Leonel se ríe. Aprueba o desaprueba con los pulgares de la mano, saluda. Mira a los ojos y entiende gran parte de lo que pasa a su alrededor, que no es poco. Veinte días atrás un disparo accidental le atravesó la cabeza y quedó en coma, con un diagnóstico desolador. El proyectil le provocó la pérdida de parte de su encéfalo y pensar en las secuelas de una herida semejante era más que aventurado cuando su evolución era de por sí incierta.
Ayer, Leonel Nieto volvió a su casa. Se fue del hospital de Niños con el aplauso de todo el piso y fue bienvenido en el barrio con más saludos de los que podía disfrutar. No puede hablar ni moverse solo. Pero su familia confía en que podrá recuperar esas facultades con una rehabilitación que los médicos estimaron larga. Sus familiares no pueden abandonar la esperanza de ver las mejoras día a día, como una continuación del milagro, como llaman a la recuperación que transitó el niño estas semanas. Una evolución que los médicos apenas se explican por la energía que puede generar un nene de 10 años y sus padres, seguros de una ayuda divina.
El alta del chiquito fue sorpresiva y los padres le atribuyen a su propio esfuerzo gran parte de ese mérito. Tres días atrás su empeño por moverse hizo que sus padres lo sacaran de la habitación y lo llevaran al patio, en un paseo que resultó estimulante. La mejora del niño impulsó a su mamá, Liliana, a sacarle la sonda que lo alimentaba y a él causaba fastidio. Pensó en darle una mamadera y al volver al cuarto tenía dos a su disposición. Alimentarse por sus propios medios fue un avance fundamental para la independencia del chico, que le permitió volver ayer a su casa.
Su estadía en el Hospital lo entrenó en las señas básicas para comunicar si las cosas están bien, o no son las que desea. Y de sus falsas peleas con las enfermeras, aprendió a extender su dedo en un insulto con el que hace estallar de risa a familiares y amigos quienes, como todos, aún no se explican cómo puede una persona entender y expresarse después de que un disparo le haya atravesado el cráneo.
La lesión tampoco le afectó el apetito. "Siempre comió como un grande. Todo lo quería hacer como si fuese mayor, tiene mucha fuerza". Es en esa fuerza que los padres confían para su recuperación. Los médicos esperaban una respuesta a las 48 horas de ingresado al hospital, y Leonel se despertó antes, solo. Antes de abrir los ojos y recuperar el sentido intentaba levantarse de la cama al escuchar la voz de sus seres más queridos. "Tuvo una evolución muy rápida, y la va a completar. Tiene buenos reflejos", aseguran sus padres.
La única explicación
Liliana espera con interés ese día, porque además, quiere enterarse cómo ocurrió el accidente. A nadie en la familia le cierra la explicación que recogieron hasta ahora, la cual sostiene que el arma se disparó al caerse del cajón de una mesita de luz durante una mudanza. Les dijeron que el disparo le pegó al chiquito después de rebotar en el marco superior de la puerta. Y el orificio que le dejó el proyectil a Leonel está en la frente, cuando para ellos, si hubiese sido así debería estar en la parte superior de la cabeza.
El arma que hirió al chico es de un vecino y conocido de la familia, que vivió frente a la casa de Matheu 933 años atrás y ese día llevaba al lugar muebles viejos. "No le echo la culpa, ni tengo rencor contra él, pero sólo voy a saber lo que ocurrió cuando Leonel vuelva a hablar", sostiene Liliana. Los padres del nene no creen que el disparo haya sido intencional, pero sospechan que pudo originarse de otro modo.
La cara de Liliana, de 50 años, demuestra el cansancio de haber pasado 23 noches al lado de su hijo, sentada en un sillón, sin dormir ni comer de un modo adecuado, junto a su esposo. La cara de Luis, en cambio, se ve despejada y alegre. Sólo se nubla al ver tristeza en la cara de su hijo, "una sombra que antes no conocía", asegura.
Es que el ánimo de Leonel varía y pasa de la risa al llanto, sin poder explicar los motivos. Le adivinan molestias en su costado inmóvil y emociones que aún no puede expresar. Aprendió a darse masajes, estirarse los dedos, sacar la lengua y soplar burbujas con sorbetes, los dos ejercicios para recuperar la capacidad de hablar, que debe aprender de nuevo. El lunes empieza su rehabilitación en Ilar y todos se preparan para disfrutar de cada logro nuevo.