Eduardo Caniglia / La Capital
Preservar la propiedad privada o resguardar la vida humana es la antinomia que se plantea en los casos de personas que ejercen justicia por mano propia. Los protagonistas de estos momentos extremos han experimentado el peligro sin elegirlo y adoptado acciones desesperadas en el límite de la autodefensa. A veces la única alternativa fue gatillar el arma contra el maleante que había atacado primero. Pero esta conducta, que puede ir de la defensa legítima hacia la incursión lisa y llana en el delito, a algunas personas que se enfrentaron a asaltantes le dejaron secuelas que modificaron sus vidas. Héctor Miguel Simón es un ex combatiente de Malvinas y mató a un ladrón en un hecho que la Justicia determinó como de legítima defensa. Así lo consideró la jueza de instrucción Alejandra Rodenas. El 2 de junio del 2000, el veterano de guerra enfrentó a dos ladrones mientras atendía el minimarket de la estación de servicios de Mendoza y Rouillón. Los dos intrusos parecían dispuestos a todo. Entraron a los tiros y por milagro no hirieron a ninguno de los clientes que estaban en el comercio. Dos balazos atravesaron la espalda de Simón. A duras penas, el hombre se mantuvo de pie y pudo defenderse. Gatilló una pistola Magnum 357 y un proyectil ingresó en la cabeza del asaltante. El delincuente agonizó durante cinco días y murió. Simón siempre se desempeñó como vigilador, pero en esta ocasión estaba a cargo del minishop y tenía el arma en forma casual. "Había ido a ver un trabajo como custodio", aclara. -¿Le dejó secuelas haber matado a un ladrón? -Yo me defendía o defendía. No era la primera vez que me sucedía a partir de la guerra. No puede ser que los ciudadanos honestos debamos vivir detrás de las rejas y los delincuentes afuera. Tras el episodio que protagonizó, Simón perdió su trabajo en la estación de servicios. Hacía sólo cinco días que había comenzado a trabajar. El propietario del comercio decidió despedirlo, dice, porque "se asustó" y no quiso tener "este tipo de problemas". En 1982, cuando revistaba como soldado en el batallón del cuerpo de infantería de la ciudad correntina de Monte Caseros, fue convocado para combatir en la guerra de Malvinas. El 10 de junio de ese año, cayó preso de los ingleses en Bahía Felipe. Estuvo ocho días como prisionero de guerra y después fue "devuelto al continente". Tenía dos tiros en una pierna y fue internado en un hospital de Comodoro Rivadavia. La guerra le había dejado huellas perceptibles en su personalidad. Fue a Malvinas "para defender los ideales de libertad de San Martín y Belgrano" y una mañana se despertó con la triste noticia de la derrota. "Volví con el paso cambiado", recuerda. El trance fue muy duro y estuvo internado "con una esquizofrenia con forma de paranoia" en el hospital de Campo de Mayo. El recuerdo de Malvinas sobrevuela todo el tiempo en la entrevista. "Era un hecho salvaje. Era matar a otra persona sin odio. En cambio, al delincuente le tiré con odio", afirma. Hoy Simón está recuperado, pero no tiene trabajo. Sobrevive con sólo 500 pesos. Ese es el monto que suman las dos pensiones que le otorgaron por su condición de veterano de guerra. La desocupación que padece tiene un motivo: la Magnum 357 que gatilló. Arma que, secuestrada por la policía tras el episodio en el que mató al ladrón, desapareció en un robo ocurrido en abril pasado en un juzgado de instrucción de los Tribunales provinciales. Simón está convencido de que frente a una situación límite como la que debió enfrentar actuaría de la misma manera. "Yo me voy a defender, y si puedo lo voy a hacer con otras personas, aunque siempre dentro de la ley", dice.
| |