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 domingo, 04 de enero de 2004

Historiadores reviven los casos más sórdidos del cementerio de la Recoleta
Raros artilugios fúnebres por el miedo a la catalepsia y venganzas eternas quedan expuestas en visitas guiadas

Las historias más sórdidas del cementerio porteño de la Recoleta, donde fueron enterraron los miembros de la clase alta porteña, volverán a tomar vida de la mano de visitas guiadas que incluyen narraciones sobre asesinatos, venganzas y el miedo a lo inexorable.

En las recorridas se verá, por ejemplo, dónde enterraron la cabeza del decapitado gobernador de Tucumán Marco Avellaneda, el lugar que se hizo una madre para dormir en la tumba de su hija y la habitación que le hicieron a una novia muerta en su luna de miel.

En las 45 historias que se cuentan aparecen la de los mecanismos que pidió para su tumba Alfredo Gath, de Gath y Chaves, por su terror a la catalepsia, y cómo una mujer se hizo una estatua de espaldas a su odiado marido, el ex vicepresidente Salvador María del Carril.

Las visitas guiadas fueron organizadas por la Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre (Jehba). El historiador Eduardo Lazari, integrante de la entidad, recordó que en el cementerio fundado en 1822, hay varios tipos de visitas guiadas: históricas, arquitectónicas, artísticas y políticas, pero ahora, la Jehba rescata el lado oscuro de los próceres y los ricos de Buenos Aires, grabado en la Recoleta.

Lazari destaca, a modo de ejemplo, "la tumba de Liliana Crociati, muerta en en 1970, a los 26 años, cuando estaba de luna de miel en la ciudad austríaca de Insbruck, y fue víctima de un alud". Tras la desgracia, su padre la inhumó en un mausoleo donde le reprodujeron su dormitorio y contrató al escultor Wilfredo Viladrich para que le hiciera una estatua junto a su perro, con su velo de novia y el pelo peinado como a ella le gustaba.

También está la tumba de Alfredo Gath, uno de los dueños de la tienda Gath & Chaves, quien temía ser enterrado vivo por lo que se preparó un féretro que se abría por dentro, con campanilla, que probó varias veces pero que no necesitó utilizar al morir a los 60 años de muerte natural.

Quien sí tuvo un ataque de catalepsia fue Rufina Cambaceres, en 1902, cuando cumplía 19 años. Hija del poeta Eugenio Cambaceres y Luisa Bacichi, amante de Hipólito Yrigoyen, con quien tuvo un hijo, fue sepultada viva tal como se comprobó al otro día del sepelio al hallarla fuera de su cajón, sin vida.

A la trágica muerte se sumaron todo tipo de leyendas como que "la madre le daba soporíferos a la chica, ya que era la amante del novio" o la que cuenta que "la encontraron sin vida trepada a la reja del cementerio, versiones que nunca demostradas", aseguró Lazari.

Las leyendas fueron alentadas por una espléndida estatua de la joven, de tamaño natural, "en la que el escultor convierte la tragedia en algo artístico, ya que la hizo cuando abre una puerta alegórica entre la vida y la muerte", explicó el historiador.


De espaldas, para siempre
Lazari también contó la historia de Tiburcia Domínguez, la esposa del ex vicepresidente Salvador María del Carril.

Tiburcia no le habló durante años a Del Carril, a quien al morir se le erigió un busto en la Recoleta. La mujer dejó instrucciones para que, luego de su fallecimiento, se le levantara a ella otro busto, pero dándole la espalda al de su esposo, a manera de póstuma venganza.

En el recorrido también se visita la tumba de Luz María García Velloso, hija de Enrique García Velloso, el primer presidente de la Casa del Teatro. Luz murió de leucemia a las 15 años en la década del 20, y su madre se hizo en el mausoleo un espacio donde dormir junto a la difunta.

El cementerio guarda también la historia de Elisa Brown, la hija del almirante Guillermo Brown, quien perdió a su prometido, el capitán Francisco Drumond, durante una batalla de la Guerra del Brasil, en 1827, cuando le faltaban meses para casarse.

La chica no soportó el dolor y en la fecha que se había acordado para la boda, con su vestido de novia, a los 17 años, se internó en el río frente a La Boca y se mató. (Télam)

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El busto de Tiburcia Domínguez de espaldas a su esposo Salvador María del Carril.

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