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 domingo, 22 de febrero de 2004

Nota de tapa
De puño y letra: Páginas desconocidas de la historia cultural de Rosario
Las revistas literarias han sido y son el primer lugar de difusión de escritores y artistas. A través de ellas se perfila una tradición que vale la pena revisar

Osvaldo Aguirre / La Capital

Las revistas literarias de Rosario son parte de una tradición poco conocida y cuya historia todavía no ha sido contada. A falta de un abordaje sistemático, y ante la ausencia de reediciones y de estudios críticos, esas publicaciones han permanecido en la memoria a través de la transmisión oral y de aislados comentarios periodísticos. Acercarse a ellas es relevante no sólo porque fueron el ámbito de formación de numerosos escritores, artistas, historiadores e investigadores de la ciudad y a menudo de otros puntos del país sino porque constituyen en sí mismas momentos de la cultura local que deben ser difundidos y preservados.

Las mismas condiciones en que surgieron esas publicaciones conspiraron contra su perduración. Si se exceptúan los casos de algunas que aparecieron en la década del 40, que alcanzaron tiradas de casi cinco mil ejemplares y mantuvieron cierta regularidad, eran publicaciones de circulación restringida, de aparición discontinua y que muchas veces atravesaban crisis y reformulaciones drásticas. Las revistas literarias están asociadas a lo efímero: el primer número también puede ser el último y por lo general es imposible predecir en qué momento podrá reaparecer.

La revista Cauce, por ejemplo, apareció en 1963, publicada por la Comisión Municipal de Cultura, y en su única entrega ofreció, entre otros textos, "Aprendizaje de tu muerte", de Arturo Fruttero, una notable evocación del musicólogo Antonio Camarasa. Alto aire, en 1965, presentó un número con poemas de Dylan Thomas, e. e. cummings y Wallace Stevens, traducidos por Luis María Castellanos y Alberto C. Vila Ortiz, y poemas de Juan Manuel Inchauspe. En ese momento Inchauspe era un joven santafesino que intentaba cursar estudios en Rosario y que escribía sus primeros textos; actualmente, después de una reedición de su obra por parte de la Universidad Nacional del Litoral, se revela como uno de los autores de mayor proyección en la poesía argentina.

En cambio, hubo publicaciones que alcanzaron larga vida. La revista Ecos de Rosario representa quizás el ejemplo más elocuente: editó 296 números entre 1943 y 1984. Era una revista de interés general que dedicaba espacio a la cultura y donde los textos de escritores destacados como Fausto Hernández, Irma Peirano y Hernán Gómez alternaban con notas de crónica social. Las razones de su perduración quizá se explica por esos artículos sobre fiestas, compromisos matrimoniales, colaciones de grado y presentaciones en sociedad, por las que llegó a tener micros de radio y televisión.

Otro ejemplo notable de perduración es el de la Revista de Historia de Rosario, que edita actualmente la Junta de Historia de Rosario. El primer número apareció en 1963, dirigida por Wladimir Mikielevich. En la nota preliminar, titulada "Propósitos", se lee: "Aparece esta publicación periódica, expresión de un grupo de voluntades puestas al servicio de la cultura, con el claro propósito de dar a conocer el pasado de la ciudad de Rosario (...) Esta es la historia de Rosario, la ciudad que se envanece de su alcurnia nacida del trabajo y del estudio, historia que nos comprometemos, siguiendo ilustres huellas, a investigar y difundir".


Los dorados 40
En algunos casos la aparición de las revistas se explica exclusivamente por el empuje de una persona. Ese parece haber sido el caso de Paraná, cuyo primer número, aparecido en 1941, congregó a un impresionante staff de escritores y artistas. El motor de la revista fue R. E. Montes i Bradley (ver aparte).

Pero las publicaciones surgidas en Rosario fueron (y son) por lo general manifestaciones de grupos que también actuaron a través de instituciones, que promovieron movimientos que permanecen como datos de la historia cultural. En este sentido, la década del 40 aparece como una etapa de extraordinaria riqueza.

