Además del carnaval, Tilcara irradia a través de sus cerros, folclore, mitos, leyendas y toda la magia de varios siglos de historia marcada por su pasado aborigen. A escasos 85 kilómetros de la capital, San Salvador de Jujuy, y en medio de la quebrada con colores que saturan la paleta del pintor, allí se alza el poblado con alrededor de 3.000 habitantes. La capacidad hotelera de Tilcara, capital arqueológica de Jujuy, se desborda en cada una de sus interminables fiestas: el enero tilcareño, carnaval, el Inti Raymi, la Pachamama y la lista continúa. Pero la hospitalidad de los pobladores suple con creces esa falencias y abren las puertas al viajero que pasa un día o dos, y que suele quedarse más tiempo, empapado por un espíritu pocas veces visto en un lugar turístico. En la plaza y desde temprano, se arma la feria artesanal con una variedad de productos regionales y artísticos y, pasada la madrugada, permanece allí, firme, mostrando lo que la ciudad hace para sus visitantes: tejidos, cerámicas, colaciones, música. Está en el centro de la población y es por allí por donde pasa gran parte de la vida cultural con una agenda de lo más variada. Está rodeada por el museo arqueológico "Dr Eduardo Casanova", el de pinturas Terry, el de las ermitas, la municipalidad, lugares todos donde se puede encontrar algo de Tilcara. La ciudad parece deseosa de mostrar toda esa historia con marcas indelebles y donde flota un espíritu que ni la conquista pudo arrasar. El paseo obligado son las ruinas del Pucará (que en quechua significa fortaleza), donde fueron reconstruidas parcialmente las ruinas de pueblo originario y donde puede observarse un amplio panorama de la quebrada de Humahuaca. Los investigadores señalan que se han encontrado indicios de poblamiento que datan aproximadamente del año 10 mil AC. Aún en ruinas, muestran el grado de desarrollo y avance científico, que esos "originarios" vivieron en esa época. A escasos kilómetros y por un camino de piedras y subidas, se puede acceder a la Garganta del Diablo, un corte profundo en el medio de la montaña, lleno de leyendas e historias. El premio para quien llega al destino es caminar unos kilómetros más y arribar a una cascada de agua mineral que reconforta al viajero. Otra caminata, que puede funcionar a modo de precalentamiento, es hacia la laguna de los Patos, un camino que bordea el río Grande y que ofrece un espectáculo natural digno de observar. Para los amantes de la noche, Tilcara también ofrece opciones, con sus festivales de folclore, desfiles de ropas típicas, muestras de pintura y literatura. Las peñas están a la orden del día y cuando el sol aparece de nuevo en los cerros, se sigue escuchando el sonido de las guitarras, acompañadas de vino tinto y buenas empanadas. También se puede disfrutar en distintos restaurantes como el patio de Mercedes o el del mercado central, las comidas típicas, como tamales, humitas, guiso de llama, con muy buenos precios. En fin, a quien le guste además de buenas fotos, buenos recuerdos y vivencias interminables, Tilcara es el destino ideal, porque su recuerdo perdura a pesar de los años. Y si algún nativo lo agasaja con un ritual denominado Corpachada, tenga la certeza que en poco tiempo volverá por la quebrada.
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