| sábado, 06 de septiembre de 2003 | Víctimas sobrevivientes Escucho y analizo cada opinión sobre la instalación del Museo de la Memoria y sobre la detención de militares. La mayoría de los opinantes no fueron víctimas del genocidio. No fueron encarcelados o chupados. No se enteraron en su momento, y si se enteraron no creyeron. Hoy lo saben. Pido solamente que cada uno de quienes opinan se pongan un momento en el lugar de las víctimas sobrevivientes y en el de los familiares de aquellos que no se sabe ni siquiera dónde están. Quien esto escribe sobrevivió. Y sólo quiero decir algo. Me abracé a mi hija de ocho años en aquel octubre del 76 besándola lo más fuerte que pude porque estaba convencida que iba hacia una muerte espantosa. Mi compañero no resistió los seis días ininterrumpidos de tortura. Volví a abrazar a mi hija, miré el cielo y había sol, estaba viva. Y en un mismo cuerpo, un mismo corazón, una única alma, sentí el enorme gozo de abrazar a mi hija y el dolor desgarrante de no tener nunca más a quien más amaba. Y esto, que me acompañó mucho tiempo, no se puede describir, sólo se puede sentir. Luego de 27 años la vida continúa. Disfruto de mi hija y de mis nietos. Pero se convive con el dolor desgarrante. Quienes quieren cerrar la historia con la impunidad, no lo vivieron, no lo sintieron, ni siquiera pueden imaginarlo. Y además piden justicia y castigo para quien les roba, los secuestra, aunque sean menores a los que el sistema que ellos defienden tiró a la marginalidad.
LC 5.989.068
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