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 domingo, 05 de octubre de 2003

El cazador oculto: Las ventajas de llegar temprano

Ricardo Luque / La Capital

Para no perderse nada hay que llegar temprano. Antes que las estrellas, que por más que quieran (y eso no sucede jamás) por nada del mundo deben llegar a horario. No sea cosa que alguien las confunda con un simple mortal. Sí, uno de esos pobres incautos que, enceguecidos por las luces del varieté, son capaces de pagar entrada para ver algo que la televisión les ofrece gratis. Y todo por tener cerca a las figuras que conoce más de verlas desfilar por los programas de chimentos que por su trabajo. Porque un cholulo hecho y derecho puede morir (y matar, también) por un autógrafo, pero jamás se despeinará siquiera por disfrutar del arte que convirtió a sus artistas preferidos en ídolos. Y eso no quiere decir que no vayan al teatro ni a recitales ni al cine, porque lo hacen y hasta son capaces de acampar durante días frente a la boletería de un estadio para conseguir un asiento en primera fila, pero no hay que confundirse, sus esfuerzos tienen como fin último cruzar una mirada, tirarle un osito de peluche con una cartita de amor atada al cuello o gritarle con el tono de voz más agudo que puedan arrancar de sus gargantas "¡te quiero!" a los artistas de sus sueños. Lo escalofriante es que sus cabecitas, taladradas durante años por la prédica incesante de las Mirthas, Susanas y Marcelos que pueblan la pantalla, tienen la idea de que las estrellas, como las hadas madrinas, pueden iluminarlos con sólo tocarlos con su varita mágica. Pero no es así. Nada ni nadie puede borrar de un plumazo las penurias de la vida cotidiana. Y mucho menos las de los argentinos, que son más graves, más profundas, más crueles que las de la mayoría de los hombres y mujeres a los que les tocó en suerte habitar el planeta Tierra. Pueden terminar, claro, pero no por obra y arte de un conjuro ni tampoco, vaya desgracia, de un pingüino, por santas que sean sus intenciones. Salir del pozo demanda esfuerzo y paciencia, algo que en una sociedad dominada por la frivolidad resulta cuando menos extraño. Igual, una fiesta nunca viene mal. Ser realista no impide ser divertido. Por eso para no perderse nada en la ceremonia de los Magazine hay que llegar temprano. Y no esperar más de lo que el olmo puede dar.

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