el circo en el medio. Pero que no quede todo en la destreza. Queremos encontrar la identidad y el contenido, que surjan las realidades y pueda canalizarse la bronca. Lo que buscamos es un chico expresivo".

La carpa va a ser la primera de Rosario y parte de los fondos para montarla vienen de una ONG suiza. Hubo un proyecto trunco del municipio que en 1996 montó una carpa itinerante: la diferencia es que ésta no dependerá del presupuesto oficial.


Una máscara poderosa
La pintura en la cara es parte de los números de todos, pero la nariz de payaso se la ponen unos pocos. "Es una máscara que todo lo puede", sostiene Adrián Giampanni, integrante del Ejército Popular de Payasos.

El Ejército nació en febrero de 2002, en plena crisis argentina. "Criticamos desde un lugar de permiso para el actor, se debe lograr un vínculo potente con el público, hicimos incursiones callejeras, con las asambleas barriales y las marchas de ese momento", cuenta.

Su cara es de payaso, sólo le falta la nariz, boca hacia abajo, ojos que miran todo, se prepara para la ironía, dispara. "La gente dice, esto es una payasada, los políticos son unos payasos, y ¿por qué se la agarran con nosotros? los payasos somos más dignos, tomamos riesgos, somos ingenuos, pero no tontos, somos torpes y en eso sí, somos parecidos a los que deciden, en la torpeza", Termina el acto, sigue la función.

Giampanni se formó con el actor Nino Viale en los años 80. "Todos podemos ser payasos, la gente necesita encontrar lo necesario para decir lo que siente", piensa.

Otro payaso confeso es Raúl Bruschini. Mimo, actor, equilibrista y compañero de rubro de Miguelillo, el payaso Tingui Tanga, forma parte del grupo Polifacético. Se muestra preocupado y trabajando sobre el teatro y lo circense, tanto desde lo estético como desde lo ideológico.

"Es una elección el tomar lugares abiertos, apoyar los trabajos en los barrios, pero sin perder la sonrisa, el humor, la gracia con la gente. La historia demostró que por dejar de lado los espacios culturales, en el país estamos así, se quebró una red de contención que pasa por los barrios, hay que recuperarla", dice.

Bruschini fue docente en el Distrito Oeste. "Es muy difícil trabajar en barrios carenciados desde el circo y los juegos. Vos sos como un colchón, y cuando el chico cae sobre vos, cae fuerte".En los barrios, entre los sueños de los chicos y las banderas, las clavas y los zancos, el artista Bruschini encontró otros artistas, intercambió experiencias. "Lo popular está acá. La tele o internet son actividades individuales. Acá todos participan".


Gente que se cuelga
Cuando pudieron darle vuelo a las ideas, se colgaron del cielo cercano, sostenidas por un trapecio. El proyecto El Caldero, que hace casi tres años se abrió en Rosario, juntó gente de teatro y de acrobacia que se cruza, que crece en el aire.

"Somos tres grupos -cuenta Mariela, que lo inició-, lo acrobático es una consecuencia. Estamos ligados al Circo Social de Buenos aires, tenemos amigos allí y en parte aprendimos de ellos. En Rosario formamos la Compañía de Aire, junto con Marina y Florencia, que están en Europa, la idea del Caldero es investigar por un lado y hacer recreación", sostiene.

Se presentaron en el Parque Urquiza con una estructura aérea, y a sus talleres concurren unos 20 chicos. Mariela es pequeña pero casi junco, habla rápido y marca las eses. Se viste con estilo kimono, telas y pollerines y sus compañeras son iguales, se identifican en la forma de caminar, en la manera de moverse, con los pies sobre el aire.

El proyecto está creciendo, el Caldero convoca, y por una extraña alquimia produce arte urbano, expresión de los tiempos del volar.


La troupe vagabunda
De las experiencias del Cirkito a Cuerda, que supuso una avanzada circense en el 2000, no quedan muchos artistas dando vueltas. La mayoría se fue a Europa, de donde traerá, seguramente, novedades, trucos, otros malabares y otros cuelgues.

Las nuevas máquinas de circo no pasan de los 25 años. No tiene apellidos: se llaman Julita, Banana, Florencia, Hugo el zanquista, Aldo, Flor, Marina, Caro, Pablito, Claudio. Se encuentran en el teatro El Rayo, en algún parque y en trabajos en los que los contratan, o en los aeropuertos. "Ahora se van Julita y el Negro para Europa", se cuenta en el ambiente.

De los casi 20 integrantes de la primera expeiencia del circo volante, doce están en Europa. "Hace dos años hubo una movida grande, inclusive armamos la fiesta del fuego en el Parque de España. Era muy loco: veinte o treinta personas haciendo malabares con fuego, con banderas y cintas candentes, llegó a ser un ritual, una idea de tribu urbana", rememora Hugo Ortigoza.

El zanquista, como conocen a Hugo, empezó con las artes del circo en un taller en la zona norte, con el "flaco Palermo". Es docente en la Escuela de Artes Urbanos, cuyos referentes son Laura de Dominicis, Mario Romeu y Marcelo Palma."Yo estoy trabajando en el lugar donde empezó la escuela, el club Veinte amigos en zona oeste. Ahí los chicos trabajan con poco y nada. Algunos de ellos ya están dando vueltas por los semáforos, es mucho más digno eso que pedir y vivir de la caridad, ¿no?".

Parados en lo alto de una calle cualquiera, sobre plazas, sogas o telas, revoleando pelotitas al viento, con banderas, clavas y pinturas en la cara, payasos, malabaristas y alquimistas de lo humano saldrán a encontrar a la gente por esta ciudad que cambia. El circo entró a la ciudad, nada puede detenerlo. Son las leyes de la arena y el picadero de los viejos circos criollos.

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Los Polifacéticos ya recorrieron América latina.

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