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 domingo, 02 de noviembre de 2003

Interiores: Las alucinaciones humanas

Jorge Besso

Cuando aparece el calificativo de alucinante estamos frente a algo que adquiere para nosotros una valoración muy alta, casi sin comparación. Cuando un sujeto o cosa merece el calificativo de alucinante es que ese sujeto o cosa nos resulta, para usar una expresión actual, muy copada. La expresión copada o copado, o el verbo copar, resultan muy significativas, y también muy descriptivas, pues cuando sujeto y objeto están copados estamos frente a algo que es lo contrario de la indiferencia. Es interesante este uso de lo alucinante, sobre todo si pensamos que no tendría un uso ni un valor equivalente, utilizar el término real para calificar en forma elogiosa algo que nos impresionó mucho y nos entusiasmó más.

Es decir que lo alucinante tiene una especie de plus sobre lo que habitualmente se conoce como realidad, al punto que podría decirse que lo alucinante tiene más realidad que la realidad misma, con lo que la alucinación, en este sentido, es real. Tan real, o más, que la realidad misma. Un plus que el saber popular lo dice de un modo contundente, probablemente hasta con algo de ironía, cuando sentencia que algo o alguien alcanzó el escalón de ser "10 puntos más IVA". Este IVA aplicado sobre el máximo de 10, implica un plus valor o una plusvalía, que lo hace valer más que el máximo valor. De la misma manera la alucinación tendría un exceso de realidad, más realidad que la realidad.

Cualquier bicho alucinado asusta más que el bicho real, pues al alucinado no se le puede pegar un zapatazo o echarle Raid, o acaso cerrar la puerta e irse.

El humano vive gran parte de su vida alucinando, de un modo más o menos normal:

* Cuando duerme y sueña.

* Cuando no duerme y sueña despierto.

* Cuando fantasea.

* Cuando piensa e imagina situaciones de un modo más o menos alucinatorio.

* Cuando ve lo que no está presente.

* Cuando no ve lo que está presente.

Todas estas situaciones pensadas dentro del campo de lo normal, sin contar con lo patológico, separación esta que como se sabe es imposible de realizar, tan imposible como la necesidad explícita o implícita de tener, siempre y necesariamente, como referencia lo normal y lo patológico.

Ahora bien, la actividad alucinatoria se da en dos grandes grupos de alucinaciones, tanto sea dentro del campo de lo normal, como de lo patológico:

a) Las alucinaciones positivas. Positivo no quiere decir aquí una valoración buena, sino que la positividad consiste en ver algo que en realidad no está, sólo el sujeto ve lo que ve, para estupor de los que lo rodean, que obviamente, no ven lo que en realidad no está. Esto configura una percepción sin objeto, en la clásica denominación de la psiquiatría.

b) Las alucinaciones negativas. Negativo aquí tampoco implica una valoración mala, sino que la operación psíquica consiste en escamotear algo que sí está en la realidad pero que el sujeto afectado no ve y sí lo ven los que lo rodean. Como cuando alguien pregunta a los que tiene a su alrededor si vieron donde están sus lentes, y los susodichos lentes en realidad los tiene puestos. Al contrario de la anterior alucinación, estamos aquí frente a un objeto sin percepción.

Es decir que se trata de dos desbordes extremos y opuestos del aparato psíquico en su más que compleja relación con la realidad. Un desborde en "más" y otro en "menos", que hace, aun dentro de una supuesta normalidad, que nuestra visión de las cosas también oscile entre estos dos extremos: a veces vemos de más, a veces de menos. Todo lo cual muestra la fuerte saturación subjetiva de nuestro aparato psíquico al cual se le exige al mismo tiempo un mínimo de objetividad, condición más o menos indispensable para poder vivir junto a otros, sin los cuales desde el comienzo mismo no podríamos vivir, y con los cuales tantas veces se hace tan difícil vivir.

En la segunda mitad del siglo pasado había una costumbre social característica de esos tiempos y de un sector social, antes de Internet y de la propagación hogareña de las filmadoras, obviamente, según qué país y según qué sector social: un matrimonio había viajado al exterior, predominantemente Europa o EEUU, y con tal motivo invitaba a otros matrimonios a ver las fotografías, más precisamente los diapositivos del gran viaje. Programa típicamente denso, irremediablemente aburrido, con los anfitriones reviviendo el viaje y los invitados preguntándose y preguntando disimuladamente si acaso los diapositivos son muchos. Y siempre lo eran, porque más de diez ya era mucho, y generalmente eran más de cien. Así las cosas, tratando de bancar la muestra soporífera, aferrados a la esperanza del momento en que se abriera la instancia de la comida, se podía y se debía, observar el mini espectáculo de los anfitriones en el relato del susodicho viaje, tratando de ponerse de acuerdo respecto de qué lugar, o ciudad, o museo, o playa estaba en ese instante en la pantalla. Dicho acuerdo en determinados momentos no resultaba nada fácil, al punto que por momentos daban la impresión de haber realizado viajes distintos. Lo que en cierto sentido efectivamente es así, aunque hayan ido y vuelto los dos en los mismos vuelos, no han hecho exactamente el mismo viaje. Razón por la cual en el relato del viaje, es decir en la reconstrucción del mismo, aparecen elementos distintos, a veces en más, a veces en menos.

Igual en la vida: matrimonios, amistades y familias no hacen exactamente el mismo viaje, y aunque compartan hasta cierto punto la misma realidad, con toda probabilidad no comparten las mismas alucinaciones. En tal caso, celebremos. Ya que esto quiere decir que no estamos totalmente determinados por ninguna realidad. Lo que quiere decir que, en última instancia, siempre está en nuestras manos, cabeza y corazón, la posibilidad de alterar cualquier realidad, ya que el humano tiene la capacidad, dormida o despierta, de jugar a dos juegos opuestos: conservar y cambiar.

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