| | Opinión. Se debe debatir sobre la política de acumulación Hace falta una agenda para la organización nacional poscrisis
| Federico A. Todeschini Carlos Abalo (*)
La sociedad argentina sigue sin lograr un consenso político y económico que le permita realizar cambios, que serán necesarios y costosos cualquiera sea la orientación que se les imprima. La falta de consensos y disensos claramente establecidos se debe a que tampoco hubo un debate sobre las cuestiones que se estiman básicas para la organización nacional poscrisis. Por un lado, las próximas elecciones presidenciales imponen un techo al actual primer mandatario en la toma de decisiones, ya que su horizonte de planeamiento es cada vez más corto. Por otro lado, la incertidumbre que generan las mismas elecciones en los consumidores, los inversores y los empresarios, fomenta la volatilidad de las proyecciones macroeconómicas, que ya deberían haber encontrado un sendero de equilibrio. La principal preocupación para los inversores sigue siendo la gobernabilidad que tendrá el futuro presidente, lo que es muy poco probable que se resuelva en estas elecciones, ya que se espera que ningún candidato supere el 30% en primera vuelta. Así, y teniendo en cuenta que las elecciones legislativas se realizarán a fin de año, estará muy acotada la capacidad de introducir cambios de consideración en los primeros meses del mandato. Así, las expectativas que se vayan creando sobre la figura que polarice la mayor cantidad de votos, serán determinantes para la evolución futura del precio de los activos nacionales, incluido el valor de nuestra moneda. Este punto no es menor, ya que tanto la demanda de pesos como la decisión de invertir o posponer la inversión dependen en gran medida de aquella variable. La actual demanda de pesos es considerablemente menor a lo que indicaban las predicciones existentes seis meses atrás. La poca compra de divisas y los fuertes ingresos del comercio exterior debido a las bajas importaciones, resultaron harto suficientes para que la agresiva política de oferta que viene realizando el BCRA -que aumentó el circulante en $ 500 millones en lo que va de 2003 y en $ 9 mil millones en los últimos seis meses- no se traduzca en un alza sostenida del nivel de precios y en la desvalorización de la moneda. Este cambio de expectativas se debe en parte a que el presidente Duhalde ha podido construir un espacio de poder que le permitió conseguir un mini acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, pero también es fruto de la creencia generalizada de que la Argentina conseguirá crecer al menos un 3% durante 2003. Sin embargo, los equilibrios políticos en nuestro país suelen ser muy inestables y la experiencia indica que la modificación de estos equilibrios puede retraer fácilmente las expectativas de crecimiento. Si esto ocurriera, la emisión realizada se trasladaría rápidamente al mercado de dólares, por lo que el Banco Central tendrá que volver a intervenir para contener el tipo de cambio a costa de las reservas acumuladas y luchar contra las consecuentes amenazas inflacionarias. Esta situación está generando una nueva puja entre Economía y el Banco Central. El organismo que dirige Lavagna está convencido que sólo un dólar en los niveles de $ 3,50 puede asegurar un crecimiento sostenido, con las empresas exportadoras de productos agroalimentarios y el turismo como ejes centrales. Por otro lado, Alfonso Prat Gay quiere minimizar los costos que traería consigo una reversión de las expectativas. Por ello, insiste en que el dólar está muy alto, además de argumentar que estos valores retrasan cualquier tipo de inversión. En realidad, a los productores un dólar a $ 2,40 los debería dejar bastante satisfechos, por lo que el diferencial entre este valor y la actual cotización constituye una renta extraordinaria, salvo que se trate de una actividad que difícilmente pueda ser competitiva, en cuyo caso la situación tendría que resolverse de otra manera. Por otro lado, en términos generales la capacidad instalada es más que suficiente para los actuales niveles de producción y empleo, y pocos empresarios están inmediatamente preocupados por renovar el actual stock de capital. Por eso, éste no es el punto que se debería analizar sino qué política de acumulación de riqueza debería seguir el país. Y en este debate, un dólar alto favorece las inversiones destinadas a sustituir importaciones y a generar rentas extraordinarias en las orientadas a construir un verdadero complejo agroalimentario con alto valor agregado o a desarrollar el turismo y los servicios educativos. A diferencia de la década pasada, donde los grupos de poder que influían en el gobierno estaban mayoritariamente en el sector financiero, la actual conducción cree que debe ser el sector productivo quien lleve las riendas del país. También es importante comprender que aun un dólar real alto no alcanza para solventar y sostener una economía competitiva. Esta variable, en el largo plazo, depende sustancialmente de la investigación y la inversión en desarrollo que se pueda realizar en el país, como lo afirmó hace pocos días el economista norteamericano Jeffrey Sachs. Y una de las principales razones por las que nuestro país no ha tenido una buena política de Estado para hacerlo son las rivalidades entre los gobernadores, casi inevitables cuando los recursos naturales siguen siendo el factor de riqueza preponderante. Una economía construida sobre esas bases está condenada a tener una moneda depreciada, como en la actualidad, o apreciada a costa de una segura crisis futura gracias al peso insoportable de una deuda creciente, como sucedió en el pasado inmediato. La convertibilidad, aún con todos los vicios que se le puedan imputar, había generado incentivos para renovar el parque industrial y producir bienes con alto valor agregado porque facilitó la importación de nueva tecnología con el dólar barato. Sin embargo, la falta de una clase empresaria con suficiente conducta emprendedora y su inclinación a usufructuar las rentas provenientes de los altos precios o del exagerado costo de la intermediación financiera, y la carencia de una política de Estado para incrementar el desarrollo científico y tecnológico hicieron perder una gran oportunidad de elevar sustancialmente y por el camino más indicado la capacidad competitiva nacional, que quedó prácticamente reducida a la producción de commodities agrícolas. Por este motivo los actuales candidatos deben definir y aclarar al electorado qué política de acumulación de riqueza van a tratar de introducir como meta de largo plazo y a qué mercados regionales apuntarán, pues sólo de esta forma los inversores y productores podrán eliminar gran parte de su actual incertidumbre. El debate no debería ignorar los escenarios que ofrece el panorama internacional. La actual política exterior del presidente norteamericano está debilitando la posibilidad de sortear por medios no inflacionarios la crisis económica en Estados Unidos e introduciendo una gran incertidumbre sobre las verdaderas perspectivas de crecimiento mundiales. La posibilidad de que Estados Unidos libre una guerra en dos frentes (Irak y Corea del Norte) es cada vez mayor. Este escenario y el abultado déficit fiscal y externo que se pronostican para los próximos cinco años podrían generar una fuerte caída de la divisa norteamericana. Un debate electoral en serio tendría que empezar por definir las estrategias productivas nacionales y de política exterior, en este último caso para mantener abiertos los grandes mercados que hoy nos compran y no sufrir directamente las consecuencias de la guerra contra el terrorismo. (*) Economistas del Ipef
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