| miércoles, 10 de septiembre de 2003 | Reflexiones Las razones del voto Víctor Cagnin / La Capital El resultado de las elecciones provinciales y municipales arroja una variedad de lecturas y polémicas que encierran una primera gran lección: el fuerte estado deliberativo que dejó en la ciudadanía. Como si se tratase de una reconsideración de lo político por parte de la sociedad civil, comprendiendo ahora que podría llegar a mejorar su calidad de vida.
Escribo en un tiempo potencial
-"pareciera, como si, podría"- porque la segunda lección es precisamente que el sistema de ley de lemas con el que votamos siempre logra generar un mar de dudas sobre la legitimidad de los ganadores. Se lo ha denunciado hasta el hartazgo, sin consecuencias. Y así se ha convivido en los últimos doce años, bajo sospecha. Sospecha del norte hacia el sur, de radicales hacia peronistas, de peronistas hacia socialistas y viceversa. Aunque está visto, la mayor de las legitimidades puede escaparse de las manos el día menos pensado, siguiendo el derrotero delarruista.
La urnas revelaron también que el aburrimiento de la campaña, sólo roto en la última semana con acusaciones cruzadas, tenía sus fundamentos. Poniendo a salvo a algunos legisladores y concejales electos, la mayoría de los nuevos representantes se caracterizan por el perfecto desconocimiento de la ciudadanía, unos, y por ser viejos conocidos de los que no se espera nada nuevo, otros.
Por su parte, el estado de ánimo del gobernador electo Jorge Obeid no fue exultante, tal vez por la poca distancia que le sacó a Alberto Hammerly y por la diferencia de votos propios que tiene con Hermes Binner y Carlos Reutemann. Sus primeras palabras parecían un concierto para dos oyentes muy distintos: Kirchner y Reutemann. Desde luego, no podrá satisfacer a ninguno y mucho menos a quienes esperan de él un aire de cambio. Pero el ingeniero tal vez se reserve estas cuestiones para la hora señalada, el 10 de diciembre, cuando vuelva a asumir en la provincia con todas las atribuciones. Allí deberá optar: o se pliega a los aires renovadores del presidente, hablando con claridad, separando la maleza del trigo y tomando medidas ejemplares para devolver transparencia y eficiencia en todos los organismos del Estado, o negocia un gabinete que calme las pujas internas en el justicialismo.
A Binner, en tanto, le faltó algo de swing con los escépticos. Ese porcentaje importante de votos en blanco e impugnados eran potenciales sufragios para el socialismo. Quizás los asesores creyeron que se definirían con las denuncias de posibles irregularidades o bien ni siquiera lo registraron, lo cual sería más doloroso. Algunos culpan a su incapacidad para conformar una alianza con el ARI -hay responsabilidades compartidas-, pero hay otras razones, como la inexplicable demora en el lanzamiento de su campaña en toda la provincia. Y cuando lo hizo y terminó de recorrerla ya Reutemann le había sacado una vuelta con sonrisas, fotos y subsidios. No obstante, su elección fue notable y los 580 mil votos constituyen un capital cuyo rendimiento dependerá solamente de su actitud en el futuro. El socialismo ha ganado un importante terreno y tiene la posibilidad de convertirse en el segundo partido de la provincia, pero para ello debe aggiornar su estructura, su programa y sus vínculos con la sociedad. Si lo hace, estas espinas de hoy pueden ser la roja rosa de mañana.
A todo esto, a Miguel Lifschitz -legítimo ganador-, ese candidato a quien poco a poco se le fue descubriendo la voz detrás de Binner, se lo ve defendiendo su triunfo con un grado de sensatez, sentido común, lógica y racionalidad que si quedaba alguna duda sobre su capacidad logró disiparla en dos apariciones. Mientras Nicotra, el gran referente local del Partido Justicialista, con una campaña publicitaria impecable, estuvo a punto de quedarse con la comuna, pero su persistencia en revisar los votos puede derrumbarle la buena imagen obtenida, aunque tal vez sea de aquellos que van por todo o nada.
Algo más. El viento electoral se llevó a dos referentes históricos de la provincia: Horacio Usandizaga y Alberto Natale. En las dos últimas décadas fueron los protagonistas ineludibles del consenso provincial y, elogiados y maldecidos por derecha e izquierda, formaron parte del frontón justicialista; con Reutemann, fueron hasta casi compañeros de ruta. El Vasco sabía lo que venía pero igual jugó sus últimas fichas, acaso atraído por la danza de la fortuna electoral. Natale, en tanto, había dejado de ser el viejo lobo demoliberal, políticamente correcto y de elocuencia discursiva. Sobre ese espacio, en franca crisis, el liberalismo deberá trabajar con paciencia para encontrar los nuevos referentes.
La democracia, por suerte, sigue su siembra.
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