La actividad cultural de esa época giró en torno a una serie de instituciones por entonces de reciente creación, como la Asociación Rosarina de Intercambio Cultural Argentino-Norteamericano, Aricana, el Instituto Libre de Humanidades, donde se editó la revista Nueva Atlántida (aparecieron dos números, en 1946), y la Asociación de Amigos del Arte.

El primer número de Rosario bibliográfico apareció el 1º de abril de 1940, con una tirada de 4.600 ejemplares. Se trataba de un boletín de distribución gratuita de cuatro páginas, en el formato de un diario, dedicado al comentario de textos y la publicación de ensayos sobre hechos del momento. La entrega inicial ofrecía "El escritor argentino frente al caos europeo", texto de Félix Molina-Tellez, director de la publicación, que reflexionaba sobre la Segunda Guerra. La librería y editorial Ruiz era el único auspiciante.

En sus entregas posteriores, Rosario bibliográfico incorporó un pliego más (llegó a ocho páginas). El boletín se dedicaba a la actualidad cultural: "Mateo Booz está dando fin a los originales de un libro de ambiente santafesino, cuyo título definitivo no ha concebido aun", decía por ejemplo en su sexto número.

En 1945 comenzó a publicarse Arci, la revista de la Asociación Rosarina de Cultura Inglesa. Con el impulso de Odile T. de Lewis, llegó a salir en forma mensual y tuvo una vida dilatada porque su público excedía el ámbito estrictamente literario; Arturo Fruttero publicó allí traducciones de autores ingleses -que siguen inéditas en libro.

Parece haber sido la revista Espiga la que condensó el movimiento cultural de la década y el lugar donde se encontró una nueva generación de escritores y artistas plásticos. El primer número apareció en marzo de 1947 con el propósito de difundir a creadores jóvenes y para que la ciudad pudiera, decía el editorial, "librarse de la dependencia absoluta y enervante de Buenos Aires"; Espiga quería crear un ambiente, decían los editores, "para que la gente de talento se sienta estimulada y no tenga que emigrar de la ciudad". Dirigida por Amílcar Taborda, publicaba literatura y se interesaba por el comentario de todos los géneros artísticos, en particular las artes plásticas.

La nómina de colaboradores se componía entre otros de Beatriz Guido, Hugo Padeletti, Rodolfo Vinacua, Leticia Cosettini, Herrero Miranda, Luis Gudiño Kramer, Angélica de Arcal, Miguel Brascó, Gastón Gori, Rubén de la Colina, Ricardo Warecki, Fernando Chao, María Granata, Fausto Hernández, Jorge Riestra, Pedro Orgambide. En el número 8-9, de 1949, se incluyó un artículo de Rubén de la Colina sobre una muestra de diez pintores rosarinos; no se trataba de un comentario común sino de una crítica que, leída hoy, documenta el nacimiento del grupo Litoral.

A partir de mayo de 1951, Espiga pasó a editarse en la ciudad de Buenos Aires. Su lugar intentó ser ocupado en Rosario por la revista Litoral, cuyo primer número apareció en abril de 1952. La publicación estaba editada por Juan Miguel Castillo e integraban la redacción Alberto Cignoli, Federico Nebbia, Irma Peirano y Rodolfo Vinacua.


Lugar de polémicas
La inestabilidad ha sido una de las características de estas publicaciones, que con frecuencia cambiaban de rumbo y de editores. Pero ese aparente desorden refleja uno de las aspectos más ricos de las revistas culturales: el hecho de que la discusión y la polémica, la defensa de un punto de vista o de cierta manera de entender la cultura, son sus elementos motores. Otro aspecto significativo es que estas publicaciones ensayan definiciones sobre Rosario, proponen objetivos respecto del lugar real o imaginario que ocupan o desean ocupar en la ciudad.

Rosario funciona como un eje en la formulación de estas revistas, sea porque los grupos editores se proponen trascenderla o reivindicarla, crear espacios nuevos u ocupar los preexistentes. Tales polémicas han sido retomadas en el transcurso del tiempo, ya que con frecuencia las revistas comienzan por establecer sus linajes, proponiéndose como la continuación de unas, situándose en oposición a otras o declarando su afinidad, como ocurrió con La cachimba y el lagrimal trifurca en los años 70.

