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 domingo, 19 de octubre de 2003

[Nota de tapa] En silla de ruedas
Cuando la ciudad se transforma en una carrera de obstáculos
El diario La Capital acompañó por el centro de Rosario a un discapacitado motriz y comprobó las dificultades que enfrenta cotidianamente para moverse con comodidad

Pablo R. Procopio / La Capital

José Luis Ceballos tiene 40 años y la mitad los pasó en una silla de ruedas. Su caso es sólo un ejemplo que basta y sobra a la hora de conocer cómo viven los discapacitados motrices de Rosario. Para ellos, la ciudad y la vida cotidiana aparecen como barreras en sí mismas: el sólo hecho de salir a la calle se convierte en un desafío dificilísimo, una nada deseada carrera de obstáculos.

José Luis es abogado y quedó parapléjico cuando sufrió un accidente automovilístico. Si bien nació en Córdoba, vino a Rosario a estudiar y se quedó a ejercer su profesión. Vive solo en un departamento céntrico que alquiló especialmente cuidando ciertos detalles: que no haya escalones y que tenga puertas anchas y baño amplio. Imprescindible.

Su actividad de letrado lo obliga a trasladarse diariamente a los Tribunales Provinciales (donde pidió construir una rampa). A la tarde, cumple funciones en una ONG de la zona sur. Como no tiene auto, debe ir en taxi o remís. Claro, en esta ciudad es casi imposible para un discapacitado motriz viajar en colectivos urbanos porque no están preparados.

"Gasto más, pago más", se quejó. Es que los micros no tienen rampas (hidráulicas o mecánicas) para lisiados. En todo caso, dos personas deberían levantarlo con el sillón ortopédico. "Es una lástima", lamentó al recordar que tiene que "ir y venir todo el día". José Luis considera que la movilidad es fundamental para que un abogado gane relaciones.

Pero, a veces, la cosa no se arregla ni siquiera pagando un taxi, porque algunos choferes evitan llevar a quienes no pueden moverse por sí mismos. "Una vez en Córdoba y Sarmiento un taxista me dijo que la silla no cabía, a pesar de que le expliqué que se desarmaba toda", contó antes de remarcar que obtuvo la misma respuesta del resto de los autos de la fila.

De todos modos, José Luis puede arreglárselas solo para salir de la silla, sentarse en el vehículo y finalmente plegar el sillón. Pero hay gente que padece lesiones medulares de mayor escala que ni siquiera logra hacer eso. Es más, en el caso de los aparatos con motores y batería, la cuestión todavía es peor.

Sin embargo, los rosarinos son solidarios y prestan ayuda. "Flaco, ¿qué necesitás?", dicen a menudo. "Si fuera por la colaboración de la gente, todo estaría perfecto, pero existe un estado de quilombo en otros aspectos", agregó.

Con relación a esto, hay varios ejemplos: No solamente en pocos lugares existen áreas de estacionamiento para discapacitados, sino que casi siempre están ocupadas por cualquier coche. También suele suceder que el espacio no sea el imprescindible, es decir más ancho que el común.

José Luis la sabe lunga. Conoce cada detalle de la vía pública rosarina: dónde están las veredas rotas y las rampitas de garages y el sitio exacto de cada obstáculo que esconde Rosario. Así, recorriendo la calle con La Capital, relató pelos y señales de las aceras y las calzadas del centro de la ciudad.

En una parte de la recorrida y apuntando hacia los dificultosos adoquines que sirven de paso obligatorio para acceder a un supermercado, dijo: "Pasar por acá siempre cuesta mucho aunque soy bastante hábil" con la silla. Es que los incapacitados motrices parecen desarrollar una increíble aptitud con los brazos y el torso; "el tema es la maña y no la fuerza", puntualizó.

La esquina del bar El Cairo (Sarmiento y Santa Fe), es otro claro ejemplo de imposibilidades notorias. "Por ahí no pasás jamás. En una vereda angosta pusieron la caja y la columna del semáforo", aseveró. Y, como si esto fuera poco, las rampas de algunas bocacalles sólo están ubicadas en ciertas ochavas y no en las cuatro como realmente debería ser.

Para José Luis, realizar bajadas especiales en todas las esquinas no es una cuestión de presupuesto, sino de falta de decisión. "Requiere una bolsa de cemento, arena, martillo y cortafierro", contabilizó al recordar que si bien el cantero central de bulevar Oroño tiene rampas, las veredas laterales, no. No obstante, es difícil andar por el medio de esa arteria, "las bicicletas pasan todo el tiempo y a uno le parece que lo fueran a chocar", indicó a pesar de que su herramienta de movilidad podría resistir hasta los golpes más contundentes.

Entre los obstáculos urbanos más comunes, están los escalones; los omnipresentes y "malditos" escalones. "Lo que más bronca da es que las entidades públicas carezcan de accesos especiales. Tengo el mismo derecho que cualquiera para ingresar", rezongó el abogado al apuntar a la Dirección General de Tránsito o la Dirección Provincial de Rentas, aparte de la Defensoría del Pueblo, "un sitio complicadísimo donde, paradójicamente, deberían estar más atentos a esos detalles". Pero, por suerte "siempre hay empleados que se la juegan y bajan para atender a quien no puede subir", confesó. Y ni hablar de la Dirección Provincial del Discapacitado a cuya rampa se llega atravesando primero un escalón que, para colmo, tiene una pendiente "imposible. Este es un caso de imprevisión, no de falta de dinero".

Los ascensores son otro tema. La mayoría son muy justos y no permiten que entren todas las sillas, como tampoco se puede pasar por las puertas de casi todos los bares, sin contar las entradas a los baños y la ubicación de los sanitarios. No cabe duda que los controles que demandan las ordenanzas vigentes no se cumplen y menos aún se cumplimentan las reglamentaciones. La vida de un inválido es anárquica en este sentido.

José Luis conoce al dedillo en qué locales puede moverse con libertad y a dónde puede salir a despejarse mínimamente sin tener que atravesar mayores problemas (bares, cines, teatros, librerías o confiterías bailables). Pero, como muy pocas cosas están pensadas para quienes no tienen la suerte de moverse con sus piernas, a menudo subyacen los inconvenientes. "Fijate; en este bar la puerta es más o menos grande y puedo pasar, pero no puedo subir el desnivel", le dijo al cronista que debió ayudarlo empujando su pesada silla de ruedas.

Y si llueve, todo empeora. "Te mojás mal", despotricó casi resignado. "Un día el chofer de un taxi me tuvo que bajar. En esos casos, es bueno llevar siempre piloto y salvavidas (para ambos)", remató.

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José Luis, víctima de la poca planificación urbana

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