 | lunes, 06 de octubre de 2003 | Luis Alberto Spinetta se presentó ante un teatro repleto El Flaco se dio el gusto de tocar todas las canciones de su último CD respetando la esencia conceptual del disco Carolina Taffoni / La Capital Desde hace años, el rock con historia mantiene un código inquebrantable cuando sube a un escenario: la presentación de un disco es sólo una excusa para desempolvar clásicos y estrenar un par de temas. Nadie toma literalmente lo de reproducir en vivo todas las canciones de un nuevo álbum, y menos de la misma forma y en el mismo orden que aparecen en el disco. Nadie salvo Spinetta.
Ahí viene Spinetta a romper toda una tradición rockera sin que se le mueva un pelo. Claro que con una gran ventaja y la mitad del camino hecho. El Flaco tiene un público que se rinde ante él como ante una deidad inmaculada, un maestro zen, un ser de otra galaxia. La ovación que recibió cuando apareció el sábado en el escenario de El Círculo bastó para confirmar que la gente que llenó el teatro (se agotaron las localidades) lo ve más allá de las estrellas (y de los árboles).
De todas maneras el público rosarino estaba advertido. Spinetta repitió el esquema de los últimos shows en el Gran Rex: historia reciente, disco nuevo y nada de clásicos. Empezó con "Prométeme el paraíso", una canción firmada por Dante; siguió con "Oh! magnolia", del doble de Los Socios del Desierto, y remató con "El mar es de llanto", gran momento de inspiración de "Silver sorgo". El segundo tema alcanzó y sobró para presentar a su superbanda. Claudio Cardone y Javier Malosetti midieron alto en el aplausómetro.
"Estas fueron unas breves cortinas antes de presentar el disco", anunció Spinetta, y se largó a la aventura de tocar "Para los árboles" tema por tema, como quien pone el play de una compactera. Esta decisión estética tuvo sus luces y sombras. Algunas canciones ganaron en vivo. "Halo lunar" vibró más en su acento funky. "Cisne", "A su amor allí", "Ciénaga dorada", "Néctar" y "El lenguaje del cielo" marcaron una extraña individualidad por sobre el clima conceptual del disco. Y "Yo miro tu amor", que en estudio es un blues más ensuciado que sucio, en directo es un rockazo brillante. Sin embargo, las versiones demasiado respetuosas de los originales dejaron la sensación de que otra lectura hubiese resultado más interesante.
A riesgo de pasar por autocomplaciente, El Flaco se atajó dando espacio: espacio a los comentarios, a los aplausos y a los músicos de su banda. Así, casi imperceptiblemente, le impuso al recital su propio ritmo, el reloj interno de su último compacto, tanto que los temas que no pertenecían a "Para los árboles" sonaron descolgados. "Gracias por dejarme presentar el disco. Los requiero", le dijo a la gente, y ahí parecía el más humilde de los mortales. Son los milagros de Spinettalandia.
El "después" del disco fue un postre liviano: una versión de "Las cosas tienen movimiento", viejo tema de Fito Páez que cantaba Baglietto; un extracto de "Tonta luz"; "Nelly" y "Paraíso". En el bis El Flaco se permitió una única concesión. "Me criticaron porque no hice clásicos. Voy a terminar tocando «Para Elisa»", ironizó antes de largar con una versión acelerada (rock and roll 50s actualizado) de "Me gusta ese tajo". Pero a esa altura ya estaba claro que Spinetta se había dado el gran gusto de hacer valer un instante musical del presente contra los siglos del pasado. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Spinetta esquivó los clásicos. | | |