| domingo, 07 de septiembre de 2003 | Charlas en el Café del Bajo -Este domingo comienzo la charla reproduciendo la carta que hace unos días nos envió Germán. Preste atención, Inocencio, y presten atención todos los amigos del bar: "Hola amigos, les dejo en forma de letras atrapadas en una frágil servilleta de bar, un pedacito de mi dolor y algunas preguntas que se marcan a fuego dentro de mi cabeza. Como... ¿Qué pasa con los hijos de la pobreza, con esas madres que con tanto sacrificio crían a esos chicos de futuros inciertos y en un abrir y cerrar de ojos se quedan sin ellos? Y también me pregunto: ¿Qué pasa con nosotros, como políticos, como empresarios, como servidores públicos, como profesionales, como ciudadanos y como seres humanos? O, acaso no nos estamos dando cuenta de la situación que estamos viviendo, si pisamos el mismo suelo, bebemos la misma agua y sufrimos en distinta medida los mismos problemas. Entonces me vuelvo a preguntar: ¿Es imposible ponernos de una vez y para siempre la camiseta de la vida, para construir bienestar para todos y por lo tanto crear justicia y más libertad. Un abrazo muy fuerte y mi más sentido pésame a dos madres que quiero mucho y son reflejo para mi, del sufrimiento de tantas otras que también han perdido a sus hijos. Para Gloria y Nora. Germán Gago".
-¿Qué pasa, Candi? ¿Por qué debemos pasar por tantos sufrimiento y por qué, como dice el amigo, no nos ponemos la camiseta de la vida?
-Porque erróneamente suponemos que el dolor de nuestro prójimo no puede afectar o influir en nuestras vidas. Porque estamos convencidos de que mientras nuestra individualidad esté a reparo del sufrimiento, el sufrimiento de los demás no es nuestro problema. Y este pensamiento egoísta, esta indiferencia, a menudo lleva a otra instancia más grave: la agresión material y en definitiva espiritual ¿De qué manera? De la manera más perversa: aprovecharnos de lo que tiene el prójimo para nuestro crecimiento material. Despojarlo en aras de nuestro beneficio.
-Pero ese pensamiento, ese creer que nos salvamos nosotros aun cuando el prójimo se ahogue es una tremenda equivocación ¿verdad?
-Desde luego que sí, porque está muy claro que nadie puede salvarse en una sociedad que no se salva; nadie puede ser feliz en una sociedad que no es feliz. Me dirá usted..., "Bueno pero yo conozco gente que permanece indiferente ante el dolor de su hermano y hasta se aprovecha de los demás y vive muy, pero muy bien". Y yo le responderé que eso es lo que ven sus ojos. Sólo Dios, únicamente Dios y esa misma persona saben de los íntimos sufrimientos. Yo estoy convencido, amigo mío, que de la ley eterna que regula la vida nadie se burla y menos aún de la divinidad. Uno puede no pagar las facturas, pero más tarde o más temprano se corta el servicio ¿Lo entiende?
-Sí lo entiendo. En definitiva no amamos, no somos comprensivos, no somos tolerantes, no nos interesamos por la problemática del prójimo y poco hacemos por ayudarlo y finalmente se cumple aquello de: "con la medida que medís, seréis medidos".
-Así es. Y a veces nos equivocamos en nuestros enfoques: clamamos a nuestro ser querido, al que tenemos más cerca porque nos ame, porque nos ayude y porque mitigue nuestro dolor ¿Pero conocemos acaso cuál es la situación real del otro espíritu? ¿No reclamamos a veces atención y desconocemos si el otro ser no requiere más atención que nosotros mismos? Imagínese Inocencio que Dios por un momento nos permitiera conocer el pensamiento de los demás, sentir sus sentimientos ¡No se imagina usted cuántas sorpresas nos llevaríamos y cuanta compasión se despertaría en nosotros! ¿Hay dolor? Sí, hay mucho dolor y en infinitud de casos nosotros, los hombres, somos los responsables de tanto dolor. No comprendemos, no toleramos, no ayudamos, es decir...no amamos y creemos que son burdas patrañas aquello que dice el libro del Eclesiástico: "No digas: tengo suficiente ¿qué mal podría sucederme? La felicidad de un día hace olvidar el mal pasado y en el día de la desventura no se recuerda la felicidad; porque fácil es delante del Señor en el último día pagar al hombre según su conducta" ¡Ah, Inocencio! No podemos burlarnos de Dios, pagamos, siempre pagamos. Y que necedad, porque podríamos cobrar "una medida rebosante" si amáramos, si amáramos genuinamente. Y mañana le explicaré que es cobrar una medida rebosante, aquí en este misma vida.
Candi II
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