Jorge Levit / La Capital
Un nuevo ciclo de sinceramiento y catarsis parece que se ha inaugurado en el país. Los conceptos que utilizó el canciller Rafael Bielsa para explicarle a un diario español cómo nos ven en el exterior se ajustan bastante a la realidad. Si bien decir que nos observan como abominables, chiflados e inmaduros no son palabras extraídas del lenguaje diplomático habitual, Bielsa debutó, al menos, diciendo lo que verdaderamente pensaba. No buscó acostumbrados eufemismos para caracterizar una sensación, compartida en el exterior, sobre la Argentina. En realidad, el mundo mira muy poco a la Argentina, que no es un país central, no tiene gran peso en el comercio internacional y está sujeto a cíclicos cambios en materia de política exterior que la hacen impredecible. El ex presidente Eduardo Duhalde, por ejemplo, votó sobre la situación de los derechos humanos en Cuba de diferente manera (condenando y absteniéndose) durante su corto mandato de poco más de un año. Antes de Duhalde vinieron los saqueos, los cuatro presidentes, las cacerolas que echaron a De la Rúa, Chacho Alvarez y su renuncia. El menemismo de alineamiento automático y carnal con Estados Unidos, el dólar que se cotizó a la par de un peso durante una década y las felices Pascuas de Alfonsín. También la peor tragedia del siglo pasado con la desaparición de miles de argentinos y el robo de bebés a manos de un proceso militar que venía a restablecer el orden, la moral occidental y la justicia. Es difícil explicarle a un extranjero que todas estas cosas han pasado en la Argentina en menos de 30 años. La Argentina es inexplicable en el exterior, sobre todo en temas donde sí tiene protagonismo. Y aunque parezca superficial, la familia del propio canciller brinda un ejemplo de lo que él mismo describió. Su hermano Marcelo Bielsa, un profesional honesto, vuelve a dirigir a la selección nacional de fútbol después de un estrepitoso fracaso en el último Mundial de Corea-Japón. No se sabe qué internas y manejos en la conducción feudal de este deporte en la Argentina -en manos de la misma persona desde hace décadas- impidieron que se les ofreciera a otros técnicos del país tener la oportunidad de probar suerte. Difícil de entender. En la Unión Europea la Argentina está lejos de ser clasificada como un país pobre. Las líneas de créditos o aportes que ingresan al país son para planes de desarrollo, obras de infraestructura o convenios culturales. Se lo considera un país en desarrollo que no necesita ayuda para alimentar a su población. No es ni remotamente comparable con varios países africanos y asiáticos cuyos presupuestos son engrosados con transferencias directas de fondos europeos y que representan más de la mitad de sus magros ingresos. Argentina es gran productor de cereales y carne en un extenso territorio poco poblado. Pero el 60 por ciento de su población es pobre y millones subsisten con subsidios de 150 pesos mensuales. Difícil de explicar. Empresas extranjeras líderes en el mundo y establecidas en el país desde hace años se ven envueltas en escándalos de sobornos a funcionarios públicos para conseguir contratos. En sus lugares de origen cumplen la ley a rajatabla pero aquí saben que hay otras formas de hacer negocios. Son tan corruptos como los argentinos, pero en sus países le temen a la ley. Aquí encuentran la forma de eludirla. Difícil de admitir. La Argentina es considerada un país funcional a la evasión de impuestos. Se sabe cuánto se recauda y también cuánto se evade. Los ancianos jubilados soportan frío o calor para protestar por unos pesos más de su miserable sueldo. Los bancos se quedaron con la plata de mucha gente y sus edificios destruidos y adornados con excremento han recorrido la televisión mundial. Los piqueteros cortan calles y rutas. Los líderes sindicales, llamados despectivamente "gordos", viajan a las reuniones de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra pero aquí ya no representan a nadie. Difícil de comprender. El canciller Bielsa tal vez haya sido hasta mezquino a la hora de describir la imagen que tienen en el exterior de la Argentina. Es seguramente mucho más de lo que, con coraje, se animó a decir. La Argentina poco importa en la economía global y en la disputa que dividió a Estados Unidos y a parte de Europa en la guerra de Irak. Sí sobresale por su pendular política exterior y su anodina dirigencia doméstica. No es fácil explicar en el exterior que quien pronunció la célebre frase: "Los problemas de la Argentina se resolverán si todos nos comprometemos a no robar durante dos años", sea hoy nada menos que senador nacional y su mujer haya sido la última ministra de Trabajo. Son todas "bellezas" criollas muy difíciles de traducir a cualquier idioma. [email protected]
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