Jorge Salum / La Capital
El 17 de julio a la mañana, como todos los días, Eduardo Villegas dejó a su esposa en la cama y salió a hacer los mandados. Lo que vio al regresar debe haberle causado un gran disgusto: el albañil que él mismo había contratado para hacer unos arreglos en la casa acopiaba cosas a las apuradas para robárselas antes de que el dueño de casa regresara. Fue un descubrimiento fatal ya que el ladrón decidió matarlo allí mismo para asegurarse de que no lo delatara, y después hizo lo mismo con su esposa, Josefa Bibiloni. El tenía 86 años y la mujer, que estaba postrada, contaba 80. Es lo que ocurrió en la casa de la calle España 1148 alrededor de las 10.15 de aquel día, según consta en el expediente judicial que refleja la investigación del doble crimen. Para el juez Adolfo Prunotto Laborde el homicida es Luis Feliciano Ludueña, un albañil de 38 años. El penúltimo día de 2002 el magistrado procesó a Ludueña por doble homicidio y robo. Si llegaran a condenarlo podrían darle más de 20 años de cárcel. Los cadáveres de los Villegas fueron hallados por uno de los hijos de la pareja en un escenario dantesco: había sangre por todos lados porque ambos fueron asesinados a golpes en el cráneo. En el escenario la policía halló cemento, mezcla preparada, una balde, una pala y otros elementos propios de un albañil. También apareció un martillo manchado con sangre. Para los detectives era una señal inequívoca de que el asesino tenía que ser alguien que se desempeñara en ese oficio. Al principio no había muchas pistas para identificar al homicida. El relato de una vecina, que escuchó a Villegas discutiendo con una persona desconocida, no alcanzaba ni para empezar. Después aparecieron otras dos personas que dijeron haber visto a un albañil en la casa y contaron un detalle significativo: aquel hombre, desconocido para ellos, trató por todos los medios de ocultar su rostro. Un día después la Brigada de Homicidios arrestó a un albañil y el juez le imputó el doble homicidio, pero las evidencias en su contra eran débiles y finalmente lo dejaron libre (ver aparte). Pasaron varias semanas de intensas pesquisas hasta que comenzaron a seguir la pista de Ludueña y finalmente lo arrestaron. Hay un dato que ubica con anterioridad a Ludueña cerca de la escena de los asesinatos: el hombre había trabajado en obras de telefonía que la empresa El Sol hizo para Telecom en la calle España. Se presume que allí conoció al matrimonio Villegas y se ofreció para el caso de que necesitaran un albañil. Por eso el dueño de casa habría recurrido a él cuando quiso hacer unos arreglos en la vivienda. El indicio más fuerte contra el albañil ahora procesado es una campera. Hay dos testigos que señalaron ese prenda en una rueda de reconocimiento. Para ellos es la que llevaba el albañil el día de los asesinatos. Los testigos también lo apuntaron a él entre otras tres personas, aunque en este caso con dudas. Algo lógico si se recuerda que el albañil que entró a la casa aquella mañana intentaba por todos los medios ocultar su rostro de los vecinos. Con el tiempo surgió otra prueba que lo comprometió aún más: se trata de un trapo manchado con sangre que los detectives encontraron en el interior de la casa. Los peritos probaron que esa sangre era del grupo A positivo, la misma del acusado. El juez Prunotto cree que Ludueña tomó la decisión de matar a los ancianos cuando fue descubierto mientras se aprestaba a robarles algunas cosas. Primero discutió con Villegas (la pelea que una vecina escuchó desde su casa a eso de las 10.15) y luego lo mató a martillazos. Al escuchar los gritos de su esposo Bibiloni se levantó como pudo de la cama y también fue asesinada. Los Villegas tenían dos hijos varones. Uno de ellos ni siquiera se encontraba en la ciudad: tuvo que viajar de urgencia desde Córdoba para asistir al sepelio de sus padres.
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