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 domingo, 05 de octubre de 2003

Charlas en el café del Bajo

-Creo que no hay cuestión que justifique la destrucción del puente que une o debería unir el alma de un padre con la de su hijo. No hay crisis, dificultad, problema o conducta que conlleve la decisión de un papá de no proteger, de no amparar, de no ayudar a un hijo en dificultades. Muy especialmente cuando de un modo u otro el hijo pide auxilio o cuando es presa de una enfermedad como es la adicción.

-¡Ah! Pero a menudo el hombre no comprende al adicto y lejos de ayudarlo, legos de tenderle uno y mil puentes para salvarlo, lo discrimina, lo desampara, le quita eso que al fin y al cabo un enfermo es lo que más necesita: el afecto. Ahora, se me hace difícil pensar en un padre que abandone, que no preste auxilio a un hijo en tales circunstancias.

-Pero fíjese que algunas cosas ocurren y suelen ocurrir tan cerca nuestro que por ello ni reparamos en ellas. M. es un chico de 23 años cuyo padre, un hombre por lo que sé de nivel medio y aceptable nivel cultural, pero de dudosa altitud espiritual, decidió desarraigar a su hijo de su hogar apenas se enteró de que éste era presa de la enfermedad llamada adicción. Cuando un amigo psicólogo me narró el caso, con las reservas propias de la cuestión, sentí indignación pero sobre todo pena. Pena no por M., sino porque estas cosas ocurran.

-Me parece bien que no sienta pena por M. porque a los seres agobiados se los quiere y se los ayuda, pero no se llora sobre ellos.

-Así es. No conozco a M., no sé su nombre, sólo la inicial de su nombre de pila. Jamás lo conoceré, supongo. Probablemente leerá esto (o probablemente no) pero de todos modos mi amigo psicólogo o alguien vinculado a la problemática de la adicción lo leerá y quiero a esa gente dedicarle estas palabras de esta historia cotidiana.

-Lo escucho.

-Revolviendo algunas cosas leí un reportaje que le hizo el escritor barcelonés, Miquel de Palol a Ricardo Bonfill, un cineasta español, escritor y agudo adicto a las drogas de 37 años. Bonfill describe lo que era él antes de someterse al tratamiento: "Yo no podía hablar más de tres palabras seguidas. Me había vuelto impulsivo y caprichoso ante el dinero fácil de la basura, que dedicaba al arte o a comprar más basura. Pensaba que tenía el control, pero la sensación de estar metido en la basura era tan fuerte que pensaba que ella iba a ser parte de mi esencia. La droga me había llegado a "angustiar" hasta el punto de automedicarme. Me había vuelto un egoísta, me había convertido en una bàte du circ, en un exhibidor folclórico de mí mismo, metido en una espiral de falta de respeto por la familia, por las mujeres "y por mí mismo". Era un sádico hedonista que causaba daño a los demás sin que me afectase. Cuando entré aquí, me daban tres meses de vida si continuaba con este ritmo. Pero Bonfill va más allá y dice algo determinante: "Si uno tiene necesidad de evadirse es porque la mierda está en el mundo. Comes porquería por pereza a buscar lo que no lo es. Ahora quiero ser yo mismo, no el producto de la basura. He de limpiarme". Hay supuestos sabiondos y fortachones que suelen decir muy sueltos de lengua: a los problemas hay que enfrentarlos, no fugarse, asestando así un rudo golpe al alma de aquellos adictos que no han podido (¡no han podido, señores!) tener la claridad mental, la serenidad de espíritu ante la adversidad, adversidad que, como dice Bonfill, es moneda corriente en el mundo. No todos tienen la capacidad de reaccionar de una forma apropiada ante ciertas circunstancias de la vida y entonces muchas veces se cae en la enfermedad: depresión, adicción, entre otros males. Afortunadamente, M. encontró al padre de un amigo que decidió no sólo protegerlo en su estado de abandono, sino que está dispuesto a lograr su total restablecimiento.

-¡En el mundo hay gente maravillosa! Y seguramente logrará salir, porque todo lo que una mente llena de fe, esperanza y acompañada por el amor se propone lo logra. Esto es incontrastable. Mi amigo profesional me ha sorprendido con sus palabras al contarme la historia: "Cuando M., retorne a la vida plena, con todo un destino por delante, saldrá fortalecido, no sólo para no caer, sino para perdonar aún lo que parece imperdonable, porque la esperanza de M. es golpear la puerta que una vez le cerraron tan infelizmente y decir: lo logré".



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