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 domingo, 16 de mayo de 2004

Camino a la caverna

Los autos tomaron el viejo camino alternativo para el cruce de la Pampa de Achala y detuvieron su marcha a unos 1.500 metros sobre el nivel del mar. Allí comenzó la marcha, por un camino angosto entre piedras hacia la caverna.

El grupo ya sabía que se llegaría a un valle y después se entraría en una caverna. La paja brava abunda en la región, y es fundamental porque incorpora agua al suelo y abastece a la reserva hídrica de la Pampa de Achala, la fuente del lago San Roque. Tras una subida empinada, y a 1.800 metros, apareció el primer tabaquillo, fundamental porque sus raíces abrazan la tierra e impiden que el agua lave el terreno.

El tabaquillo y los maitenes "cuelgan" de la roca. A los costados del camino, el plumerillo mueve sus puntas doradas. El olor de la peperina es reincidente. En todo el macizo, la mica y el cuarzo se mezclan con el granito y el feldespato. Algas y líquenes colonizan la piedra en un proceso milenario.

El grupo llegó a una pendiente muy pronunciada. Debajo iba quedando el camino. Un poco más allá apareció el Valle de los Lisos, que parece un campo de golf. Es increíble cómo crece la vegetación allí, donde la humedad de la reserva hídrica permite que la geografía ofrezca un paisaje distinto.

El camino pasa por un arroyo donde crece un sauce mimbre, típico del lugar. Allí se levanta un viejo refugio de montaña ya en desuso. Metido en la roca, tiene un ambiente "de estar", y un hueco en la piedra que hace las veces de dormitorio.

Pero había que seguir, porque cerca estaba el objetivo: la caverna, 30 metros de trayecto y diez de profundidad en la roca y la oscuridad, y debajo, el sonido de un río subterráneo.

El guía advirtió que el ingreso a la caverna no era apto para claustrofóbicos. Y tenía razón. El orificio de entrada no llega a tener un metro de diámetro, hay que meterse panza contra el piso y tantear la roca con el pie. Parece que el suelo firme no llega nunca. Pero al fin se desciende, y es una piedra tras la otra adentrándose en la oscuridad. Las linternas frontales ayudaron a marcar el camino. La caverna se hace más grande adentro y deja ver abajo el río subterráneo.

Allí, en la oscuridad, el guía contó una historia: en la década del 50, una pareja se metió en la caverna para protegerse de una tormenta sin saber que el lugar se inunda. Sus cuerpos no fueron encontrados jamás, por lo que se estima que quedaron atrapados en la roca. Con el ingreso a la caverna llegaba a su fin una recorrida de cinco kilómetros y un ascenso de 400 metros.

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El reducido ingreso a la caverna.

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