| domingo, 02 de noviembre de 2003 | Editorial El coraje de enseñar A nadie en su sano juicio que habite en la Argentina le quedan ya dudas de que uno de los puntos nodales de cualquier proyecto de recuperación nacional tras el brutal estallido de la crisis pasa por privilegiar el sistema educativo. Numerosos informes de organismos internacionales han revelado la brusca caída del nivel de una Nación que en ese terreno supo liderar, en épocas tan recordadas como pretéritas, al conjunto de los países latinoamericanos.
Sin embargo, no es necesario apelar a la abstracción que inevitablemente traen aparejada las estadísticas para comprender el actual estado de las cosas. Basta conversar con los pequeños o escuchar a los adolescentes para detectar el bajísimo porcentaje de aciertos que se registrará en caso de que se los interrogue acerca de los hechos cruciales de la historia argentina o se compruebe la calidad de su ortografía. ¿Qué es lo que ha sucedido?
No puede ignorarse que gran parte de la responsabilidad en la verificable catástrofe se relaciona con equivocadas políticas de Estado: es que durante mucho tiempo y a lo largo de diversas gestiones de gobierno -curiosamente, de disímil signo ideológico- se consideró a la educación como un ítem deficitario. Se la pensaba como gasto improductivo, y no como inversión a futuro. De allí a la constante reducción de partidas hubo un solo y lamentable paso. Salarios docentes magros y carencia de elementos en las escuelas fueron apenas dos de las múltiples consecuencias lamentables de tal situación.
Sin embargo, el problema es más profundo y no se relaciona excluyentemente con aspectos materiales. Las deficiencias emanan, también, de errores conceptuales. Días pasados el rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el reconocido Guillermo Jaim Etcheverry, contó que cinco de cada diez ingresantes a la Universidad que conduce ignoraban cuánto es un tercio de seiscientos. Tras descerrajar tan alarmante dato, alertó sobre la pésima calidad de la enseñanza media -a la que definió como "un entretenimiento culto en el que se busca una suerte de contención social"- y lanzó una frase categórica: "Hay que volver a tener el coraje de enseñar".
El clima cuasi letárgico que se percibe en el ámbito educacional argentino tiene que ser eliminado de raíz si se pretende recuperar la excelencia perdida. En el marco de la crisis corresponde recordar, además, que las culpas no siempre pueden ser transferidas a un tercero: cada uno deberá hacerse cargo, alguna vez, de la responsabilidad que finalmente le compete. enviar nota por e-mail | | |