Se trata, en su mayoría, de publicaciones que por lo general carecen de apoyo económico estable y que a menudo dependen del bolsillo de los propios redactores. Las fuentes de financiamiento son a veces insólitas: los dos números de la revista Confluencia, aparecidos entre 1948 y 1949, fueron financiados por Bernard Barrere, cónsul de Francia en Rosario, quien tenía inquietudes culturales pero estaba más interesado en cortejar a Beatriz Guido, entonces joven escritora y una de las redactoras de la publicación.

La mayoría de estas revistas son hoy inhallables. No suelen encontrarse en las bibliotecas públicas y tampoco existen demasiados ejemplares en manos de coleccionistas o bibliófilos. Algunas publicaciones parecen haberse perdido definitivamente y sólo podemos conocerlas a través de referencias. Ese parece el caso, por ejemplo, de Cosmorama, una revista que apareció en los años 40 bajo la dirección de Nélida Ester Oliva y donde publicó por primera vez Hugo Padeletti, luego consagrado como uno de los autores más importantes de poesía argentina. O de la Revista de Artes e Ideas, cuyo primer número (en total fueron dos) apareció en octubre de 1938, editado por un grupo de jóvenes entre los que se encontraba Raúl Gardelli, luego periodista de La Capital y cultor de la memoria de Rosario.


Literatura en la Universidad
Las revistas suelen ser expresiones de sectores definidos de la cultura de la ciudad. Las publicaciones que surgieron de estudiantes de la Universidad Nacional de Rosario pueden conformar una tradición por su cuenta. Cabe recordar como momentos importantes en esa línea a Pausa, cuya primera edición apareció en octubre de 1957. Consistía en un pliego con poemas de Noemí Ulla e ilustraciones y diseño de Herrero Miranda. Tenía un origen puntual: "El propósito (...) nació junto a la cátedra de literatura iberoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras". Luego el proyecto se reformuló y Pausa se convirtió en una revista literaria, que publicó siete números, el último en julio de 1961; contó con el concurso de escritores de Santa Fe, como Hugo Gola y Francisco Urondo, y de rosarinos como Rubén Sevlever (que la dirigía) y Guillermo Harvey.

Otras publicaciones surgidas del ámbito universitario fueron El arremangado brazo, que apareció en septiembre de 1963 y cuyo consejo de redacción integraban Aldo Oliva, Rafael Ielpi y Romeo Medina, y Setecientos monos, que comenzó a editarse en 1964 y nucleó a Juan Carlos Martini, Nicolás Rosa y Carlos Schork, entre otros. En El arremangado brazo se puede ver una especie de anticipación del periodismo de investigación y denuncia, con sus reportajes "a un hombre de Villa Manuelita", en el primer número, y a un recolector de residuos, en el segundo.

En los años 80 salió una nueva promoción de publicaciones realizadas por estudiantes universitarios, como Sisi (1989-1991), de la Facultad de Humanidades y Artes, La línea de sombra (1992-1994), de la Facultad de Ciencia Política y Comunicación Social, una encrucijada de textos de literatura, historia, sociología y comunicación social y Paradoxa (1986), dirigida por Juan B. Ritvo y Alberto Giordano. En esa tradición puede inscribirse actualmente Nueve perros, que apareció por primera vez en noviembre de 2001.


De lagrimales y cachimbas
Otra línea que se perfila con nitidez es la que está vinculada con grupos literarios o poéticos. En esa vertiente se inscribió La ventana (1962), impulsada por el poeta y abogado Orlando Calgaro y el poeta Raúl García Brarda y de la cual saldría la editorial homónima. "Eramos jóvenes estudiantes de Derecho -recuerda García Brarda- y escribíamos poesía. En ese grupo original estaban también Graciela Barnada, Juan Pegoraro, Viviana Conti y el pintor Omar Gavagnin".

