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 domingo, 30 de mayo de 2004

Grandes valores del ayer
Los cines de barrio forman parte de una época dorada en la memoria popular

Silvana Brizzio

La mayor parte de ellos ya no existen. En su lugar hay videojuegos, galerías, comercios, supermercados, playas de estacionamiento. Pero a pesar de su ocaso los cines de barrio formaron parte de la vida, de la infancia de muchas generaciones y aún hoy perduran en sus memorias como un álbum de recuerdos de una época dorada que se resiste a ser olvidada.

Para estas generaciones las décadas del treinta, cuarenta y cincuenta son irrepetibles. Los barrios eran una especie de micromundo que brillaban con luz propia. Por esos años, la vida cotidiana se desarrollaba en el ámbito del barrio, de la manzana, de la esquina. Las distancias parecían más amplias, el centro de la ciudad más alejado.

Ir al centro formaba parte de una "salida especial". Para los niños dar una vuelta de recorrido en tranvía primero y en colectivo después representaba una especie de aventura. La salida "al centro" prometía un horizonte de deseos y peligros, una exploración de un territorio diferente.

Los barrios tenían vida propia, y gozaban de una especie de autonomía ya que ofrecían todas las posibilidades no sólo comerciales sino de entretenimiento y diversión. Tenían una cantidad enorme de cosas, calidad, alegría y emoción: cines, teatros, varietés, bailes, clubes, escuelas, negocios, tiendas, librerías, carnicerías, verdulerías, bazares, cafés (un lugar donde los hombres concurrían para "pasar el rato"), potreros, canchas de fútbol, quioscos de diarios, salones de billares y por supuesto mil cosas más lo cual hacía que la gente prácticamente no se moviera de los barrios ya que no necesitaban ir al centro.

La vida de relaciones, el ámbito de esparcimiento, estaban de alguna manera marcados en el lugar geográfico del barrio.

En quienes vivieron aquellos tiempos hay una constante que se repite: nostalgia por una época distinta, con códigos, entretenimientos y costumbres diferentes, donde primaba la inocencia, donde los barrios obreros progresaban pero principalmente donde las salas de cines representaban un lugar de encuentro, de intercambio de saludos con los amigos, los vecinos y también donde el cine aparecía ligado a algo "clandestino" (cuando uno no iba acompañado por los padres o mayores) o cuando uno era sancionado por escaparse para ir al cine en vez de haber ido a la escuela.

Cada sala de cine tenía una historia, una historia arqueológica, una historia que se encontraba cargada de vivencias y con su propia identidad. Por lo cual hablar de cine significa hablar de lecturas, de formación, hablar de la historia de una generación, y de lo que significaba en determinado momento histórico.

Hoy en día, el protagonismo de los cines de barrio ya se ha desdibujado; sin embargo persisten en toda una generación de rosarinos dispuestos a no perder sus recuerdos sobre una época donde el deporte, la política y la cultura hacían del barrio una pintura cuyos matices le imprimían una identidad propia y en la que intervenía, claro está, la magia del cine.

Si bien la desaparición de los cines de barrio se debe a distintos hechos, una de las características principales fue el proceso de cambio social con la consiguiente centralización. De esta manera, la dinámica urbana era otra, postergando la localización espacial a nivel barrial.

Pero con el correr del tiempo los sitios de diversión se fueron desplazando de los barrios. Un claro ejemplo son los jóvenes que ya no van a bailar a un club de barrio sino a las discotecas. La asistencia a las escuelas ya no tiene que ver con el lugar geográfico sino con el socioeconómico. Hoy en día las distancias no sólo están desdibujadas sino hasta son insignificantes e "ir al centro" forma parte de la cotidianeidad.

Por consiguiente, las modificaciones en el mapa ciudadano fueron fruto de un proceso de cambio operado entre los años cincuenta y ochenta aproximadamente, caracterizándose por una fuerte urbanización otorgándole al centro un lugar privilegiado que con su dinamismo se convirtió en un fuerte foco de atracción. Y así, con el correr del tiempo la desaparición de los cines de barrio significó y llevó a que el público suburbano tuviese que trasladarse al centro para ver una película. Eso junto a nuevas diversiones "al aire libre" llevaron a que ese ritual de concurrir al cine terminara quebrándose, empujando de esta manera la caída de los cines y poniéndole punto final a una supervivencia ya agobiante.

Podría agregarse que el puntapié final a las tradicionales salas de barrio se debió a la aparición de la televisión, la cual ganó a los chicos ofreciéndoles más dibujos animados, más programas de entretenimientos y más seriales. Además de permitirles a grandes y chicos mayor comodidad y un considerable ahorro en el presupuesto familiar a la hora de distraerse.

El período es evocado con nostalgia y con cierta emotividad hacia un pasado mágico, hacia una época dorada, hacia un tiempo lejano que, por qué no, fue mejor. Hoy mismo, casi la totalidad de las salas, ya sea céntricas o de barrio, que emocionaron, deleitaron, e hicieron reír a grandes y chicos han desaparecido. Pero no obstante permanecen en el recuerdo de hombres, mujeres, "viviendo" para la memoria y no para el olvido.

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