| domingo, 04 de enero de 2004 | Lecturas "El país del humo": Fascinante mundo de monstruos Leonel Giacometto Hacía mucho que no se hablaba de ella. Su nombre circulaba -circula- casi invisible para el gran público, comprendiendo a éste lectores de literatura nacional, entusiastas y estudiantes de Letras. Si ya de por sí las mujeres que escriben -las escritoras- ocupan un lugar desigual en la currícula literaria nacional, el nombre, la figura y la obra de Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988) quedó -queda- relegado, marginado. La editorial cordobesa Alción se propuso la empresa de reeditarla con un volumen de cuentos que apareció en 1977 y que nunca fue reeditado: "El país del humo".
"Escribir es un oficio absurdo y heroico", dijo alguna vez. Y ella, que sabía que "un animal solitario se come a sí mismo", comenzó a hacerlo para "luchar a brazo partido contra el aislamiento esencial de mi persona". Publicó varias novelas y cuentos en los que, con austeridad de palabras y sencillez, describe tanto la decadencia de la oligarquía ("Los galgos, los galgos", 1968) como la humilde vida de campo ("Enero", 1958), siempre haciendo énfasis en un tono melancólico frente a la inmensidad de todo (del paisaje, de la vida misma). Pero, quizás, sus puntos más altos sean los cuentos de "El país del humo" y la novela "Eisejuaz".
Necesariamente, para hablar -escribir- sobre "El país del humo", ante todo, hay que referirse a "Eisejuaz". Este es un indio mataco que escucha, oye voces; voces que vienen de "otro lado" (del cielo, de la tierra, del viento, del agua -que corre-, de un avión, de su propio corazón) y que constantemente se refiere a sí mismo como "Yo soy Eisejuaz, este también", como si fuera él mismo y otro también. Eisejuaz no entiende lo que oye pero obedece ya las voces le indican su destino aunque, en esta acción, esconda una traición a su pueblo.
En una hipnotizante primera persona, Sara Gallardo la escribió en 1969, en Buenos Aires, luego de regresar de una especie de viaje iniciático. Ella desarrollaba actividades periodísticas para distintos medios gráficos como corresponsal y columnista, cuando pidió viajar a Salta para "estar" con los indios. En un destartalado ómnibus llegó más allá de todo; llegó, se adentró en el Impenetrable y allí, esta señora de apellido patricio bautizada "la seria" por su abuela, ya que jugaba con la misma seriedad con la que leía, tomó contacto con los matacos y descubrió la voz de su futuro Eisejuaz. Un cruce entre la lengua del oprimido y la lengua impuesta: el español. Una refundición de culturas o la presión de una sobre la otra que dio como resultado, en Sara Gallardo, una novelas escrita en primera persona en la que se recrea la oralidad mítica de un aborigen (o de un psicópata, como se quiera o se pueda resignificarlo).
"íQué libro extraño y bello has logrado! No imagino cómo se te ocurrió, ni cómo te atreviste a emprenderlo. íQué audacia! Todo se ajusta en él a la perfección: la psicología del conmovedor -tan humano y santo- indio mataco; la atmósfera en la cual se desarrolla su vida; los personajes que lo rodean encabezados por el infernal Caqui; el idioma con el cual Eisejuaz narra su historia terrible y absurda, una lengua que implica una verdadera creación, que manejas admirablemente de un extremo a otro del libro, y que me temo sea contagiosa. Ojalá la gente comprenda lo valioso de tu texto", le escribió Manuel Mujica Lainez a Sara Gallardo meses antes de la primera edición.
El lenguaje protagónico El protagonista de la novela es el lenguaje; la fuerza de su decir reside en la recreación de una subjetividad (única y múltiple a la vez) que es constitutiva del personaje y que pocas voces apareció -aparece- en la literatura argentina.
"El país del humo", como se dijo, fue editado en 1977 por Sudamericana y Sara Gallardo, por entonces, en una entrevista a la revista La Nación, dijo que una vez terminado Eisejuaz, "el habla del personaje se le había pegado como voz propia", y transgrediendo (al fin, alguien que lo hace -hizo-) los cánones que se separan (o intentan separar) la literatura escrita por mujeres de la que escriben los varones.
Escribe casi 50 relatos (algunos extensos, otro muy breves) protagonizados por personajes que van desde un linotipista que ve en las nubes la historia de la Humanidad, pasando por las 33 esposas del Cacique Calfucurá, o una monja que cuida la muerte de una niña oveja, o el enfrentamiento de un sacerdote con un lobizón según la fase de la luna. Y hasta la amante francesa de un presidente que conquistó el desierto que al morir su fantasma quedó flotando por la enorme estancia en la que vivía viendo en cada rincón lo desafortunado del amor, y que lo inevitable puede aceptarse también sin sonreir.
Personajes solitarios, extraños, extrañados, tristes, a veces desangrados escritos con palabras simples y personales cubiertos (los personajes y las palabras) de largo silencios y con reminiscencias poéticas. Hay también, cierto aire que recuerda a autores tan disímiles como Juan Rulfo, Clarice Lispector o Rudyard Kipling.
En una entrevista para Para Ti, en tiempos de su primera publicación, Daniel Pliner le preguntó: "¿Dónde queda el país del humo?". Y ella, que tenía un cuerpo largo y huesudo, y la mirada triste pero reía abriendo su inmensa boca, respondió: "Aquí. América es el país del humo: un país imposible de catequizar, una pampa un poco expresionista, irreductible, desértica, salvaje. El humo lo abarca todo y crea una especie de fantasmagoría y de gran pereza. Es un mundo de monstruos. Y es a la vez fascinante". enviar nota por e-mail | | Fotos | | |