Mauricio Tallone / Ovación
Bienvenidos al show del Narigón, la puesta en escena que tiene como actor protagónico a Carlos Salvador Bilardo. El actual entrenador de Estudiantes asomó su figura por el césped del Coloso enfrascado en un impecable traje azul y con una corbata a la que se le presagiaba poca vida útil apenas empezara a rodar la pelota. Pisó el campo de juego con la mirada pegada al piso, pateó todo papelito insolente que obstaculizara su caminata y mientras se internaba en el banco de suplentes visitante retribuyó con mano levantada la tenue caricia de los aplausos que bajaban de la platea rojinegra. En el mismo instante en que se disponía a sentarse, divisó al Bambino Veira, que enfiló hacia su sector para saludarlo pero sorprendió con otra de las suyas: "Ahí viene el hijo de p... del Bambino". Y salió disparado como un resorte para su izquierda escapándole a la intención del técnico de Newell's. No temió quedar en ridículo adelante de miles de testigos, simplemente cumplió con su mandato cabulero de no fundirse en un abrazo con sus colegas de turno. No lo había hecho hace una semana con Miguel Angel Russo cuando Estudiantes recibió a Central en La Plata, se sabía que no lo iba a hacer en la tarde de ayer en el Coloso. El árbitro Angel Sánchez inició el partido y Bilardo no dejó pasar ni un minuto que ya estaba dando indicaciones para sus dirigidos. Quizás por la cercanía, el primer destinatario de sus mensajes fue el pibe Carrusca. "Carrusca, andá, andá. Dale nene, andá", pareció leerse en sus labios, mientras se ayudaba con las manos para ser más ilustrativo. Cada jugador pincha que merodeaba su territorio se llevaba de premio la insistencia de sus recados. Cada vez que le sancionaban una infracción que le generaba disconformidad, se golpeaba las piernas con sus manos dando pequeños saltitos en el aire. "Vamos, Tecla, no podés perderte ese gol, con lo que nos cuesta llegar", fue la súplica que utilizó para no volverse loco cuando Ernesto Farías se comió un gol en un mano a mano con Luciano Palos. Después vino el tiempo de rascarse los gemelos con sus zapatos y seguir con el ritual de las mil indicaciones. Gelabert quedó tendido en el piso y el Narigón se desesperó para que el cuarto árbitro (Carlos Mousseaud) le permitiera el ingreso de su médico para atender al defensor. "Eh, Sánchez, eh Sánchez, paralo paralo", sonó el ruego desde la distancia y a esa altura disfónico. El empate era un hecho y el show del Narigón bajó el telón con una nueva función de un tal Bilardo.
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