Año CXXXVI
 Nº 49.831
Rosario,
domingo  04 de
mayo de 2003
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Análisis: El gris destino de elegir el mal menor

Mauricio Maronna / La Capital

A Carlos Menem le queda una sola bala de plata para no morder el polvo de la derrota: que los independientes interpreten la batalla final como una interna del PJ, y que el voto en blanco o el abstencionismo eviten la oleada de voluntades que quieren terminar definitivamente con su figura. Enfrente suyo, Eduardo Duhalde se afila los colmillos esperando que Néstor Kirchner triture a su enemigo, un instrumento ayer impensado para que el riojano bese la lona por primera vez.
La coronación del proceso eleccionario que significa el ballottage no logró que se produjera el milagro: los argentinos optarán por el voto contra o la elección del mal menor. El 18 de mayo Kirchner canalizará millones de votos no por las bondades de su programa de gobierno o por constituirse en el depositario de los sueños frustrados frente a tanta desolación política sino por el espanto que les causa a muchos la posibilidad de que Menem vuelva al poder.
"Kirchner no me genera nada, ¿pero sabe qué?, el rival es Menem, y alguna vez tenemos que lograr que el que las hizo las pague". La frase (clave para entender el sentimiento que hoy atraviesa a un grueso sector de la clase media) no pertenece a militante o dirigente partidario alguno: fue pronunciada por unos de los tantos taxistas que, en las vísperas electorales, resultan un termómetro preciso para medir el pulso de la calle.
Menem, el animal político más influyente de la posdictadura, apareció el domingo pasado en el hotel Presidente con los reflejos entumecidos y un odio contenido que nadie sabe en qué se transformará. Parecía estar en su peor momento, pese a haber sido el candidato más votado.
"A éste no lo den por muerto hasta que le pongan la lápida", dijo Carlos Reutemann cuando el caudillo riojano pasaba sus días detenido en Don Torcuato y los analistas firmaban el certificado de defunción. "Dicen que estoy decaído, pero el águila sigue volando", dijo ayer Menem, quien apela a caras nuevas, paraísos al alcance de la mano y denuncias de fraude al por mayor.
De poco valen los posicionamientos de las cúpulas partidarias cuando el voto se ha convertido en algo tan volátil como una pluma en el viento. En el menemismo apostaban a que Ramón Puerta quede como jefe de la campaña. El misionero es el principal operador político de Mauricio Macri, un nuevo imán para el electorado porteño de centroderecha. El lunes, una fuente del justicialismo confió a La Capital que Menem confiaba en que "Reutemann también se se suba a la autobomba (sic)".
Hoy Macri aparece en las páginas policiales por el secuestro de su hermana Florencia y el Lole lucha como un Quijote contra la ferocidad de las inundaciones. "El resultado está cantado", afirmó el gobernador santafesino hace pocas horas, en su única referencia al ballottage, barruntando que Menem, ahora sí, una sombra pronto será.
A dos semanas de la segunda vuelta, Kirchner hace la plancha, dosifica sus apariciones y borra del escenario cualquier posibilidad de debate o actos de campaña. El santacruceño sabe que su peor frente de tormenta aparecerá una vez que se calce la banda y tome el bastón. La performance electoral del 27 de abril (ver infografía) muestra claramente que los barones del conurbano bonaerense fueron artífices de su triunfo y que, a la hora de repartir el poder, Alberto Balestrini (La Matanza), Manuel Quindimil (Lanús), Hugo Curto (Tres de Febrero), Mariano West (Moreno), Héctor Mensi (Lomas de Zamora), Manuel Descalzo (Ituzaingó), Julio Pereyra (Florencio Varela) y Aníbal Fernández (Quilmes), entre otros, pasarán las facturas correspondientes. Y con estos muchachos es mejor no tener deudas pendientes.
Si alguien pensó que Fernando de la Rúa sería el presidente más débil desde 1983 se equivocó. Néstor Kirchner deberá atar acuerdos sin dejar flancos entre su entorno histórico (filoizquierda) y el duhaldismo.
El hombre que llegó desde el sur, sin embargo, tiene en sus manos una oportunidad histórica que la inutilidad delarruista dejó escapar: con los partidos convertidos en cenizas, la mejor alianza se construye con la gente. Para la batalla final faltan quince días.



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