| | El viaje del lector Mendoza: Viñedos, sol y aventura
| Adriana B. Umansky
Este último mes de enero de 2003 tuve la idea de visitar una de las provincias más lindas de nuestro país y que no conocía: Mendoza. Primero visité la capital de la provincia, tierra de sol y de ricos vinos, de bodegas famosas y verdes arboledas, de acequias y de ríos frescos y poderosos alimentados por el deshielo. Esta es una zona de montañas, que conserva una historia emocionante y muy sentida para todos los argentinos. La palabra "Cuyo" quiere decir arenal, desierto. Mendoza está muy lejos de ser eso, ya que es una tierra donde la mano del hombre combatió la sequía y convirtió al desierto en un vergel, donde el riego exacto y organizado da vida a cautivantes viñedos y olivares y a deliciosos frutales. La ciudad de Mendoza es sorprendentemente limpia, repleta de árboles plantados dentro de acequias en las veredas. Está llena de amplias avenidas con innumerables negocios y galerías y plazas con bonitas fuentes y monumentos, como el inmenso parque General San Martín y su Cerro de la Gloria, como la plaza España, o como la céntrica plaza Independencia, donde al atardecer hay bailes, música y espectáculos al aire libre. También la peatonal Sarmiento, ofrece al turista un refugio fresco y sombrío en las tibias y secas tardes del verano mendocino. Quedé enamorada de la ciudad de Mendoza, que está preparada para el turismo, tanto nacional como internacional. Después visité la ciudad de San Rafael, especial para la práctica del joven turismo aventura (rafting, rappel, trekking y tirolesa). Es una ciudad rodeada de embalses y diques, donde reina el río Atuel, un río caudaloso que se encajona entre las altísimas montañas y cambia, tanto su color (a veces azul o celeste, otras veces verde esmeralda o grisáceo), como su curso, ya que en algunos sectores angostos es turbulento y enérgico y, en otros, se extiende y se torna manso y tranquilo. Y el turista puede seguir su recorrido en auto entre la cordillera de Los Andes, andando por caminos escapardo y serpenteantes, teniendo unas visitas del rocoso cañón de deslumbrante belleza.
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