Año CXXXVI
 Nº 49.720
Rosario,
domingo  12 de
enero de 2003
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Pobres contra pobres en un cosmos que se oculta
Hasta los que menos tienen deben pelear para conservar las pocas cosas que les permiten vivir

Carolina Alvarez

Luis Alberto es un lustrabotas que desde hace más de cuatro años vive en la calle, es un sin techo, y su "casa" está sobre la porteña Bartolomé Mitre, a cinco cuadras del Congreso, en la entrada de lo que una vez fue un banco. No es un lugar cualquiera: en la pared hay un mural que lo retrata, regalo de un artista vecino, pero a pesar del aprecio de la gente del barrio, él vive temeroso.
Está condenado a permanecer allí atento a la mirada de otros tan pobres como él, ya que oculta entre sus pertenencias un tesoro hoy muy preciado: su "cama" de cartón. Los cartoneros, según cuenta, lo hostigan a toda hora.
Para ir al baño de un bar cercano, necesita que un vecino le mire las cosas, de lo contrario arriesga a perder lo que tiene, que aunque poco, para él es vital. "Hasta las tres de la mañana no me duermo, tengo que pelear con los cartoneros, incluso me han tirado piedras y yo me defiendo a los gritos y como puedo", asegura.
Así y todo, en varias oportunidades le robaron ropa y una vez hasta le llevaron su herramienta de trabajo, el cajón de lustrar zapatos, con el que hace entre dos y seis pesos por día para sobrevivir.
Los años en la calle le marcaron el rostro. Aparenta más de los 54 años que tiene y se lo ve cansado. Sin embargo, todas las mañanas baldea la vereda de su "casa", dice que le gusta la limpieza y que además, manteniendo el lugar mojado, evita que los "borrachines se sientan aquí a chupar o a dormir la mona".
No tiene agua corriente, pero la almacena en unos bidones que guarda debajo de una estantería que él armó con cajones de fruta y que cubrió con un paño; el encargado de un edificio cercano le permite recargarlos en una canilla.
No tiene más luz que la de la calle y el lujo es comer algo caliente, a veces gracias a la solidaridad de algún vecino, o cuando él mismo junta unos pesos para comprarlo.
De vez en cuando, se baña en el boliche de un conocido "que queda a la vuelta" y a veces se cambia de ropa, aunque suele pasar semanas con la misma muda.
Entre las cosas que guarda, llama la atención una silla de metal, con una cadena y candado. "Es de un amigo que trabaja para la (Lotería) Solidaria", explica. A su amigo le falta una pierna y todas las mañanas, Luis Alberto le acomoda la silla en una esquina y se la encadena a un poste para que pueda sentarse a vender los billetes.
En los minutos que se toma para dejar la silla en su lugar, su amigo le cuida las cosas para que no se las roben.
La otra visita que recibe durante el día es la de una vecina que deja a su cuidado una perrita caniche, blanca como el algodón, mientras hace las compras; el animal, que ya lo conoce, no hace diferencia de clases. Salta alrededor de él y lo llena de ternura, algo muy difícil de encontrar en la calle.

Dos matrimonios y un hijo
Con sólo verlo, cuesta imaginarse cómo era él hace unos años. Cuenta que cursó el bachillerato completo, que se casó dos veces, que trabajaba de encargado en el depósito de una casa de venta de ropa y que tiene un hijo y varios nietos a los que no ve hace mucho tiempo.
Hace más cuatro años que vive en la calle, pero durante un tiempo estuvo en una dependencia del gobierno de la ciudad, un lugar donde se alojan lo sin techo: "Me echaron porque me pasé, ahí nos aceptan durante tres meses, pero yo estuve como nueve".
Recuerda también que en los refugios tuvo que pelearse con "hombres bien vestidos" que merodeaban en busca de sexo, tratando de aprovecharse de la desesperación de otros como él.
La vida en la calle no es vida y el invierno hace que las cosas se pongan más difíciles aún. Para no morir de frío, Luis Alberto cuenta que el secreto es "estar bien tapado con el material que se pueda encontrar y bien comido", dos cosas difíciles para la gente que vive en la calle.
"Yo vi a un montón que pasaron para el otro lado, no me dieron miedo, los muertos son buenos amigos, los vivos son peores", reflexiona.

"La cosa está jorobada"
"La cosa está muy jorobada. Hay que tener cuidado de no juntarse con drogadictos y borrachos porque no siempre saben lo que hacen y son peligrosos. Además, hay que estar muy atento de que nunca te esté faltando nada. No se puede confiar en nadie, hay que manejarse con mucho cuidado".
Respecto a los códigos que se manejan en la calle, sostiene que ya nadie los respeta. "Yo tengo dos maneras de manejarme: el no siempre está cerca para cualquiera, en cambio el sí deja mucho que desear porque te puede costar la vivienda, el trabajo, la vida. Entonces, no hay que pensarlo mucho tiempo: hay que decir que no directamente y uno se ahorra el problema".
Dice que si se enferma, el gobierno porteño le ofrece dos médicos de cabecera, a los que tiene que llamar por teléfono para pedir turno.
Su relación con otras personas en su misma situación varía desde las diarias peleas con los cartoneros hasta alguna visita de un conocido. "Los amigos no vienen seguido, no puedo traer gente acá, porque me espantan a los clientes", explica.
Como está al lado de un hostal bilingüe, muchos de sus clientes son extranjeros, y a veces le pagan unos pesos de más por lustrarse los zapatos y sacarse una foto con él. "Parece mentira, pero estando aquí he conocido a gente de casi todo el mundo, que me ha sacado fotos como una postal más de la ciudad", ríe. (Télam)



Luis Alberto lleva ya cuatro años como un nuevo linyera.
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