La elección del nombre es un momento decisivo en la historia de una revista. "Calgaro propuso que se llamara La ventana de los nuevos -recuerda García Brarda-, pero Pegoraro no estuvo de acuerdo, no le gustaba. Discutimos y quedó La ventana, a secas".

"Había que ponerle un nombre y todos nos rascamos concienzudamente la cabeza. Debíamos cumplir con un astuto concepto y encontrar la palabra conjugada. Fue Cronopio como no lo podía ser cualquier otra. Porque Cronopio es una gran sugerencia que intentaremos materializar sobre la marcha, dando respuestas. Entregando globos y empanadas. Saliendo a la calle, aunque llueva. Creyendo en el milagro al revés", decían los editores de Cronopio, que vio la luz en 1967.

El lagrimal trifurca fue un misterio para muchos lectores y escritores. El extraño título había surgido de un verso de César Vallejo. El hecho de que sus hacedores compartieran el hábito de fumar en pipa fue la inspiración de La cachimba (cuyos dos primeros números aparecieron con el curioso título de La cachimba ilusionada, "para suavizar un poco la cosa y porque éramos unos ilusos", según recuerda Jorge Isaías, uno de los impulsores de la publicación).

En abril de 1968 el lagrimal trifurca dio a conocer su primer número. Fue precedida por Cronopio, una publicación que tenía corresponsales tanto en Villa Constitución como en Varsovia y cuya dirección estaba a cargo de Ariel Bignami, Elvio E. Gandolfo, José C. González y Cristina Grisolía; ofrecía cuentos, ensayos, notas sobre cine y una separata de poesía. Poco después, el lagrimal trifurca se convirtió la revista literaria rosarina de mayor proyección en el país y el extranjero; dio a conocer catorce números, el último de ellos en agosto de 1976. La revista fue dirigida por Francisco y Elvio E. Gandolfo y funcionó además como editorial de poesía. En 1971 otro núcleo de poetas comenzó a publicar La cachimba, que asimismo devino en editorial (ver aparte).

Mencionar a todas las revistas que recorrieron este camino sería imposible, y con las que aquí no son nombradas podría escribirse otra nota. A cuenta de ese próximo artículo, puede decirse que Poesía de Rosario y Ciudad Gótica son algunas manifestaciones actuales. "Nuestra revista salió de un grupo de gente que se reunió en Rosario Arte Joven, un evento que organizó la Municipalidad. Nos juntábamos en un bar a leer y yo dije «por qué no empezamos a editar lo que escribimos»", recuerda Sergio Gioacchini, director de la segunda revista.


Autodefensa
Una revista puede ser muy amplia y también específica. "Crímenes de biblioteca" (1996-2000), dirigida por Eduardo J. M. Rojo, se proponía como "publicación de narrativa del crimen de ficción" y divulgaba textos y comentarios sobre autores de novelas policiales.

En tiempos difíciles una revista funciona como refugio. Criba, dirigida por Jorge Orta, apareció en junio de 1977 y llegó a los cuatro números. "Se mantendrá inamovible e inalterable el objetivo de servicio amplio y directo para todos los que necesiten expresarse y comunicarse a través de la impresión periódica de la revista", se decía en el editorial inicial. Justamente en una época en que se perseguía cualquier expresión.

Hacer una revista literaria en Rosario suele ser una empresa quijotesca. Ni siquiera cabe pensar en obtener un rédito económico; la aspiración máxima suele ser salvar los costos. Pero las compensaciones pueden ser trascendentes. "En mi caso -dice Jorge Isaías- fue muy importante para mi trabajo como escritor. Hacer una revista fue abrir un espacio de encuentro con otra gente que estaba en lo mismo y una manera de aparecer en grupo, como para tener una autodefensa más firme". Una revista es básicamente la reunión de escritores y artistas que quieren darse a conocer. Algunos de ellos se pierden en el tiempo, otras continúan. Más allá de la suerte individual, esas voces perduran en páginas difíciles de encontrar pero que vale la pena rastrear.



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Elvio y Francisco Gandolfo, Hugo Diz y Samuel Wolpin, cuando hacían "El lagrimal trifurca".

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