| | Japón: Cambian minifaldas por kimonos En Tokio es imposible encontrar papelles o latas de gaseosas en las calles
| Silvina Angiono
La tradición, la vanguardia y el orden se combinan en Japón para formar una rara conjunción en la que las cadenas de hamburgueserías se mezclan con los museos de arte tradicionales y casi obligan a los occidentales a la sorpresa y admiración de la cultura nipona. Es que los turistas que llegan a las distintas ciudades de Japón se sorprenden porque pueden trasladarse de un lado a otro con la puntualidad absoluta que ofrecen sus medios de transporte, la pulcritud de sus calles y el orden presente hasta en el más mínimo detalle. Para los japoneses el orden es fundamental. En Tokio, es imposible encontrar papeles o latas de gaseosas en las calles y, mucho menos, paredes pintadas con leyendas o grafitis. Si bien los japoneses adoptaron y perfeccionaron las ideas y la tecnología del siglo XX, sigue siendo un pueblo regido por la etiqueta y los valores sociales tradicionales. Sin embargo, en las calles, rara vez se observan mujeres vestidas con el tradicional kimono que puede adquirirse en ferias y locales de ropa típica en diferentes telas. Ese atuendo se utiliza sólo en ocasiones especiales como casamientos o fiestas de Año Nuevo, ya que también hasta ahí llegó la cultura occidental y las mujeres se adaptaron a la moda. Reemplazaron el kimono por minifaldas, botas largas y hasta pantalones de cuero en su vida cotidiana. Sin embargo, y apenas entran en sus casas, las japonesas se sacan sus "ropas de calle" y los zapatos y se visten con el característico kimono. Aunque se trata de una sociedad sumamente machista, las mujeres llevan las riendas del hogar y hasta se encargan de comprar para el hombre de la casa desde la corbata hasta la espuma de afeitar. Como son excelentes anfitriones, los japoneses tienen una especie de devoción por atender bien a los turistas, a los que saludan constantemente con una reverencia, gesto que muchas veces suele incomodar a los occidentales no acostumbrados a tanta amabilidad y cortesía. La mayoría de la población vive en las grandes ciudades pero la distribución de las calles y el desarrollo urbanístico no es tan organizado como la vida cotidiana de los japoneses y suele producir estancamientos de tránsito en las horas pico. En Tokio, como es una ciudad excesivamente cara, la mayoría de la gente se traslada en subte o, si están a mucha distancia toman el tren bala que, aunque es menos accesible que otros medios de transporte, acorta las distancias en menos tiempo. En cuanto a los taxis, que no son muchos en Tokio, llaman la atención por su pulcritud: los choferes conducen con guantes y los asientos están enfundados con una especie de tela blanca similar al broderie, impecable y delicadamente planchada y almidonada. La ecología es una política de Estado. Los japoneses trabajan cada día para mejorar su calidad de vida y, por eso, es común ver en las calles gente ataviada con barbijos cuando están resfriados para poder respirar mejor y no contagiar a otras personas. En cuanto a la vida política de Japón, el Emperador es el símbolo del Estado y de la unidad pero no participa del gobierno y, ni la prensa ni los políticos, pueden hablar mal de él. El sistema de gobierno es Parlamentario, como el Reino Unido o Canadá, y los miembros de la Dieta -el parlamento japonés- eligen entre sus integrantes al primer ministro, quien forma un gobierno y administra la Nación. La Constitución de Japón, que entró en vigencia en 1947, se basa en los principios de soberanía del pueblo, libertad, respeto por los derechos humanos fundamentales y el pacifismo. Sin dudas, quien tuvo la oportunidad de recorrer Japón, pudo comprobar que se trata de un pueblo de fuertes tradiciones culturales, cuyos habitantes se esfuerzan cada día por preservar la paz y el orden, lo que genera en los turistas una combinación de sorpresa y admiración digna de imitar por los occidentales.
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