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 domingo, 02 de noviembre de 2003

El cazador oculto: Una velada sólo para gente bien

Ricardo Luque / Escenario

El auditorio del Castagnino ejerce una extraña atracción. Las líneas rectas, los muros blancos, la claridad difusa evocan un sueño de perfección del que inevitablemente se despierta sobresaltado. Su arquitectura trae a la memoria recuerdos de un futuro que la ciencia ficción olvidó mucho antes de que Stanley Kubrick filmara "2001: Odisea del espacio". Con una copa de champagne en la mano, el salón respira un ambiente cool que nada tiene que envidiarles a las veladas paquetas del Guggenheim. Más si en el lugar se presenta Todavía, la revista de cultura de la Fundación Osde, y se llena de gente bien, que se conoce desde antes de nacer, habla arrastrando las vocales y por nada del mundo deja que lo cortés le quite lo valiente. Entre ellos Fernando Farina se mueve como pez en el agua. Y eso que esa noche no tuvo mejor idea que usar un saco gris que, bajo la helada iluminación del museo, parecía plateado. Norberto Moretti, con el mostacho tiznado y la camisa negra afuera del pantalón, no desentonaba, y eso que parecía más un sicario siciliano que un crítico de arte. Asustada quizás por el aspecto de la pareja, que conversaba animadamente en el hall de entrada, India Tuero corrió a refugiarse en el fondo del salón. Lucía elegantísima con un palazzo negro y una camisola liviana, casi transparente. Sin embargo, se mantuvo distante, como si quisiera mantenerse alejada de los corrillos. Porque, hay que admitirlo, no hay nada mejor que un coctel para enterarse de qué pasa y a quién le pasa. También, para admirar las bellezas rosarinas, que son muchas y no es habitual tenerlas al alcance de la mano. Ahí estaba, sin ir más lejos, la pequeña Jorgelina Fay, con un look casual que encendió la imaginación del grupete de veteranos de mil batallas acodado en la barra. Y, por supuesto, Daniela Quinteros, que con el flequillo azabache caído sobre la frente a lo Susana Romero y un sugestivo piercing, paralizó más de un corazón. Para no caer en la tentación, el Negro Fontanarrosa partió temprano. Angélica Gorodischer, no. Esperó hasta el final y, cuando la tormenta arreciaba, se fue en compañía de un joven atlético y buen mozo. Sin que le importe el qué dirán.

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