Año CXXXVI
 Nº 49.665
Rosario,
domingo  17 de
noviembre de 2002
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El equipo de Adrián Taffarel logró una victoria en el Olaeta
Argentino, con garra y corazón, se impuso ante Almirante Brown
El salaíto pudo controlar al rival con inteligencia y se quedó con tres puntos que valen oro

Luis Castro / Ovación

El triunfo fue uno de esos que ameritaba festejarse como si se hubiese tratado de una final. Y así lo sintieron esos jugadores salaítos que se llenaron el rostro de alegría en el último pitazo del árbitro, con la victoria consumada, y se fundieron en un abrazo después de tanta agonía y sufrimiento. Porque así se la cosechó, con muchos nervios e imponiendo la garra necesaria para aguantar los embates de un poderoso Almirante Brown (aunque ayer no lo demostró tanto) y, encima, con un hombre menos durante casi un tiempo. Por eso el final fue el soñado para esos nobles muchachos de barrio Sarmiento, que después de mucho tiempo conocieron los aplausos de su gente cuando dejaban el campo de juego con lágrimas de emoción.
La gente del tablón pocas veces se equivoca. Y el aliento del final hacia un plantel golpeado por los malos resultados, esos que lo sepultaron en la zona baja de la tabla, fue un digno reconocimiento a un conjunto que con más entrega que fútbol diagramó una victoria sorpresiva. Sorpresiva porque en la zona de apuestas pocos se animaban a ponerle plata al salaíto. Pero en el fútbol nada es seguro y ayer Argentino logró ganar con inteligencia y, sobre todo, con la concentración y sacrificio que se necesita cuando a priori existe una superioridad futbolística de un rival.
La tarde se había presentado complicada para el salaíto. Almirante (que trajo cerca de 300 hinchas) quería hacer valer su poderío y mostrar su chapa de candidato. Y los primeros flashes del encuentro lo encontraron manejando la pelota y rondando el arco de Campestrini. Del Castillo, de cabeza, y Calabria, con un remate desde lejos, fueron los primeros mensajes del equipo de la fragata. Y, más tarde, otra vez Calabria tuvo la chance, pero Campestrini hizo la de Dios y se ganó el cielo.
Para colmo de males, como si faltara poco ingresó un gato negro que recorrió la cancha y pasó delante de un sorprendido Taffarel (ver aparte). Los creyentes de los malos augurios presagiaban lo peor, la hecatombe que no fue.
El panorama vislumbraba ser igual en el complemento. Y a los 6' Coronel se lo comió bajo los tres palos. La respuesta a ese aviso no demoró. Raschetti Sánchez le puso una pelota bárbara a Pierani para que tocara al gol. Y para que llegara la tranquilidad necesaria para controlar el duelo. Pero increíblemente Núñez se hizo expulsar (codazo a Calabria) y a remar de nuevo.
El Almirante iba, insinuaba pero chocaba con Campestrini. En la apuesta al contragolpe Laviano pudo liquidarlo pero la pelota rebotó en el palo.
Los tres puntos, que valen oro por los lares de barrio Sarmiento, quedaron en el Olaeta. La victoria, agónica y con mucho sufrimiento por cierto, se tejió en base a entrega y sacrificio. Y se logró, sobre todo, con el corazón.



Raschetti Sánchez le gana al defensor Montiquín.
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