El mundo del comic, con acciones fragmentadas, actuaciones al borde de la exageración y el fantasma del ridículo, no impidió que los actores lograran divertirse y divertir, rescatando el sentido lúdico del teatro, un juego que sirve para pensar. Los personajes se mostraron como dibujos animados dotados de una profunda humanidad. "Siempre creí que estábamos un poco grandes para este tipo de teatro -dijo Bonín-, suponía que estas nuevas vertientes estaban reservadas para los jóvenes".
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