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 sábado, 08 de mayo de 2004

La Escuela Doctor Gabriel Carrasco junto a la Asociación de ex alumnos preparan una serie de actos para homenajear a la gran educadora en su cumpleaños
Leticia: cien años de una vida simple y bella
El 19 de mayo cumple un siglo de vida Leticia Cossettini. Desde su casa de Alberdi dice que "no tiene nada programado" para este nuevo aniversario

Marcela Isaías / La Capital

"No tengo nada programado. Llevo una vida simple, sencilla y bella". Así responde Leticia cuando se le pregunta cómo se prepara para su cumpleaños número cien, que llegará en los próximos días. La respuesta no podía ser otra. Sorprende una vez más. Siempre lo hizo cuando enseñaba en la Escuela Carrasco a sus alumnos. No podía dejar de hacerlo ahora a punto de cumplir un siglo educando.

La llegada a su casa de barrio Alberdi era esperada. Apenas la puerta se abrió, se levantó de su sillón hamaca, ubicado junto al gran ventanal. No ocultó su alegría por la visita y enseguida, con una amabilidad infinita, nos invitó a pasar. Volvió a su sillón, valoró las flores obsequiadas y enseguida tomó la iniciativa de la charla.

La primera referencia fue a su padre Antonio. "Un italiano que fue maestro de campesinos, de los hijos de la tierra", dice. Una y otra vez recordará que "cuando llegó hablaba el italiano, el mismo idioma que enseñó a sus alumnos", pero también que "aprendió el español porque sabía escuchar, tenía ese gran don necesario para aprender".

Los recuerdos de su padre son fuertes. Llegan acompañados de la imagen de "un hombre luchador, trabajador y un gran maestro", tal como lo describe Leticia. Inmediatamente se suman a los recuerdos sus hermanos: cinco mujeres y dos varones. También la figura de su madre, Marta, a quien no tarda en definir como "una mujer de estas tierras, laboriosa, dedicada a la atención de sus hijos".

En la charla, cada tanto, aparecen los juegos infantiles. "Los paseos en carro por el campo" y "con sus hermanas". Todo lo describe con mucha expresividad, con un acompañamiento armonioso de su cuerpo y en especial de sus manos. En ese momento sólo se puede pensar en cómo habrán sido sus clases cuando relataba a los alumnos de la Escuela Gabriel Carrasco historias para motivarlos a conocer.

El fotógrafo está fascinado. Sugiere con voz muy baja: "Las manos de Leticia vuelan". Sin flashes para no entorpecer su tranquilidad, pero no puede dejar de retratarla. Y es verdad: las manos de Leticia y sus palabras vuelan.

Surgen los recuerdos de las clases junto a su hermana Olga, cuando dirigió entre 1935 y 1950 la Escuela Serena. Un nombre ganado por la tranquilidad y el ambiente de paz en que trabajaban los chicos. Habla entonces de "los hijos de pescadores, pequeños comerciantes y de quienes tenían una vida cómoda como los más humildes". Todos estaban en sus clases y aprendían por igual.


Arte y parte
Hace una referencia inmediata al teatro y recuerda: "Margarita Xirgú estuvo con mis alumnos, les recitó poemas españoles, y todos escuchaban con alegría". También menciona una de las prácticas habituales en su escuela que ha citado en más de una ocasión: "Nos sentábamos en ronda en el patio y escuchábamos música clásica con los chicos. Era sencillamente delicioso".

Y ahí vuelven los recuerdos sobre los artistas, poetas y músicos que visitaron la escuela no sólo para llevar su arte sino también para conocer la experiencia de la Escuela de la Señorita Olga, de la que ya se hablaba en todo el país y se conocía en el exterior.

Por sus aulas habían estado Javier Villafañe, Juan Ramón Jiménez, Bernardo Canal Feijóo, Gabriela Mistral, Celia Ortiz de Montoya, Ezequiel Martínez Estrada y Emilio Mira y López, entre otros. Cada tanto interrumpe su diálogo para darle alguna indicación a Chiqui, su dama de compañía.

No se pierde detalles y maneja los tiempos de la visita. Interrumpe la charla para invitar a tomar el té. En el trayecto de la sala al comedor muestra los cuadros y esculturas de cerámica y chala hechos por ella. También un tapiz bordado con muchos colores, que ahora le sirve de decorado en su sillón hamaca. "No fue un trabajo fugaz, dediqué tiempo y cuidado", agrega mientras lo levanta para apreciarlo mejor.

Las tazas del té son de fina porcelana. "Son regalo de algunos de nuestros alumnos", dice sin precisar de quién. El juego se conserva intacto y es motivo de conversación para hablar del cariño que le viven expresando quienes la conocen.

Es el final de la tarde. Ella camina segura, con elegancia incomparable hasta la puerta de entrada. Su generosidad innata la lleva a agradecer una y otra vez la visita. Parece no advertir que tener la posibilidad de saludarla en el centenario de su nacimiento es un momento único, irrepetible, que emociona en lo más profundo a quienes aman la educación.

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Una mujer decidida y vital.

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