| | cartas Un puente a mis recuerdos
| Mis recuerdos huelen a flores, a tardes de carnaval y a paisajes de isla. Mis recuerdos están lejos. Demasiado lejos, pensé muchas veces. Hace 14 años cuando perdía a mis viejos no sabía que además del dolor de no tenerlos se me iba a agregar la nostalgia como una segunda piel. Las fiestas sin mamá, los logros sin papá y mis recuerdos allá enfrente; en un viaje de ida que no tenía vueltas. Mis recuerdos me llevan de tanto en tanto hasta Victoria y ahí me quedo. Ahí están mis tíos (o los que quedan) que como papás postizos fueron tantas veces depositarios de un amor paternal, casi enfermizo. Alguien a quien mostrarles como un tesoro perdido la foto de mis hijos, la libreta de calificaciones y los progresos (gracias a Dios) de mi vida. Entre la vida rosarina y la locura de labrarme un porvenir, los poquitos espacios para mi soledad están llenos de recuerdos. Recuerdos que huelen, recuerdos que cambian el calor y el color de la piel. Los ravioles de mi vieja los domingos (a los que sólo igualan los de mi tía Haydée) que mientras los amasaba, cantaba con una voz que todavía escucho. El perfume en el pulóver de mi viejo sobre el cual lloré una madrugada llena de misticismo y magia; la voz de mi tío Horacio o la risa de mi tío Mario a los cuales les dediqué un cuento que espero algún día animarme a publicar. Con la muerte de mis padres todos mis recuerdos quedaron allá enfrente. A cuatro horas de viaje. Un viaje interminable que cuesta mucho más a los cansados huesos de mis tíos-padres, que a mis enormes ansias de buscar en ellos lo que ya no tengo. De este lado yo y mis años que se pasan, que se vuelan, que de a puñados sedientos van comiendo funestos los nombres que me quedan. Pero como un rayo que remite a su centro, de alguna manera todos los primos remitimos como pollitos hacia un centro imaginario que está allí; donde mi abuela reunía a todos mis tíos junto a mis padres como una gallina con sus pollitos. Allí es donde todos nosotros, quien más quien menos, abrevamos para retornar con bríos al río de la vida que siempre te lleva más allá. Yo en particular, reposo ahí mi alma, en las imágenes de un niño pequeño y sus padres en las travesías de horas por las islas. En las quejas de mi mamá y mi papá pidiendo el puente porque a ellos (ahora lo sé), también les era necesario abrevar en sus recuerdos. Estos 59 kilómetros con 400 metros que tiene 15 puentes y 12 terraplenes con 5 bajadas a las islas y qué sé yo cuantas cosas técnicas más, va a unir dos provincias en una obra que es la más espectacular de los últimos 15 años. Va a enlazar dos comunidades y posiblemente, los que desde Rosario se encuentren con Victoria por primera vez, piensen que es un pueblito tranquilo, demasiado, casi aburrido al que no vale la pena visitar. Yo sé que no es así. Yo puedo hablar horas y horas sobre la ciudad. Puedo contar anécdotas, historias y reposarme en los atardeceres contra las 7 colinas. Allí las sombras me devuelven lo que ya no tengo y me pone enfrente lo que aún me queda. Jorge Miguel Albornoz
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