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 domingo, 07 de septiembre de 2003

Personajes & destinos: anclado en Madrid

Hoy escribe Norberto Puntonet (*)

Después de cantar en varios boliches de Villa Carlos Paz durante el verano de 1990 decidí que ya era hora de buscar nuevos horizontes porque mi país no me ofrecía un futuro promisorio en el corto plazo. Un amigo cordobés que tenía una hermana en las Islas Canarias me entusiasmó para que pruebe suerte en España. El viajó una semana antes para tratar de conseguir un lugar donde yo pudiera cantar ni bien llegara a las islas y tuviera cómo subsistir. Pero al llamarlo desde Barajas, ni bien aterricé, me dijo que la temporada era mala por las lluvias y que había poca gente. No me convenía viajar a Canarias.

Allí estaba entonces, anclado en Madrid, sin contactos y con pocas pelas en mis bolsillos. Caminé por Atocha hacia la Puerta del Sol en busca de una pensión barata, deslumbrado por los autos y motos último modelo y cautivado por el acento madrileño. Por 2.800 pesetas (U$S 28) por día alquilé una habitación en un hostal céntrico y con mi currículum y un casete me sumergí en la noche de Madrid en busca de trabajo. Después de entrar a varios pubs me hablaron de un restaurante argentino, El Locro, donde hacían espectáculos.

Como preguntando se llega a Roma, encontré la calle Trujillos, a dos cuadras del Corte Inglés y a una de Galerías Preciados de la Puerta del Sol. Allí encontré a varios argentinos: los dueños del restaurante, los camareros y los músicos. Uno de ellos, cantante de tangos, me invitó a cantar y me presentó como un viejo amigo recién llegado de Argentina, "aún con olor a Buenos Aires", dijo. Esa noche no sólo comí mi primer asado en España, sino que conseguí trabajo con uno de los mozos. Estaba refaccionando una casa por Atocha en sus horas libres y me ofreció 2.000 pesetas por día para ayudarlo.

Así fue que a menos de 24 horas de haber llegado a España ya estaba pintando aberturas. Como "currar" en El Locro al camarero le llevaba muchas horas, me dejó solo al segundo día. Luego de las puertas y ventanas pinté las paredes y los techos, empapelé y alfombré dos dormitorios y coloqué un revestimiento en la cocina y el comedor. Debo confesar que nunca lo había hecho en mi vida pero necesitaba el dinero. Podría haber conseguido más pisos para arreglar pero yo había ido a otra cosa.


Amigo tanguero
El primer fin de semana remplacé en tres pubs a mi nuevo amigo tanguero, quien tenía unas galas en otra ciudad. A 9.000 pesetas por noche logré juntar 27.000 en tres días, más lo de la casa, había logrado reunir 300 dólares en menos de una semana. Lo mismo que tenía cuando llegué a Madrid.

Estuve 20 días como lavacopas y camarero en una cafetería por la zona de Príncipe de Vergara, trabajaba casi todo el día, y por las noches cantaba en el restaurante argentino-uruguayo La Carreta. Fue entonces que uno de los camareros de El Locro se fue a Alicante y me sumé al plantel de mozos, aunque también remplazaba a los artistas cuando faltaban. Allí aprendí a hacer chimichurri -aunque nunca lo probé ya que odio el ajo-, a destapar botellas de vino en tres segundos, a llevar siete platos de comida en cada brazo, y mucho más.

Así logré sobrellevar la soledad que comenzaba a hacer estragos en mi espíritu aventurero. Mi novia -hoy mi mujer-, mis padres, hermanas, sobrinos y amigos habían quedado a 12.000 kilómetros luchando contra la hiperinflación del gobierno de Alfonsín y los primeros meses de Menem, para mí otra década infame.

Los pocos días libres que tuve, y luego de enviar dinero a Rosario -algunas veces no llegó- los dediqué a caminar para conocer Madrid y sus alrededores: la Plaza Mayor, El Rastro, la Puerta de Alcalá, la Cibeles, el Museo del Prado, el Parque del Retiro, la Plaza de España, el barrio de Chueca, Carabanchel, Cuatro Caminos, eran mis lugares preferidos. En la plaza de toros de Las Ventas me maravilló el colorido de la corrida, la habilidad de los toreros y los caballos, el fervor del público madrileño que había colmado las gradas para presenciar "la mejor corrida en los últimos 10 años", según ellos. Pero no me pasó lo mismo con la matanza de los toros de lidia y el rojo de la sangre contrastando con la arena caliente.

Beber cañas en las terrazas de los bares de la Gran Vía, "salir de tapas" por las tascas de los alrededores de la Plaza Mayor o refrescarme en la piscina de Lagos -donde los toples hacían furor- eran las salidas más frecuentes.

Un día, al volver de juerga a la pensión de Chueca, me enteré de que Extranjería se había llevado a un compañero de habitación para deportarlo ya que había vencido su permiso como turista. Como estaba en su misma situación me fui a vivir al piso de una amiga española que se solidarizó conmigo y con mi primo Fabián, que llegó a Madrid después que yo.


Comensal de lujo
El restaurante El Locro era muy conocido por artistas españoles y argentinos. En sus paredes colgaban retratos de Serrat, el Negro Olmedo, Rafael Amor, Alberto Cortés, Mercedes Sosa, Paloma San Basilio y muchos más. Pero antes de volver a Rosario, me di el gusto de agregar una foto más. El número uno del fútbol mundial, Diego Maradona, había sido invitado por Jorge Valdano a participar de su programa televisivo. Luego fueron a El Locro, una fría noche de diciembre. Puedo decir con orgullo que le di de comer a Diego (como mozo) y canté para él unos meses después de haber llorado juntos tras perder la final contra Alemania, en Italia '90.

Nueve meses en Madrid bastaron para valorar lo que había dejado en Rosario: un amor, la familia, los amigos, el mate, el asado y el fútbol de los domingos. Nueve meses tardé en comprender que, como dice Serrat, "de lejos se ve más claro", y llegar a la conclusión que la mejor tierra para echar raíces (Angeles y Candela) está en Argentina, aunque de visita, sé que algún día volveré a ver el cielo de Madrid.

(*) Periodista y cantante

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El sueño del pibe. Encuentro con Diego Maradona.

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