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 miércoles, 17 de diciembre de 2003

Charla en el Café del Bajo

-Flagela la mirada, hiere el alma y a los seres de buena voluntad deja pensando: es la pobreza. La pobreza tal como la concebimos en una primera reflexión, pero si pensamos detenidamente, si trascendemos las estructuras predeterminadas, mi querido Inocencio, veremos que hay otra pobreza o al menos otro concepto de pobreza, válido, real, trascendente y hasta indignante.

-¿Cuál es esa otra pobreza?

-Es la pobreza rica, poderosa e indiferente.

-¿La pobreza rica? ¿Qué juego de palabras es éste?

-Dejemos que Valeria Arca, una joven y talentosa periodista rosarina nos lo explique. Le leo lo que ha escrito al respecto. "La pobreza muchas veces es sinónimo de lucha: según la Real Academia Española, una persona pobre es aquella que no tiene o que tiene con mucha escasez lo necesario para vivir. Nadie puede negar que esta definición es correcta. La pobreza es parte de la vida cotidiana. Basta con salir a la calle para ver manos que se extienden para pedir una moneda y gente revolviendo los grandes contenedores de basura en busca de algo para comer. Basta con visitar un centro médico público, cuyos pasillos son recorridos a diario por decenas de personas que no tienen dinero para obtener medicamentos o pagar tecnología que permitiría sanar un cuerpo enfermo o herido. Basta transitar algunos barrios de la ciudad, en donde las viviendas se caen a pedazos y muchos de sus habitantes eligen dormir en el ingreso de algún negocio que les permita refugiarse. La lista es larga. Podrían nombrarse cientos de situaciones que reflejan las carencias de un alto porcentaje de la sociedad. Sin embargo, hoy en día me arriesgaría a decir que todas las realidades anteriores no son ejemplos de pobreza, sino de lucha. Y los indigentes son aquellos que, sumergidos en un mar de lujos, hacen la vista a un lado y se olvidan que no sólo ellos existen en el mundo. Pobre es aquel que tiene una abultada fortuna a costillas del hambre de miles de personas. Rico es aquel que, aún sin un peso en sus bolsillos, enfrenta día a día -y de la forma más honesta- los obstáculos que se presentan en su camino". ¿Qué le pareció?

-Una visión cierta y una definición muy poco frecuente de la pobreza. Creo que, no obstante, alguien dirá que es una visión demasiado idealista y ese alguien recordará lo de Calderón de la Barca: "Ande yo caliente, ríase la gente", cuya interpretación aplicada a nuestro tema sería: sea yo rico y piensen lo que les venga en gana los idealistas y los pobres.

-Y qué respondería usted a esa reflexión tremendamente egoísta.

-En primer lugar me compadecería de esa persona, porque como ya lo hemos dicho en tantas oportunidades nadie queda exento de pasar por el estrado judicial de la vida. Más tarde o más temprano el martillo del juez sobrenatural se baja y somos juzgados de acuerdo con nuestros pensamientos, palabras y acciones. Esto es un hecho incontrastable que lo he comprobado yo mismo en múltiples oportunidades. Después preguntaría: ¿qué propósito encomiable para sí mismo encuentra aquel que acumula riquezas a costa, como dice Valeria, del hambre y la necesidad de los demás? Una vez que se encuentra un determinado confort en la vida ¿qué mueve a una persona a tornarse desaforada y ávida de riquezas logradas, casi siempre, por el método de la injusta distribución de la riqueza? Para graficarlo de manera grosera y burda: si usted logró hacerse de dos millones de dólares, ¿qué necesidad tiene de querer cincuenta millones y obtenerlos aun sabiendo que lo logrará con el costo del sufrimento de muchas personas? Es algo que nunca pude comprender.

-Allí precisamente comienza la pobreza de la riqueza. Y esta pobreza espiritual de algunos ricos es carencia de virtudes que han sido sometidas por la avaricia. Ser rico materialmente no es malo y si uno es rico materialmente y rico espiritualmente el bien que se puede hacer a la humanidad es muy grande. El problema radica cuando confrontan la riqueza material y la riqueza espiritual y esta última pierde la batalla interior. Entonces nace la avaricia, astuta y ladina que impide el flujo equitativo de los bienes materiales hacia los demás integrantes de la sociedad.

-Pero como todo aquel que quiebra el orden natural de las cosas paga por ello, el avaro, irremisiblemente, termina ahogado en su propia insensatez. Ahogado, siempre ahogado de una u otra forma.

Candi II

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