| domingo, 16 de mayo de 2004 | Córdoba: Un gigante que invita a la aventura La Capital estuvo en un trekking en Los Gigantes y participó de una escalada en el cerro de la Cruz Marcelo Castaños / La Capital Vista desde lejos, la roca parece un compacto homogéneo, casi liso. Pero cuando uno se acerca, deja ver todas sus irregularidades, huecos y saliencias, grietas, fisuras y astillas. Esas imperfecciones, desde las más grandes hasta las milimétricas, son los puntos de sustentación en una actividad reservada para una raza especial dentro de la especie humana: la de los escaladores. Una raza que desafía la gravedad con insolencia pavorosa.
La Capital compartió una jornada de escalada con estos deportistas. En la ocasión logramos el ascenso de 80 metros por una pared de unos 75 grados de inclinación, en el diedro chico del cerro de la Cruz, una ruta de 120 metros que lleva a la cumbre. Una experiencia increíble y bastante más difícil de lo pensada para alguien que jamás escaló y que ni lo tenía en sus planes hasta dos días antes de hacerlo. Pero una oportunidad imperdible para quienes vienen practicando o masticando la idea y que ahora tendrán la oportunidad de participar del curso para escalada en roca que organiza Acampartrek del 22 al 25 de este mes. (Informes en la web: www.acampartrek.com.ar).
Agilidad, fuerza, confianza en uno mismo y en las medidas de seguridad, más una cuota de valor para eliminar del lenguaje propio la palabra "imposible", son algunas de las cualidades que se ponen en juego en esta actividad que lleva bien puesto el calificativo de deporte extremo.
Rutas de granito El amanecer fue perfecto en el refugio La Rotonda, frente al macizo Los Gigantes, en Córdoba, a 1.800 metros de altura. El día arrancó diáfano y tentador para ganar la montaña.
La caminata empezó a media mañana hacia el Cerro de la Cruz, con su cumbre a 2.200 metros. En la pared posterior de esta formación se levantan varias rutas o caminos prefijados en la gran pared de granito por donde los escaladores ganan altura.
Las rutas pueden ser deportivas o alpinas. Las primeras tienen empotrados en la roca chapones en los que los escaladores van colocando los seguros en el ascenso. Las otras son libres, y los seguros se fijan sobre empotradores que el mismo escalador lleva consigo y va fijando en la pared. El diedro chico, que el grupo escalaría en esta oportunidad, es un mix entre ambos.
Claudio es guía de montaña y en este caso lo será en la escalada. Lo acompañaba su esposa Carolina, también escaladora, y Nicolás, que aportó su asistencia. Yo era el cuarto del grupo.
Claudio siente por la naturaleza y por su trabajo un respeto tan vehemente que hace que los demás sientan el mismo respeto hacia él. Cuidadoso del entorno llega al extremo de no hablar ni levantar la voz más de lo necesario para no echar ruidos extraños a los sonidos propios de la montaña. Le molestan las estridencias y las fanfarronadas de sus colegas que descuidan la seguridad en su afán por mostrar habilidades.
Llegamos a la pared del cerro donde haríamos el ascenso y donde ya había otros escaladores. Carolina y Nicolás se abrieron y fueron a escalar otra pared. Claudio y yo haríamos el diedro chico. La actividad empezó con la colocación del arnés y las primeras explicaciones del escalador: "La progresión se hace siempre con tres extremidades sujetas a la roca, y una sola por vez va buscando un punto de sustentación. No debés tomarte del equipo, ni agarrarte de las chapas, si en ese momento caes, es amputación segura".
Ahí se empezaron a hacer familiares términos como "punto de reunión" o "relevo" (donde los dos escaladores se encuentran para intercambiar roles); "cuerda dinámica" (la que absorbe el impacto de la caída e impide que el escalador que asciende caiga al precipicio); "dar seguro" (ir soltando la cuerda para que el escalador pueda progresar), "mosquertón" (instrumento del que se agarra una placa de autoaseguramiento), y tantos otros.
Colocado el equipo, sólo quedaba comenzar el ascenso. Empezó Claudio. El primero es que el que más riesgo tiene: es el que va marcando la ruta, el que tiene que colocar los instrumentos sobre la roca y el que cuenta con el sistema de seguridad menos efectivo si cae.
Claudio inició el ascenso. Las manos y los pies encontraban seguros el sustento en la roca. Algunos puntos se veían, pero en otros no se podía entender bien de dónde estaba agarrado. Colocó un seguro, pasó la cuerda, siguió ascendiendo, otro seguro, y otro más, hasta que anunció que había llegado al punto de reunión. Eso quería decir que se autoaseguraría y armaría el triángulo de fuerza con que me aseguraría a mí.
En todos los idiomas Y comenzó mi ascenso. Una mano, la otra, un pie, y el otro. Resultaba increíble. Pero de pronto, ya habiendo ganado altura, la roca empezó a poner trabas. ¿Dónde había puesto el pie el guía? Los puntos ya no aparecían tan claros. "Andá hacia tu izquierda y abrazá aquella piedra; levantá tu pierna derecha y fijate que ahí vas a poder aferrarte", decía, ayudando a encontrar una ruta que me resultaba imposible. Cada llegada costó, pero renovaba el entusiasmo para continuar. A los costados se escuchaban comentarios y charlas de otros escaladores. Los gritos llegaban en castellano, en inglés y en un idioma germánico, quizás danés o sueco.
En un momento una pierna no encontró el sustento y decidí bajar un metro y medio hasta donde me sentía seguro y empezar de nuevo. Una operación que tuve que repetir en otra oportunidad.
Las chapas adheridas a la roca, los empotrados y hasta la misma cuerda dinámica resultaban tentadores a la hora de encontrar un lugar de dónde agarrarse. Pero desde arriba el guía insistía con que no era lo que correspondía, y que iba en contra de la seguridad del escalador. "Si subís con la cuerda, vas dejando cuerda suelta debajo tuyo, y si te caés, toda la que dejaste suelta es caída libre", advertía.
El trayecto entre el primero y el segundo descanso fue el más fácil. El primero, el del debut, me había resultado más complicado, la pared era la más vertical y el esfuerzo requerido era mayor del esperado. Y en el tercero empecé a mostrar signos de cansancio. Pero al llegar y mirar hacia abajo no podía creer lo que había ascendido. Claudio calculó que podían ser unos 80 metros.
El guía consideró que la aventura llegaba hasta allí. Se podía seguir, pero las expectativas estaban más que satisfechas.
El descenso se hizo en rappel. Con el cuerpo suspendido en el aire haciendo fuerza hacia abajo para deslizarse, los pies apoyados contra la roca y la mano derecha tomando la cuerda por detrás de la cintura para maniobrarla, comenzó el descenso.
Dando cuerda, bajando, buscando la roca con los pies, tratando de no salir de la ruta, fui desandando altura. Iba reconociendo mucho más cómodo y menos esforzado los lugares de la ruta por donde había ascendido. Distinguí los puntos más críticos, los relevos atravesados, las partes donde tuve que desviarme con dificultad.
Llegado a tierra firme sentí la victoria. La aventura ya era historia, y en ese mismo lugar empezaban las ganas de volver. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Misión cumplida después de la escalada. | | |