| sábado, 12 de junio de 2004 | Día "D": mis recuerdos Quiero en esta breve nota volcar los recuerdos de mi infancia. Soy normando y tenía siete años cuando con alegría general, por una radio que teníamos escondida en un mueble, mi madre, mis hermanos y yo mismo supimos que había llegado el día esperado por todos. Mi padre -ingeniero- en ese momento había quedado en Rouen al cuidado de la casa y de la empresa (electricidad marítima). Nosotros nos hallábamos en el pueblo natal de él, Milly sur Therrain, localidad más segura que Rouen, que era puerto marítimo. Uno de mis hermanos, con apenas catorce años de edad, había colaborado con otras personas en la construcción de un refugio subterráneo, para resguardo de la población del lugar por cualquier eventualidad (bombardeos, invasión u otras necesidades que pueden seguir), debido al momento que estábamos viviendo, inclusive previendo la posible destrucción de un puente que ya había sido minado por la Resistencia Civil para evitar la posible huida de los invasores. Cuando nos enteramos del desembarco, como dije anteriormente, gracias a esa vieja radio que para nosotros era un tesoro ya que estaban prohibidas, en ese mismo mueble colocábamos un mapa del norte de Francia donde día a día con banderitas hechas con el poco material de que disponíamos marcábamos el avance de los aliados. Un mes después (julio 1944), gracias a los puertos artificiales construidos en pocos días y que permitieron el rápido movimiento de las tropas de la coalición llegadas por aire y por mar, la gente de nuestro pueblo respiró conmovida al ver la entrada en el pueblo de los tanques aliados. Los alemanes que ocupaban Milly sur Therrain, al arribo de los liberadores trataron de refugiarse en un monte cercano llamado Le Bois du Roi. La resistencia civil los buscó y encontró, y tristemente debo decir que antes de entregarlos los hicieron pasar por todo el pueblo, cosa que a nosotros como niños nos causó sorpresa ya que no entendíamos muy bien el porqué de todo. Otra cosa que recuerdo muy bien fue ver la rasurada de la cabeza de las mujeres que obligadas, en su mayoría, habían colaborado e intimado con los vecinos. Esto ocurrió en la plaza del pueblo delante de la casa de mi abuelo y a la vista de todos. Durante los casi cinco años que duró la guerra, si bien tuvimos como todos algunas privaciones, debo agradecer que nunca pasamos hambre, gracias a los amigos y familiares y a mi padre (éramos cinco hermanos, dos mujeres y tres varones entre catorce y siete años). Mi padre traía de la casa de mi madrina, que tenía campo, una bolsa de trigo que luego llevaba al amigo molinero de su pueblo y lo cambiaba por harina que entregaba a otro amigo panadero en Rouen (alrededor de 150 kilómetros) donde vivíamos hasta un mes antes del desembarco. Las clases estaban suspendidas. No salíamos de paseo pero todos los domingos íbamos a misa. En la casa -que aún se conserva- en un gran sótano nos refugiábamos hasta que pasara el peligro de los bombardeos. Allí teníamos unas provisiones. En 1956, ya con 21 años, estuve seis meses haciendo parte de mi servicio militar en Alemania como tropa estacionada en ese país y comprobé qué diferencia había en ese pueblo alemán de aquel que tantas lágrimas hizo derramar. En 1965 en mi viaje de boda recorrimos parte de Alemania y pude comprobar nuevamente el espíritu de trabajo, de solidaridad y amistad del nuevo pueblo germano y su padecimiento por la división de su querida patria. Años más tarde con mi esposa y mis hijos en un nuevo viaje recorrimos las playas históricas y pude hacerles ver y explicarles esa historia, aprovechamos para visitar el famoso museo de Arromanche donde se encuentran armas, vehículos y maquetas de los puertos artificiales, lugares que invito a los que tengan la oportunidad de visitar mi provincia de Normandía. Desde hace más de cuarenta años vivo en la Argentina, pero tengo a toda mi familia (hermanos sobrinos y demás familiares) en Rouen y París, a los que visitamos cada cuatro o cinco años. Quiero terminar estos simples recuerdos felicitando a La Capital por la amplia información sobre ese acontecimiento histórico del cual tengo patentes recuerdos y hoy soy feliz al comprobar la amistad entre los pueblos beligerantes. Lo volcado es una apretada síntesis de todos mis memorias de esos trágicos momentos.
Michael Marcel Jules Peaucelle
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