| sábado, 03 de enero de 2004 | Hay que prescribir el rencor "Rencores, ¿de qué sirven los rencores?/Ni restañan heridas, ni corrigen el mal./Mi árbol apenas tiene tiempo para dar flores". Así comienza el poeta una verdad universal. Y yo la sigo con mis propias palabras. Ahora que termina un año y comenzó otro, es hora de balances. Y los balances nos permiten pesar la vida en los dos platos de la balanza, haciendo nuestro propio análisis con el fiel de la verdad. Pasan los años, pasa la vida, y en ella anidan los momentos que vivimos y los vividos en el pasado. Surgen nítidos, con una claridad que deslumbran, los buenos y los malos. A veces estos últimos, estúpidamente, suelen ensombrecer los otros y se convierten en un callo en el alma que se hace difícil extirpar. Pero cuando el tiempo pasa es más fácil y entonces nos decidimos. Así como a las flores hay que quitarles la maleza para que crezcan saludables y bellas, así nos decidimos a terminar con viejas rencillas que no conducen a nada. Más bien hunden los buenos pensamientos y los nobles sentimientos y al final de los tiempos nos damos cuenta que fue inútil el desencuentro. Porque a nada conduce lo negativo más que a la propia destrucción. Por eso, ya en 2004, mi deseo de Feliz Año no se reduce a una fromula repetida o a un lugar común sino a un genuino deseo de felicidad que incluye la propuesta de una ley de vida. Hay que prescribir el rencor. ¿De qué sirven los rencores? Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Eugenio Montenegro
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